Exposición: Alba Calderón, artista y militante

El primer siglo de Alba: artista y militante

Juan Hadatty Saltos

 

UNA de las figuras intelectuales femeninas más paradigmáticas del siglo XX fue la artista militante por la igualdad de la mujer, por la paz y la justicia social, Alba Calderón Zatizábal de Gil Gilbert.

Nació el 27 de julio de 1908 en la hacienda Vuelta Larga de la parroquia Tiaone de la provincia de Esmeraldas. Sus padres fueron Manuel Calderón Lemus y Erlinda Zatizábal Paredes, esmeraldeños de condición económica desahogada, pues además de Vuelta Larga poseían otra hacienda ganadera denominada Virginia y otros inmuebles en la región.

Ella nos habló de su vida a algunos amigos. Para relatar sus primeros años empleamos, a más de la propia, la versión del historiador Rodolfo Pérez Pimentel, a quien Alba declaró: «Aprendí las primeras letras de mi madre y cuando tenía cinco años estalló la revolución, que fue fatal para la familia pues mi padre era anticonchista y tuvo que esconderse por un tiempo hasta que se unió a las fuerzas de Plaza y en el combate de Las Piedras, ocurrido en 1914, recibió tres tiros y murió de gangrena a las heridas por falta de una pronta atención médica. Poco después caían otros familiares íntimos de mi casa, los tres hijos de mi tío Samuel Calderón Lemus (dos por tifoidea y uno de disentería), dos hermanos de mi madre llamados Efraín y Enrique Zatizábal, también con la peste de disentería y mi hermano mayor Enrique Calderón que falleció de viruelas. El ambiente era tristísimo con tantas muertes y la guerra no tenía cuando acabar. Con mis dos hermanas menores permanecimos escondidas y cada vez que llegaban las partidas revolucionarias nuestra madre nos hacía cruzar al frente del río con peones de confianza para evitar problemas. En una de esas ocasiones mataron al tío Saúl Calderón Lemus sin motivo alguno y por la espalda. Dieciséis familiares murieron en la lucha. Así era esa guerra que despobló los campos e hizo huir a la gente a la ciudad de Esmeraldas en busca de garantías. Nosotros salimos con salvoconductos, pasamos los retenes y al final llegamos a nuestra pequeña casita de madera en el centro de esa población, donde vivimos hasta el término de la contienda…».

A fines de 1914, su profesora en la escuela era su tía Margarita Alicia Portés de Calderón, graduada en Colombia, y la directora era Julia de Palacios. Doña Erlinda, su madre, también era maestra y recibía alumnos en su casa, por la estrecha situación económica que enfrentaban después que el tío Luis Castro Lemus vendió en 1916 las haciendas.

En 1920, gracias a los triunfos de Alba como estudiante, la Municipalidad de Esmeraldas decidió becarla al Normal Juan Montalvo en Quito, que era mixto; mientras estudiaba, la niña Calderón vivía en la casa del coronel García. Al crearse la Escuela Manuela Cañizares para mujeres, anexa al Normal del mismo nombre, pasó a estudiar allá. Era una chica lista y linda ‒lo fue toda la vida‒ que aparentaba por su desarrollo mayor edad y llamaba la atención de los varones. Por la tarde salía en bicicleta a los parques de la capital acompañada de chicas extranjeras, hijas de diplomáticos ingleses y otros y ciertas beatas la insultaban y le lanzaban piedras a los gritos de «mona machona carishina» o «mona tísica, ándate a tu tierra».

Un año más tarde llegó su madre y alquilaron una casa en El Tejar, junto al Normal donde era inspector un hijo de su tío Luis Castro Lemus. Los estudios eran dirigidos por la llamada Segunda Misión Pedagógica Alemana, de corte prusiano, con cuyos miembros no tuvo ninguna empatía esa adolescente de diferente formación. En sus palabras:

«Mi vida era feliz a los seis años y ya escogía el animal que me gustaba para mi propiedad. Tenía fierro propio con mi nombre. Mi padre me dio un hermoso caballo que bauticé Ganalón. Pescábamos lisas y camarones, subíamos a los árboles y recorríamos los potreros».

Llega la revolución de Concha

«Llega la revolución de Concha y supimos lo que era el horror de la guerra durante cuatro años. Mi tía Hortensia Calderón es uno de los bellos personajes de la infancia. Era linda, ejecutiva agrícola y con gran sensibilidad y cultura. Había una pequeña compañía teatral que presentaba obras del teatro clásico español. La dirigía Amalia Andrade Concha, pariente del líder guerrillero Carlos Concha Torres. Nuestros vecinos de la orilla de enfrente eran los Reyes, muy buenos amigos de mi familia. Ellos simpatizaban con Carlos Concha; mi padre, en cambio, se hizo placista. Tenía campamento en la montaña. Mi madre por las noches le llevaba comida. Se unió al ejército de Leonidas Plaza que había aplastado a Concha. Al grito de ‘ahí vienen los conchistas’, corríamos, vadeábamos el río para ponernos a salvo donde los Reyes, conchistas amigos.

Vimos con nuestros ojos infantiles muertos, heridos, hombres armados amenazantes. Yo tenía pesadillas. Frente a Las Piedras, junto a Tachina, mataron a mi padre, capitán Manuel Felipe Calderón Lemus. Familiares y amigos cercanos murieron. Los placistas se colocaban en la Loma de Don Paulino. Los conchistas al frente en Las Piedras. Vivíamos entre dos fuegos. ‘Ya están palomeando’, decía mi madre. Mi papá nos construyó una trinchera para protegernos que no daba suficiente seguridad. Con su falta y la guerra lo íbamos perdiendo todo y los niños teníamos mayores dificultades. Algunos ya no tenían ni zapatos. Mi madre y mis tías eran profesoras y costureras. Mi tía Livia Estupiñán, autora del Himno a Esmeraldas, era graduada en Colombia y muy culta. Los niños ayudábamos en las labores. Me acuerdo que aprendí a hacer escarpines. Mi abuela hacía muñecas que yo vendía. Al cesar el conflicto se reabrieron las escuelas. Mi tía de Colombia organizó todas las escuelas y colegios. Ella me daba clases extras. Me daba a leer Los miserables, Crimen y castigo. A los once años yo había adelantado mucho por los estudios particulares. El Municipio de Esmeraldas me dio una beca para la secundaria. Fui a Quito (1922) al Normal Juan Montalvo que rectoraba el educador, doctor Leonidas García. Yo era la única mujer en el plantel. Él me ayudó como un padre. A él le regalé mi primer cuadro. La sociedad quiteña era muy prejuiciosa. Descubrí que en Esmeraldas había mayor apertura. Después pasé al Manuela Cañizares. Había elementos pronazis en la educación. María Angélica Hidrovo y Celia Carrera encabezaban la lucha democrática contra ellos. Fue cuando pasé a Bellas Artes donde conocí hermosos seres humanos entre los maestros y los condiscípulos…».

En la Escuela de Bellas Artes de Quito

Efectivamente al finalizar el tercer curso salió a matricularse en la Escuela Nacional de Bellas Artes. A la sazón el director era el escultor Luis F. Veloz y la secretaria, Marina Moncayo. En pintura su principal profesor fue Alfred Bar, francés que desde 1912 enseñaba en la Academia, así como el profesor italiano, maestro escultor, Luigi Cassadío. Cuenta Alba que desde niña dibujaba muchas naturalezas vivas y muertas, por lo que creía había adquirido mucha destreza para retratarlas. Los maestros eran de primera clase: Víctor Mideros Almeida, quien en su calidad de importante artista místico le pidió a la bella alumna que posara para representar a Santa Catalina de Siena y a la Virgen del Carmen. El hermano de Víctor, Luis Mideros Almeida, era profesor de arquitectura; otros fueron Nicolás Delgado, pintor histórico, e igualmente Pedro León Donoso.

Había cambios evidentes a partir de los regímenes liberales en los institutos formativos de arte, no solamente por los maestros extranjeros que venían a ayudarnos, sino por la cantidad de becarios de ambos sexos que nuestro país enviaba a especializarse en el exterior en diversas ramas, pero fundamentalmente por el tipo de enseñanza. Se contaba con réplicas de esculturas famosas como el David, el Discóbolo, etc., para dibujo y modelado. Los maestros europeos (como Bar y Cassadío, en Quito, o Roura y Pacciani en Guayaquil) salían con los alumnos a pintar fuera de las aulas el paisaje y el habitante urbano, es decir lo que ellos llamaban al aire libre en directo o, como nosotros decimos, «a la europea».

Sus compañeros de estudio en la Academia eran, entre otros, Alfredo y Daniel Elías Palacio Moreno, Leonardo Tejada Zambrano, César Andrade Faini, Nicolás Crespo Ordóñez, Piedad Paredes, Diógenes Paredes, Germania Paz y Miño, Wilhelmina Coronel, Marina Moncayo, Rosario Villagómez, Jaime Andrade Moscoso.

Indudablemente entre los cultores y aprendices de las artes plásticas, la joven esmeraldeña encontró «… un remanso de acogida y comprensión para una chica que buscaba superarse en el conocimiento…», porque el medio intelectual siempre fue más abierto que cualquier otro, en todas partes. «Un edén…», según la artista.

De viaje por Guayaquil conoce a Enrique Gil Gilbert

Al cerrarse la tercera década del siglo, Alba Calderón viajó a Guayaquil por vacaciones de curso. Le encantó la ciudad y su ambiente cultural y social. «Vine de vacaciones al Puerto y me quedé…», nos contó. Vivía en casa de su tía Escilda Zatizábal de Soto, en Luque, entre Boyacá y García Avilés. Fue vecina y gran amiga de la escritora Aurora Estrada y Ayala, quien fue electa Reina de la Poesía en aquel tiempo, por diario El Universo, ceremonia en la que participó Alba como Princesa de Amor. En este ambiente de mayor tolerancia para la gente progresista que era Guayaquil, vino para establecer un colegio particular María Angélica Hidrovo, la luchadora laica y democrática.

«Aurora y yo fuimos parte de la docencia del plantel, pero el colegio cerró pronto por razones económicas…», narra Alba.

Su padrino, Alberto Gastelú Concha, la empleó como ayudante de Secretaría de la Asistencia Pública que él dirigía, con 80 sucres mensuales y meses después se quedó sin trabajo por un cambio administrativo. Armando Pareja Coronel, entre otras personas, la convenció de que diera clases de dibujo y pintura a domicilio. Por dos clases a la semana cobraba 40 sucres. «…Conseguí empleo en la Asistencia Pública. Dicté clases privadas de pintura a muchas personas, entre las que recuerdo especialmente a la señorita Lily Avilés Alfaro, fallecida prematuramente…».

«En 1933, Aurora me invitó a una exposición de poemas murales, a realizarse en una casa particular. Cuando llegamos encontré un poema titulado El cuatrero y el tigre. Demetrio Aguilera Malta, que hacía grabados, los imprimía y vendía, me presentó a su autor, que resultó ser Enrique Gil Gilbert y estalló el amor a primera vista, pues comenzó a enamorarme subido a la terraza de su casa y desde ahí me conversaba…».

«Yo me había cambiado a la casa de mi tía Margarita Valdez Paredes, situada en Calderón, entre Villamil y Eloy Alfaro, y por coincidencia habíamos sido vecinos sin saberlo. El 23 de agosto de 1934 nos casamos en Pascuales, con permiso del jefe político Manuel Eduardo Castillo. Nuestros testigos fueron mi tía Margarita y Joaquín Gallegos Lara, el amigo más íntimo de Enrique y su compañero inseparable. Cuando regresamos de la luna de miel fuimos a vivir temporalmente con mi tía, pues el sueldo de Enrique como profesor del Vicente Rocafuerte no era suficiente para tener nuestra independencia…».

«Para colmo, yo perdí a mis alumnas porque habiendo salido encinta me dieron numerosos achaques que me tumbaron a la cama. Enrique ya era comunista y concurría diariamente a las reuniones del partido y a las veladas literarias de la buhardilla de Joaquín. Por esos días participé en una exposición colectiva: Jorge Carrera Andrade, que acababa de regresar de París, me compró un paisaje al óleo y un caballero alemán se llevó otro por cien sucres. Mi prima Mora Gil de Parra me visitaba y me daba voces de aliento y hasta llegó a regalarme los vestidos de maternidad y se portó muy buena conmigo. Enrique cobraba los arriendos de las propiedades de su tío el Dr. Abel Gilbert Pontón; mas, a pesar de todas las dificultades y pobrezas, éramos muy felices, pues Enrique siempre fue cariñoso y considerado conmigo y me conversaba sobre los cambios sociales necesarios para superar la crisis del país. El marxismo lo aprendí de él, era un hombre excepcional, inteligente, luchador, honestísimo y sobre todo generoso con el prójimo y rebelde ante las injusticias…».

Estas referencias la acreditan como una mujer buena y sencilla. Al nacer su hijo Enrique en 1935, tanto el crítico español Francisco Ferrándiz Alborz (FEAFA), como Alfredo Palacio Moreno y Galo Galecio Taranto, la entusiasman para que siga con el dibujo y la pintura, ya que lo hacía muy bien. Ellos, Joaco, y su madre, Emma Lara de Gallegos, vivían en la casa grande de madera que el español alquilaba en el centro comercial. Según recuerda la pintora: «… Cada cual trabajaba lo suyo y no existían emulaciones…». «Los libros se prestaban entre nosotros y eran magníficas las polémicas que se armaban después de cada lectura: vivíamos una bohemia sana e intelectualizada sin licores ni excesos…».

«Entre el 35 y el 37 formamos parte de la Sociedad Promotora para las Bellas Artes Alere Flammam (‘Avivad la llama’). Bajo la conducción del escultor italiano residente entre nosotros, Enrico Pacciani Fornari, se había fundado en 1931. Era difícil en ese tiempo tener consenso en un mundo dividido entre las fuerzas protagonistas de ideas democráticas y las reaccionarias que chocarían en la Segunda Guerra Mundial, de modo que Alere Flammam no podía escapar a esta realidad del mundo y las relaciones internas de la entidad se quebraron hasta que terminó por escindirse en 1937. La exposición anual se efectuó esta vez bajo los auspicios del Municipio de Guayaquil. El factor desencadenante de la división fue la invitación inconsulta que el maestro Pacciani hizo al dictador ingeniero Federico Páez para la inauguración de la muestra. Algunos intelectuales, entre los que siempre recuerdo a Rosa Borja de Icaza y María Piedad Castillo de Leví, se quedaron con Alere Flammam…».

La Sociedad de Artistas y Escritores Independientes

Los intelectuales de ideas avanzadas se separaron y formaron otra organización denominada SAEI (Sociedad de Artistas y Escritores Independientes). Presidente fue electo Carlos Zevallos Menéndez, vicepresidente Alfredo Palacio Moreno, secretario Abel Romeo Castillo y tesorera Alba Calderón de Gil.

El movimiento recogía el fuerte ancestro cultural hispano-afro-indio que el puerto tenía, más otras aportaciones exógenas de europeos, árabes, chinos, etc., que dieron mayor vigor y variedad a nuestro mosaico étnico-cultural. Las corrientes del siglo veinte sufrían procesos sincréticos y sintetizaciones vigorosas en «la capital montuvia» de Alfredo Pareja, que se manifestaban particularmente en la literatura y en la plástica. En esta última, las tendencias en boga eran la expresionista, idílica, intimista, primitivista, neo-cubista, simbolista, criollista o costumbrista, geometrista, surrealista, vitalista, etc. Sin osar encasillarla, Alba corresponde ‒si cupiera una clasificación estricta‒ a la línea tropical, urbana, políticamente comprometida, de estilo poético amable.

Al llegar a 1937, año de la ruptura, la entidad había modificado el nombre a Asociación Sociedad Ecuatoriana de Bellas Artes «Alere Flammam». El elenco de la VII Exposición estaba integrado por veintidós creadores participantes, autores de 137 obras. Alba Calderón de Gil presentó nueve obras: las pinturas al óleo Tejedora de hamacas, Después del velorio, El betunero, La zamba, Retrato de mi hijo y Retrato de Enrique Gil Gilbert y los dibujos Los desocupados y Mama Cloti al carboncillo y Juanita en sanguina o sepia. Compartía salón y catálogo (que fue reproducido en 1939 por la revista Élite de Panamá; entre las fotografías de las obras de arte expuestas en el catálogo, se encuentran Retrato de Enrique Gil Gilbert y Los desocupados de la pintora esmeraldeña); compartiendo sala con obra de Antonio Bellolio Pilart (pintura), María Piedad Castillo de Leví (gobelinos), Segundo Espinel Verdesoto (pintura), José Humberto Garrido (pintura), Juana Guevara de Cereceda (gobelinos), Alejandro Kaminski (pintura), Mario Kirby Maldonado (pintura), Arístides Marino (escultura), Eloy Morla Ramos (estudio decorativo), Bolívar Ollague (pintura), Enrico Pacciani Fornari (escultura), Alfredo Palacio Moreno (escultura y pintura), Daniel Elías Palacio Moreno (cerámica y porcelana), el artista rumano Ezio Patay (pintura), Manuel Rendón Seminario (pintura), José María Roura Oxandaberro (pintura), Judith Roura Cevallos (pintura y cerámica), Soledad de Spuller (diseño), N. Vivar Pinto (pintura) y Carlos Zevallos Menéndez (diseño, arte decorativo de Puná).

Su participación tuvo buen apoyo de la cátedra. A los artistas les agradó sobre todo el retrato de su compañero. Y a los críticos de arte de la época, las escenas populares como Desocupados (carbón). Este último es un cuadro modelo del estilo compositivo de Alba, formado mediante volúmenes ubicados cadenciosamente con especial esmero, para dar movimiento a la obra con las propias figuras de sus personajes en una fluida mezcla muy dosificada de vigor y sutileza. Sus criaturas resultan constataciones de su insistencia en manifestar que el pueblo es su modelo.

El retrato de Gil Gilbert –quien la llamaba «Alba, compañera mía»– demuestra la destreza de nuestra pintora para representar la figura humana, como lo hizo con Alba Celeste Rivas, prematuramente fallecida, esposa de Ángel F. Rojas y hermana del arquitecto, dibujante y caricaturista Rafael Rivas Nevares.

El historiador y poeta Abel Romeo Castillo, secretario de la SAEI, era amigo incondicional de la pareja, a la que dedicó uno de sus más hermosos poemas «Romance del conspirador enamorado».

Otro compañero fraterno de Enrique y Alba era el citado Joaquín Gallegos Lara, «Joaco», ideólogo del grupo, quien le comentaba a Enrique que «Albión», su esposa, «era un dínamo» cuando, junto con la escritora Paulette Everard de Rendón, arreglaron y decoraron con alta estética el vestíbulo del viejo edificio del Correo Central para el Salón de Octubre de la Sociedad de Artistas y Escritores.

Este movimiento cultural fue precursor de la actual Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, lo mismo que el famoso Grupo de Guayaquil, los «cinco como un puño», como afirmara Enrique Gil Gilbert ante el cadáver de José de la Cuadra.

El movimiento de los Independientes recogía las nuevas tendencias como el expresionismo social, el cubismo, el geometrismo, transmitiéndoles el toque «criollista». La más joven del grupo era la pintora Araceli Gilbert Elizalde, sensible y talentosa artista, la primera pintora abstracta entre nosotros.

En los últimos años de su luminosa existencia, Alba nos contaba que Alere Flammam era un grupo de élite: «Estábamos de acuerdo en que Pacciani era un buen escultor, pero en total desacuerdo con la orientación que le daba al movimiento. Conocí ahí al maestro José María Roura Oxandaberro, su hija Judith, Mercedes Concha de Pareja, Ezio Patay, Mario Kirby, Adolfo H. Simmonds, Francisco Huerta Rendón, Manuel Rendón y otros. Nos reuníamos en el salón El Búho, aledaño al edificio del diario El Telégrafo. Luego nos separamos, y los Independientes nos reuníamos bajo la presidencia de Carlos Zevallos Menéndez en los salones Fortich, El Rosado y Gutiérrez: Alfredo Palacio Moreno, Abel Romeo Castillo, Ángel Felicísimo Rojas, Enrique y Antonio Gil Gilbert, Alba Celeste y Rafael Rivas Nevares, Arcadio y Carlos Ayala Cabanilla, Pedro Jorge Vera, Segundo Espinel Verdesoto, Galo Galecio Taranto, Alfredo Pareja Diezcanseco, Joaquín Gallegos Lara, Leopoldo Benites Vinueza, Marco Martínez Salazar, Demetrio Aguilera Malta, Otón Castillo Vélez. Algunos venidos del extranjero colaboraban estrechamente, como Manuel y Paulette Rendón, Antonio Bellolio Pilart, Hans y Else Michaelson, Pacífica Ycaza Aspiazu y el fotógrafo artístico Antonio Hanze Sarquiz…».

Algunos jóvenes rondaban con no disimulada admiración a estas figuras de nuestra cultura, sin duda la pléyade más destacada del siglo XX; muchos de ellos constituyen lo que podemos llamar la Escuela de Guayaquil de las Bellas Artes de la Modernidad y adelantados vanguardistas hacia la postmodernidad.

Entre los jóvenes estaban la escultora Bella Amada López Rodríguez, aceptada por la agrupación; otros eran amigos, como Cristóbal Garcés Larrea, Joaquín Zevallos Menéndez, Jorge Swett Palomeque, Benjamín Urrutia Herrería, Eduardo Borja Illescas, Fortunato Safadi Emén y Hugo Herrería Herrería.

Para 1939 Alba presenta en el Salón de Octubre sus óleos Niña convaleciente, Cabeza y Paisaje (del I al VII); interviene además con dos dibujos al carbón (1 y 2), conformándose su participación de once piezas, en la colectiva que comparte con la profesora alemana Else Angerstein de Michaelson, Segundo Espinel Verdesoto, Galo Galecio Taranto, Antonio Hanze Sarquiz, Bellamada López Rodríguez, Marcos Martínez Salazar, Ángela Name, Alfredo Palacio, Rafael Rivas, Edgard Wright, Miguel de Ycaza Gómez y Carlos Zevallos Menéndez, que totalizan 120 obras.

Alba demuestra una vez más su versatilidad artística capaz de abordar varias temáticas con el mismo nivel pictórico.

El artista y crítico guayaquileño Miguel de Ycaza Gómez comenta: «Son la prueba de que la artista continúa ocupándose con los diversos problemas que el género plantea. Me gusta especialmente, entre sus pinturas, la típica vista urbana del barrio Villamil…».

Realista y expresionista, con una caligrafía de diseño y una composición estupendas que equilibran la ternura y la fuerza dramática de la vida de nuestro pueblo, a su propio aire, tiene los mismos méritos de los mejores de su tiempo en esa dedicación: Camilo Egas, Piedad Paredes, Leonardo Tejada, Diógenes Paredes, Segundo Espinel, Galo Galecio, Alfredo Palacio, César Andrade Faini, Eduardo Kingman, Luis Moscoso Silva, César Valencia, Bolívar Mena Franco, Oswaldo Guayasamín, entre otros.

Fueron muchos los que celebraron su talento y capacidad. Rafael Díaz Ycaza lo dice en su poema «Presencia de Alba»: «… Alba de la esperanza más cercana…». Ese entusiasmo y ese fuego interior de la bella esmeraldeña ocasionó que Enrique Gil comentara con su prima Araceli Gilbert, luego de conocer a Alba: «… Esta joven es una fiera…», como intuyendo que sería la compañera de su vida.

En el año 1938, Alba contribuye a poner a punto los viejos salones del Correo, en las calles Pichincha y Francisco de Paula Ycaza: «… Ahí Paulette y yo principalmente limpiábamos y decorábamos todo para las exposiciones. Cuando estaba en Guayaquil nos ayudaba mi prima política Araceli Gilbert, una excelente artista y entusiasta como nadie para la gestión cultural». En el Salón del 38 nuestra pintora presentó tres óleos y un carboncillo. También expusieron Segundo Espinel, Héctor Martínez Torres, Marco Martínez Salazar, Manuel Rendón Seminario, José Roura Oxandaberro, Judith Roura Cevallos, Bolívar Ollague, Ezio Patay, Enrico Pacciani y Alfredo Palacio.

«… Siempre he sido una pintora figurativa dentro de la línea del realismo y me ha gustado hacer retratos y pintar a los campesinos en sus faenas agrícolas…» «… Los que más se lucían eran nuestros caricaturistas: Galo Galecio, Rafael Rivas y mi cuñado Antonio Gil Gilbert. Hacían excelentes caricaturas en dos y tres dimensiones…».

«… Yo pintaba diariamente por las mañanas y las tardes, exponía siempre en muestras colectivas y terminaba regalando mis obras…» «… También actuábamos en nuestra política del Partido y los fines de semana salíamos al campo, en labores políticas a todo el Litoral, o a pasear a la isla Santay, Posorja o Data. En la isla, las haciendas de la familia Gilbert se dividieron. A mi suegra Aleja, de la partición de Chojagüe, le tocó Tiramanco. Íbamos a pescar, coger cerezas, preparar ollas de arroz con leche. Vinieron de Europa los Rendón y los Michaelson y entraron al grupo. Eran grandes amigos y fueron parte de la felicidad de nuestra juventud. Enrique fue rico, pero finalmente nos quedamos sin nada y no nos importó. Vendió su parte de terreno y ganado y, con este dinero, ‘Mama Aleja’ nos compró la villa de Lorenzo de Garaycoa y Azuay…».

Muchos amigos destacados de otros países visitaban el país y al llegar a Guayaquil buscaban inmediatamente a la SAEI. Unos nos visitaban por poco tiempo, otros residieron entre nosotros. Podemos citar, de memoria, una parte de ellos: Arqueles Vela, vanguardista de los Estridentistas de México; Pablo Neruda, Manuel Enrique Cazón, Lilo Linke, Francisco Ferrándiz Alborz, Antonio Jaén Morente, Luis Jiménez de Azúa, Ezequiel González Más, León Felipe Camino, Juan Marinello, Juan José Arévalo, Henry Wallace, John Dos Passos, Bertha Singerman, Gabriela Mistral, Totó Minut, Dalia Íñiguez, Tórtola Valencia, Vicente Lombardo Toledano, Olga Fisch, Carlos Kohn Kagan, los esposos Alfredo y Ruth Czarninski, Jan Schreuder, Lloyd Wulf, Karen Dishington, Iska Kraal, Venturelli, Kurt Müller, René Alis, Omar Rayo, Juan Carlos Castagnino, Manuel Viola, Volodia Teitelboim, Edmundo González del Real.

Los activistas principales de los Independientes, encabezados por Alba de Gil, en solo veinticuatro horas organizaron una exposición colectiva de homenaje a David Alfaro Siqueiros, a su paso por Guayaquil en 1940, lo que el muralista agradeció enalteciendo la gran calidad de artistas participantes, los Michaelson, Bellolio, Roura Oxandaberro, Rendón, Kingman, Galecio, Palacio, Alba, Espinel, Rafael Rivas, Pacífica Icaza Aspiazu, Antonio Gil, Araceli Gilbert, etc.

Volviendo a Alba, si nos detenemos frente a su pintura Familia trabajando, de 1939, apreciamos que hay un balance de forma y color exacto e integrado que comunica al espectador la atmósfera de esfuerzo colectivo y unidad del grupo, ya que el personaje es el conjunto familiar. La resolución cromática, de valores cálidos y brillantes, se vuelve un canto a la faena a la luz del equinoccio, lo mismo que en su Costurera de 1940.

Con razón afirmó siempre que «el pueblo era su modelo», lo que ratifica en muchos otros cuadros como Cosechadoras o Escogedoras de café (1939). En el XI Salón de Mayo (1940) exhibe, entre otros trabajos El niño carbonero. Años más tarde el experto Hernán Rodríguez Castello escribe:

Es obra de realismo fuerte y tierno, en un clima de color oscuro: ocres, sienas, quemados, tierras. Solo son claros un trozo mínimo de cielo y otro, aún menor, de agua…

Con Enrique Gil en Nueva York 

Cuenta la pintora: «En 1941, Enrique obtuvo un Segundo Premio Internacional de Novela en Nueva York y viajamos a recibirlo a los Estados Unidos. El primer premio fue para Ciro Alegría y el tercero, para el brasileño Carneiro. Los diez mil dólares que le tocaron a Enrique sirvieron para acompañarlo a las conferencias y homenajes que les dedicaron. Asistimos a la gran cena de premiación en el Waldorf Astoria. Le ofrecieron la cátedra de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Columbia. Después estuvimos en Boston, Washington y otras ciudades principales de la costa atlántica durante casi seis meses, pero al enterarnos de la invasión peruana, volvimos a toda prisa en el vapor Imperial y me dediqué por entero a conseguir ayuda: ropa y comida para los refugiados orenses en Guayaquil…».

A partir de 1940, los Independientes efectuaban su salón octubrino en el segundo piso de diario El Universo que los acogió, por el apoyo del intelectual Francisco Pérez Castro. Uno de sus columnistas más destacados, Leopoldo Benites Vinueza, el literato porteño que fue más tarde Presidente de la Asamblea de la ONU, miembro de los Independientes, el 2 de octubre de 1943 escribe en la página editorial «Expositores del IV Salón de Octubre», al referirse a nuestra artista: «Hubiera sido fácil que en ella dominara el acento revolucionario del cartelismo si no estuviera templado por un innato sentido artístico que hace que, sin subordinar el arte a una mera forma de propaganda, sea al mismo tiempo una manera de expresar la injusticia social pintando el drama cotidiano de la miseria…». «Los cuadros que ahora expone con un indudable progreso, Los cosechadores, por ejemplo, tiene una tal riqueza de colorido, que da una impresión de euforia. Contrasta, en cambio, la tristeza de las barriadas pobres, la miseria que grita y se retuerce en los barrios de carboneros ‒El Varadero, Aguaje, Carbonera, Casa de leñadores‒ y la tristeza de la carne hambrienta en cuadros como Chico carbonero, y en dibujos como Hermanos y La jorga. Sus estudios de cabeza son firmes, sin vacilación…».

No obstante haber trabajado con tesón en el arte solamente un poco más de dos décadas, Alba Calderón está en la Historia del Arte Moderno en el Ecuador y es pilar de la Escuela de Guayaquil del siglo XX, con todo derecho.

Años en que abandona la pintura

«Viajábamos mucho con Enrique. Vivimos seis meses en Nueva York, en el Greenwich Village. Íbamos a las reuniones en las buhardillas con artistas y poetas de todas partes, sentados en cajas de madera y alumbrados por velas. Francamente a mí me cansaba esa vida que solamente es linda momentáneamente. Max Jiménez me consiguió una exposición individual en el Comodoro Hotel. Presenté unos treinta cuadros que había pintado durante más de un año, algunos de gran formato. Fue exitosa la inauguración. Tuvimos que volver al Ecuador, dejando la muestra en manos de Leonidas Avilés Robinson en quien confiábamos como un hermano. Dio por perdido todo, por más que tratamos de recuperar la obra por intermedio del cónsul en Nueva York, Alfonso Rojas. La pérdida de los cuadros y la falla del amigo me decepcionaron del arte. Nunca había pintado para vivir de ello –aunque lo comprendo en los demás–. Casi todos mis cuadros los he regalado. Vendí cuatro o cinco a museos, dos en Estados Unidos, uno en Perú y otro en Chile. Resolví, desde la defraudación señalada, dedicarme por entero a la militancia política y social, escogiendo voluntariamente ejercer la difícil profesión de revolucionario: dar todo a cambio de nada en lo personal…».

Aunque dejó la pintura como profesión, cualquier cosa que tocaran sus manos tenía calidad estética. Por ejemplo, cuando la ONU declaró a 1975 como Año de la Mujer, Alba diseñó una viñeta por cada mes de aquel año: un dibujo simple a línea, a manera de ilustración. Anteriormente había confeccionado muñecas artesanales artísticas con el maestro Segundo Espinel Verdesoto, cuyo centenario también celebramos este año 2008.

Por los años 50, en el centro de Guayaquil, en las calles Luque y Escobedo instaló en asocio con la maestra Judith Gutiérrez Moscoso un pequeño bazar de artesanías artísticas llamado Punaes, que vendía desde tarjetas y pinturas de pequeño formato del joven pintor Félix Aráuz Basantes, hasta títeres, insignias, camisetas y otras prendas estampadas; objetos de cerámica, todos manufacturados con diseños propios, lo que indica su capacidad para los trabajos de artes decorativas y aplicadas. Las corbatas, faldas, platones de barro pintados, gorras y demás, rescataban algunos dibujos de grecas, pintaderas, sellos, vasijas e idolillos prehispánicos, con trazos y formas actuales.

Todo espacio que debía ser ocupado por el público en cualquiera de los frentes sociales de su actividad, al ser arreglado por Alba mostraba una fina estética: a veces con los mismos elementos que existían previamente, en un espacio dado, lograba la belleza con el puro talento de sus manos. Hasta los uniformes de las integrantes del Coro Universitario que su hijo Enrique, músico, director de coros, creó y dirige, ganaban grandiosidad cuando los diseñaba Alba.

La Alianza Democrática Ecuatoriana y los Comités Femeninos de ADE

Después de la invasión peruana y la gran influencia del Frente Único contra el fascismo en el mundo entero, el descontento ante el gobierno oligárquico de Carlos Arroyo del Río se hizo casi unánime. Se formó una amplia coalición progresista llamada ADE (Alianza Democrática Ecuatoriana), en la que estaban representados todos los partidos y movimientos políticos y sociales del país (desde los conservadores hasta los comunistas). La encabezaba el abogado y político guayaquileño Francisco Arízaga Luque. Se vivía un estado de dictadura casi absoluto (persecuciones, estado de sitio, espionaje, torturas). La generalidad de los artistas e intelectuales apoyaban a ADE que tenía como candidato posible a José María Velasco Ibarra.

Alba recuerda: «Paralelamente funcionaba un Comité Antifascista que presidía Alfredo Palacio Moreno. Me pidió que hiciera un dibujo para un grabado sobre el tema. Lo hice, y Galo Galecio, a cuyo cargo estaba la revista, lo publicó en la portada. Recuerdo que se titulaba ‘Pasaron los Junkers’…».

«El 43 organicé con otras compañeras los comités femeninos de Acción Democrática Ecuatoriana, que luchaba por Velasco Ibarra. El entusiasmo era general: solamente el Comité Femenino La Pasionaria contaba con casi 2.500 mujeres que hacían propaganda electoral, vendían bonos de puerta en puerta y llevaban comida a los velasquistas presos. Al triunfar la revolución el 28 de mayo de 1944, ADE me designó su delegada a la Cruz Roja y luego fui concejal del cantón. En esa calidad me tocó organizar LAE (Liga Alfabetizadora Ecuatoriana). Dentro de las tareas revolucionarias siempre me gustó trabajar en el movimiento feminista, ayudar a los niños pobres y al movimiento pacifista alfabetizador…».

Muchas conquistas obtuvo, pese a todo, esta revolución traicionada: mayor pureza del sufragio, LAE y la alfabetización masiva, fundación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, de la Confederación de Trabajadores del Ecuador (CTE), de FTAL (Federación de Trabajadores Agrícolas del Litoral), de la FEUE (Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador), de la FEI (Federación Ecuatoriana de Indios), importante antecedente de la actual CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador).

Después de regresar de un Encuentro Feminista en Estocolmo, Alba fundó la Unión de Mujeres del Guayas en 1953. La distinguida poeta Aurora Estrada y Ayala de Ramírez fue la presidenta, la profesora Blanca Arce de Salcedo, vicepresidenta; y Alba Calderón de Gil, secretaria general.

Hay poemas de Alejandro Velasco Mejía sobre los atropellos de la policía contra mujeres golpeadas y apresadas como las dirigentes Alba Calderón y Anita Moreno Franco durante la dictadura de Velasco y Guevara Moreno, protagonistas del golpe de estado reaccionario del 30 de marzo de 1946.

Artista, militante, feminista

La artista seguía pintando en forma no sistemática, y creando en varios géneros y modalidades plásticos. Su óleo Casitas (1947) es una muestra válida de su manejo en el paisaje urbano. Es una pintura de fuerte grafismo y composición simple muy bien estructurada.

Esta es una de las principales características de todo el movimiento expresionista ecuatoriano que, como sabemos, ha tenido y tiene muchos cultores entre nosotros. Dentro de esta colosal enrieladura icónica, los artistas adherentes no solamente han tenido muy explicables diferenciaciones entre sí, sino que algunos han pasado a otras posiciones, para volver o no a ser expresionistas en distintos momentos de sus vidas.

Los principales exponentes –que llamamos históricos– se prestan a interesantes clasificaciones entre andinos y tropicales, urbanos y rurales, políticos comprometidos y librepensadores no partidistas, poéticos y cartelistas, descarnados y sentimentales.

Entre la gente de los barrios populares Alba organizó, junto a Judith Gutiérrez, muchos actos y cursos artísticos: los ayudaban a decorar estéticamente los escenarios de sus fiestas.

Volviendo a su cuadro Casitas, este tiene como modelo el barrio Asisclo G. Garay, al que tanto apoyo dio desde su concejalía nuestra artista. Esa obra es de un trazo enérgico. Aquí no usó las manchas policromas sin ningún contorno lineal normativo, porque la propuesta no era de humanidad y sentimiento, sino de fuerte presencia del pueblo suburbano organizado.

Como gestora y promotora cultural tenía una facilidad única para montar escenas y decoraciones de interiores; las ornamentaciones efímeras para actos de su intervención fueron verdaderas instalaciones plásticas. Para el diseño de un botón, un pin, un logotipo, una condecoración, un afiche o una ilustración, no había mejor artista.

Su obra se exhibió en Quito, Lima, Bogotá, Caracas, Santiago de Chile, Nueva York y París. Fue conocida como artista, pacifista, solidaria, feminista y militante revolucionaria en no menos de 60 países. Fue miembro y jugó un papel muy importante en la FDIM (Federación Democrática Internacional de Mujeres) con sede en Berlín.

En 1978 le hicieron un gran homenaje por sus 70 años. La Casa de la Cultura Benjamín Carrión, Núcleo del Guayas, y la Agrupación Cultural Las Peñas organizaron una exposición colectiva de artes plásticas para quien fue miembro fundadora de ambas entidades y vecina del barrio Las Peñas, el más antiguo del puerto.

Recordamos el elenco participante: Gilberto Almeida, César Andrade Faini, Félix Aráuz, Luis Beltrán, Alberto Cadena, Abdón Calderón, José Carbo, Roosevelt Cruz, Alejandro Espinel, Segundo Espinel, Araceli Gilbert, Manuel Guano, Oswaldo Guayasamín, Manuel Jara, Eduardo Kingman, Yela Loffredo de Klein, Estuardo Maldonado, Luis Miranda, Luis Moscoso, Alfredo Palacio, Oswaldo Viteri, Bolívar Peñafiel, Rafael Rivas, Enrique Tábara, Alfonso Uzhca, Pedro Fuentes, Jaime Villa, Antonio del Campo, Theo Constante, Nelly Romoleroux, Luis Wallpher, Marcos Martínez, además de ocho pinturas de la agasajada: Escogedoras de café, Cabeza de niña, Costurera, Antuquito –para su hijo menor–, Escogedoras y tres paisajes. El maestro César Andrade Faini escribe en el catálogo: «… Alba Calderón, que entró desde su adolescencia al mundo del arte, unió el mensaje plástico al mensaje social y sus obras hablan a través de rostros y actitudes porteños que hacen de cada cuadro una protesta…».

Existen muy elogiosas opiniones para su obra de Francisco Ferrándiz Alborz (FEAFA), Miguel Ángel de Ycaza Gómez, Ángel Felicísimo Rojas (RINCONETE), Abel Romeo Castillo, Jorge Salvador Lara, Jorge Enrique Adoum, Rafael Díaz Ycaza, Luis Martínez Moreno (ZALACAÍN), Demetrio Aguilera Malta, Alfredo Pareja Diezcanseco, Bellamada López.

En su artículo «Alba Calderón y el Movimiento de Mujeres en Guayaquil» (Revista de la Universidad de Guayaquil, agosto-diciembre de 1999), Melania Mora Witt registra la vida de Alba en paralelo con el movimiento feminista y social: «… Dos años después de que naciera Alba, en 1910 se reunía en Copenhague la I Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, presidida por Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo. En ella se acordó establecer un día para rendir homenaje a la mujer y se escogió el 8 de marzo para recordar en forma permanente al grupo de 129 obreras textiles de Nueva York que murieron en un incendio provocado para acallar sus protestas, pues se habían declarado en huelga para reclamar una mejor jornada de trabajo y mejor salario…».

Como sabemos la Revolución Liberal Radical, encabezada por Eloy Alfaro, hizo entrar al Ecuador al siglo XX, cinco años antes de que este empezara. Nada mejor para integrar a la mujer a la vida pública que el trabajo y la educación, que fueron las armas al efecto. Según la investigadora Ketty Romoleroux Girón, «… El profesorado normalista jugó un papel de gran importancia en la vida política y en la cultura general, ya que fue el encargado de romper los moldes que perduraban a través de una educación secular, abriendo el camino para dotar al pueblo de una nueva enseñanza, conforme a las reformas introducidas por el laicismo…».

Es el tiempo de la primera doctora y además conquistadora del Derecho de Sufragio para la mujer en 1924, la médica lojana Dra. Matilde Hidalgo de Procel. «La mujer total», según el libro de la historiadora guayaquileña Jenny Estrada Ruiz.

En la época de Alba se produce en el país una evolución vertiginosa, a partir del decrecimiento del modelo latifundista-conservador, abriéndose paso el liberal agro-exportador, vinculado en especial al cacao, y regulado por el comercio exterior y la banca. En general, la biografía de la artista esmeraldeña va de la mano de la historia de la lucha de la mujer por la igualdad de género. La realidad de su país y su gran inteligencia y sensibilidad la condujeron a ello.

La Unión de Mujeres del Guayas

La Unión de Mujeres del Guayas (UMG) fue la primera organización de mujeres entre nosotros. En el directorio, Alba Calderón, Aurora Estrada, Blanca Arce de Salcedo; y entre los miembros que recordamos: Ketty y Piedad Romoleroux, Norma Gallino, Melania Mora, Ana Abad, Judith Gutiérrez, Yolanda Castillo, Isabel y Lil Ramírez Estrada, Mélida González de Luque, Eulalia López, Luz Solís Castro, Teresa Sánchez, Lucía Nieto, Julia Izquierdo de Narváez, Martha Feijoo de Hidrovo, Gladys Ramos, Olga Mora de Quevedo, Leonor Criollo, Olga Ruiz, Jesús Pacheco, Enriqueta Décker, entre otras. UMG tuvo núcleos en cantones y en fábricas, centros barriales y asociaciones campesinas; impulsó la solidaridad con trabajadoras en conflicto por el cumplimiento de conquistas laborales tales como la nivelación de salarios, licencias por maternidad, guarderías infantiles, etc. La historia del movimiento registra: «UMG tiene como uno de sus importantes logros el haber introducido en la ciudad y en el país la conmemoración del Día Internacional de la Mujer. Hoy, que tiende a comercializarse hasta la celebración del 8 de marzo, es difícil comprender las dificultades a las que debieron enfrentarse sus promotoras, quienes efectuaban una labor de convencimiento con cada mujer… Igual batalla libró UMG por la introducción el 1 de junio como Día del Niño y la Familia. Quienes militan hoy en las numerosas organizaciones de mujeres en nuestra ciudad y en el país, tienen en este punto una deuda pendiente con UMG y con sus fundadoras como Alba Calderón, pues lo que es hoy un derecho adquirido, tanto que ni se lo advierte, fue introducido a costa de mucho esfuerzo y sacrificio por aquellas precursoras del movimiento de mujeres…».

La UMG se extinguió durante la dictadura de 1963. Muchos intelectuales de izquierda fueron apresados, algunos torturados y otros fueron al exilio.

Alba sufrió mucho cuando murió Enrique en 1973, expresando que con él se fue la mitad de su vida.

Pero no dejó la lucha. Entre 1973 y 1974 nació el Frente Unido de Mujeres (FUM). Su presidenta fue la maestra Ana Abad; y secretaria general, Alba Calderón. Esta vez aprovechando la oportunidad de un gobierno de cierta apertura, el FUM se inscribió y sus estatutos fueron aprobados por el Ministerio de Bienestar Social.

En 1988, al cumplir 80 años, Alba sintió quebrantos en su salud. Padecía hipertensión de tiempo atrás, y al agudizarse sus problemas físicos debió trabajar menos y cumplir períodos de convalecencia en clínicas. Ese año le organizaron un gran homenaje en el Hotel Ramada, muy sentido y plural, con atmósfera de despedida, en el que grupos diversos y a veces encontrados se unieron para ofrecerle preseas y diplomas, discursos y flores. Alba estaba muy contenta porque aquello significaba un reconocimiento de la generalidad de los actores sociales a su gran labor solidaria con el arte, la paz, las mujeres y los niños, igual que los iletrados y perseguidos. En 1992, cuatro años más tarde, Alba nos dejó.

En su artículo de diario El Universo, de 7 de mayo de 1992, titulado «Vivir y morir junto a la causa que se cree justa», Luis Martínez Moreno, bajo el seudónimo de Zalacaín, escribió: «¿Para qué referirnos a los valores artísticos que alumbró la Sociedad de Artistas y Escritores Independientes, ya que son públicos y notorios? Mas sí al puesto que le tocó ocupar a Alba Calderón como pintora con destino hacia el pueblo…».

Jorge Swett Palomeque sostiene que había una marcada influencia del Paul Cézanne temprano en los primeros cuadros de Alba y que su espíritu de reformadora social competía con su ternura.

Comités Políticos y de Mujeres, así como instituciones educativas, llevan su nombre. En 1999 el Museo Antropológico del Banco Central del Ecuador realizó una exposición de Alba Calderón y una serie de actividades paralelas tales como conversatorios, encuentros y conferencias.

Esta actividad, que la Dirección Cultural Regional del Banco Central del Ecuador ha organizado por su centenario y con motivo del Día Internacional de la Mujer, es muy justa: inspira a sus compañeras de género que están cada vez más cerca de la equidad tan buscada y necesaria; en momentos en que vivimos lo que Frei Betto, el sacerdote dominico brasileño representante de la teología de la liberación, ha denominado «La primavera sudamericana».

Una personalidad tan importante como la de Alba Calderón de Gil, cuya biografía más bien parece una novela, tiene varias facetas descollantes. Si me ponen a escoger, diré que destaca por igual como artista y como luchadora por la equidad de género.

Diez años antes de morir Alba, la Universidad de Guayaquil, en el n. 12 de su colección homónima, publicó «Pintoras de Guayaquil: Alba-Araceli-Judith-Mariella». Escribí entonces lo que hoy reafirmo: que fue una pintora realista expresionista con dibujo y composición estupendos, que equilibra la ternura y la fuerza dramática de la vida misma de nuestro pueblo; que tuvo acertado manejo de la cromática ecuatorial y que fijó su nombre en la historia de las Bellas Artes del Ecuador, junto a los mejores expresionistas sociales.


*Texto e imágenes tomados del catálogo de la exposición autoral de la artista Alba Calderón de Gil, realizada en el MAAC –Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo– de Guayaquil, en el 2008. Texto crítico de Juan Hadatty Saltos.
Agradecemos a Mariella García y Sara Bermeo, del MAAC de Guayaquil, por toda su gentil colaboración para presentar esta Galería Virtual en torno a Alba Calderón. Asimismo, toda la ayuda y el apoyo generoso de Yanna Hadatty Mora, desde México, para concretar este homenaje y reconocimiento a la gran artista y activista ecuatoriana. Los intertítulos incorporados en esta versión digital al texto crítico son nuestros.

Juan Hadatty Saltos (Bahía de Caráquez, 1934-Guayaquil, 2013). Crítico de arte, sociólogo, periodista y galerista ecuatoriano. Fue jurado de los principales salones de arte de Ecuador. En Guayaquil fundó con su esposa, Melania Mora Witt, el Café Galería 78 (1966-1968), y, más adelante mantuvo, en el centro de la ciudad, la Galería del Puerto (1979-2013). Miembro del Centro Municipal de Cultura, de la sección Cine, y  presidente de la sección Artes Plásticas de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Guayas, además de miembro de la Academia Nacional de Ciencias en 1997. Representó al Ecuador en el Directorio de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA).

Entre sus obras pueden citarse Mariano o el optimismo (sobre el pintor cubano Mariano Rodríguez), La Pintura de Luis Miranda; Alfredo Palacio: artista de su tierra y de su tiempo. Destaca su participación como conferencista en la Bienal de La Habana de 1994 con la charla magistral «Manuel Rendón Seminario, un pintor ecuatoriano de l’École de Paris» en el centenario del nacimiento del reconocido pintor. Colaboró con la revista de arte contemporáneo Arco Noticias de España. Miembro del consejo editorial y columnista de la revista Archipiélago vinculada a la UNAM, de México, desde 1997 hasta su muerte. Una parte de sus trabajos inéditos, junto con artículos periodísticos dispersos, están siendo compilados en una edición a cargo de su familia bajo el título La escuela de Guayaquil.