Publicamos esta breve selección de poesía como una muestra de la diversidad de registros y temáticas que abordan los escritores afroecuatorianos. Desde la asunción del compromiso social y político con causas históricas universales, la rememoración de su historia como activación de la memoria individual y colectiva, el legado de la tradición oral en las décimas que narran sucesos de la vida atribulada de hombres y mujeres afro, hasta el testimonio en la escritura poética de las inquietudes existenciales de un poeta contemporáneo identificado con el destino de su gente. Como ha escrito Aimé Césaire, «la poesía nace del punto más alto de incandescencia del hombre: de su mayor movilización interior», como un cauce que «da forma a todas esas fuerzas profundas…». Quizás se refrenda este pensamiento del gran poeta martinico en los poemas y la expresión de Nelson Estupiñán Bass, Adalberto Ortiz, Luz Argentina Chiriboga y Antonio Preciado.

NELSON ESTUPIÑÁN BASS

Publicado en Nuestra España. Homenaje de los poetas y artistas ecuatorianos. Quito, Editorial Atahuallpa, 1938. Una publicación del Sindicato de Escritores y Artistas del Ecuador.

ADALBERTO ORTIZ

Poemas publicados en el libro Tierra, Son y Tambor. Cantares negros y mulatos, de Adalberto Ortiz. Xilografías de Galo Galecio. México, Ediciones La Cigarra, 1945.

ARGENTINA CHIRIBOGA

LA NEGRITUD 

Cambé grita Negritud
con fulgor en su mirada
y advierte una llamarada
en toda su magnitud.

La Negritud no es partido
ni tampoco profesión,
es más que una religión,
por su mayor contenido.
Es algo como estallido
de una extensa longitud
y de máxima altitud
que ilumina a todo el mundo
y para hacerlo fecundo,
Cambé grita Negritud.

Afirman la identidad
en sus múltiples aristas
muchos conspicuos artistas
que los hay de calidad.
Las negras de larga edad
que realizaron cruzadas
hoy avanzan abrazadas
y con fe en la Negritud
guían a la juventud
con fulgor en su mirada.

Ellas con su sapiencia
que tiene su majestad,
pregonan fraternidad
cariño, amor y conciencia
en base de su experiencia.
Hay que afirmar la llamada
con voz bien emocionada
unir el ayer con el amor
pues acoplada al clamor
advierte una llamarada.

Los negros con sus emblemas
abundan en todas partes
convocando con sus artes
a que conozcan los temas
del racismo y sus problemas
con la mayor amplitud,
demostrando la inquietud
que se extienda con largura
y avanza hoy esa diablura
en toda su magnitud.

LA CARIMBA 

El brazo de Concepción
hoy recibió la marca
por orden del gran monarca
dueño de la plantación.

Se retorció de dolor
la esclava de aquella hacienda,
la sacaron de la tienda
y funcionó el marcador.
La amarró el malhechor
que cumplió así su función
sin demostrar compasión
para esta mujer de Angola,
ahora tiene una bombola
el brazo de Concepción.

Su apelativo es Yangá,
fue agarrada en el río
cuando oraba con su tío
el viejo José Cangá.
La subastarón allá,
la subieron a una barca
de propiedad de un jerarca.
A Concepción le fue mal
por creerla un animal
hoy recibió la marca.

Aquel hierro incandescente
quemó a la negra la piel,
la africana escupió hiel,
ante el metal ardiente.
Su protesta más reciente
fue a subirla a una barca
donde sería de otro carca.
Vendida de madrugada
la llevaron amarrada
por orden del gran monarca.

Su carimba no la esconde
para mostrar con firmeza
la prueba de la vileza
de aquel desgraciado Conde.
Pero Obatalá responde:
Yo seré tu salvación
y oye mi resolución:
se llama Cimarronaje
luchando con el salvaje
dueño de la plantación.

EL CIMARRÓN

Al fugar el negro esclavo
volviéndose cimarrón
volaba a su maratón
y sin llevar ni un centavo.
 
El palenque lo esperaba
con el abrazo muy presto
él ya tenía su puesto
en el frente que anhelaba.
La guerrilla armada estaba,
debería ser muy bravo
comer ratones o nabo
si quería sobrevivir.
Changó salvó de morir
al fugar el negro esclavo.
 
Odiaba la esclavitud
por el trato que se daba
dieciocho horas trabajaba,
sin reconocer su virtud.
Esa negra multitud
fraguó la gran rebelión,
su máxima aspiración.
No soportó más sufrir,
por eso decidió huir
volviéndose cimarrón.
 
La montaña le enseñaba,
le protegió la vida,
le dio albergue y comida,
ella mucho lo amaba.
El esclavo la soñaba,
pues era su salvación
al dejar la plantación.
El esperaba un descuido
o aprovechando un ruido
volaba en su maratón.
 
Tras tanta humillación,
callado urde su venganza,
pues impugnó a ultranza
su reivindicación.
Rumbo a su liberación
le dio al amo en el clavo
rehúsa ser más esclavo
y reputeando al rebenque
vuela hacia el lindo palenque
sin llevarse ni un centavo.

EL PALENQUE

Símbolo de resistencia
del negro en la esclavitud
luchando en su plenitud
por su justa independencia.

Fue el mágico ideario
donde vio la libertad,
en él la fraternidad
tuvo glorioso santuario.
Abandonó el rosario
rezado por exigencia
para ganar indulgencia
y el amo no fuera cruel.
Negro, tenías tu cuartel,
símbolo de resistencia.

Luchó con gran insistencia
y con constante fervor
para aliviar el dolor
que la causó esa potencia.
Pelear por su independencia
fue su máxima virtud,
caminó con rectitud
por tierras americanas.
Aquellas fueron las ganas
del negro en la esclavitud.

Territorios soberanos
de nuestra africanía
demostraron un día
vivir muy bien como hermanos.
Todos fueron africanos
de una y otra latitud,
negros que en multitud
se concentraron armados.
Pueblos bien organizados
luchando en su plenitud.

Fue su mayor convicción
guerrear con tenacidad,
en pro de su identidad
y de la unificación.
Hay que aprender la lección
y renovar su presencia,
pues el PALENQUE es la esencia
de toda la africanía
que luchó con valentía
por su justa independencia.

De Palenque (Décimas), 1999

ANTONIO PRECIADO

 

YO Y MI SOMBRA

Por cierto,
si te fueras
me quedaría solo
y no habría en el mundo soledad más completa.
Lo digo porque temo
que llegues a cansarte de ser como yo soy
o que tal vez descubras
que vamos a pasar sobre nuestros abismos
y entonces te dé miedo
de aquí en adelante
seguirme la carrera.
 
Atrás
tú bien lo sabes,
queda un largo camino
que has andado conmigo
como mi inseparable compañera,
has leído mis libros,
has bebido mi vino,
has comido en mi mesa;
en fin,
has hecho innumerables cosas mías
como esta de pasarte mis noches
escribiendo poemas.
 
A veces se me ocurre
que bien pudo gustarte tener algotra vida,
por ejemplo, ser blanca,
hacer cosas distintas,
oír música suave
y no andar alelada al son de mis tambores
desde que eras pequeña,
volverte contra mí,
ser anticomunista,
o por tu cuenta ir
cuando yo, en cambio, ya estaba de regreso;
pero no,
si hasta en mis malos ratos
siempre estuvo,
flaca,
comprometida,
al lado de mis culpas,
tu leal inocencia.
 
Definitivamente,
tú vales mucho más de lo que pesas.
Sombra mía,
sopórtame,
no me falles jamás,
yo soy tu cuerpo.
 

De: De ahora en adelante (1993)

 

POEMA PARA SER ANALIZADO CON CARBONO 14

Como si la volviera muchísimo más nítida
y acaso la aumentara
a través del discurso iluminado
para que de seguro percibiera
la dimensión enorme del suceso,
Juan García colocó delante de mi asombro
la cabeza ‘tolita’ de un negro indiscutible
(precolombina,
previa,
precoz,
prevaleciente)
que, además, me resulta un fiel retrato
de alguien que no he acertado a esclarecer
de dónde tiene cara de viejo conocido,
a saber desde cuándo lo he tenido presente.
 
Me conmovió tocarla,
recorrer la nariz insospechada
(intransigente,
intrusa,
insólita,
insolente),
el olfato a sus anchas,
el intrépido instinto que olió de orilla a orilla
aromas similares
y el clima adelantado de ahora estar yo en mí
madurando palabras;
seguir, como si fuera sobre un filo cortante,
las líneas indudables de la boca
(abrupta,
abrumadora,
abundosa,
abultada),
que no habla y, sin embargo,
visiblemente a gritos
dice a los cuatro vientos lo que calla;
palpar la minuciosa perfección del cabello
como si acariciara
un contorno limítrofe con la sabiduría,
la rizada dureza guardiana del secreto
del mar y nuestras propias singladuras,
de nuestras propias brújulas,
de nuestro propio rumbo
de nuestros propios remos;
sentir que sostenía
algo así como el peso de un orgullo vecino,
de mi alto privilegio de testigo,
mi propio testimonio,
mi huella,
mi marchamo;
y que de cierto modo
en ese instante yo también tenía
rastros confidenciales de la arcilla,
reflejos de oro dócil
y platino doméstico,
secándose de súbito en mi tacto.
 
Algún tiempo después
Magdalena Gallegos,
(experta desvelada
en las escurridizas revelaciones que convierten
en luz asible viejos espejismos
y esas largas esperas sepultadas,
oscuras duraciones en que se apaga el tiempo)
me dijo que hacía mucho no era único
el milagro que yo le enarbolaba,
que andan otras cabezas de esa estirpe,
del mismo tiempo
y de la misma greda,
que ya antes, bajo tierra,
se habían puesto de acuerdo,
que ahora dan la cara en los museos,
que hoy de frente sostienen lo que salta a la vista,
lo que no ven,
que niegan
o vuelven a enterrar, adrede, los incrédulos.
La bendije
y me dije
que con Juan y conmigo
desde ese instante ya éramos
casi toda la tribu
en pie de guerra contra los historiadores,
contra su historia,
contra su silencio.
 
Hoy he visto de cerca
otro portento de ese barro insomne:
una suerte de ídolo que aún tengo en la retina,
mezcolanza de alas,
garras
y una cabeza humana
que mira con fijeza por un ojo infinito;
que me miró y sentí que me miraba
con el detenimiento que uno sabe
cuando alguien lo escudriña.
 
Es la condensación intranquilizadora
de todos los poderes que hace ya tantas lunas
coexistieran así amontonados
en lo que haya sido,
pero que por entonces
lo más seguro es que pastara rayos
y eructara truenos,
y que después
invirtió su furor y se volvió misterio
de la misma parcela subterránea,
del mismísimo barro
y de las manos
de los mismos gloriosos alfareros.
 
Todavía retengo en la memoria su terrible mirada,
y busco en su oquedad algún indicio
de que yo le haya sido
–algo vago siquiera–
parecido a un recuerdo.

 
De Jututo: Dispersos (1996)

Los grabados y cenefas que acompañan esta selección poética pertenecen al maestro Galo Galecio, tomados de la colección Bajo la línea del Ecuador y del libro Tierra, son y tambor, México, 1945.