Ensayo:

Literatura afroecuatoriana en clave de diáspora

Álvaro Alemán

El presente texto aborda la temática de tres escritores en clave de diáspora. Dos de ellos son nombres conocidos en la historia literaria del Ecuador: Nelson Estupiñán Bass y Adalberto Ortiz, ambos oriundos de la provincia de Esmeraldas, ambos escritores reconocidos tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. El tercero, Moritz Thomsen, de nacionalidad estadounidense, vivió, trabajó y escribió también en Esmeraldas y murió en el Ecuador a inicios de la década de los noventa. Estos tres autores fueron contemporáneos: Estupiñán Bass nace en 1912, Ortiz y Thomsen en 1914.

LA DIÁSPORA se refiere a la dispersión de gentes lejos de sus territorios ancestrales. Por lo general, el término alude al exilio bíblico del pueblo judío fuera de Israel y su posterior dispersión por el planeta, aunque su acepción ha crecido desde el siglo pasado para incluir múltiples movimientos migratorios, grupos étnicos y filiaciones. De hecho, la lógica misma de la diáspora cuestiona la solidez y necesidad de las identidades fijas. Agrupamos a estos tres escritores en el movimiento oscilatorio de la diáspora, precisamente por la fluidez (para los tres el agua, en particular el río, es un poderoso símbolo de existencia y transformación) tanto de su producción literaria como de su conceptualización de la subjetividad.

La condición diaspórica no es un simple capricho de agrupación para estos autores y más bien responde a una serie de consideraciones que confirman su condición de desplazados. Tres de estas razones: la elasticidad taxonómica o dificultad de clasificación de sus respectivas obras en la historia literaria tradicional, el motivo central del viaje en sus respectivas temáticas y la dinámica tanto personal como literaria del re-asentamiento que estructura su discurso. Examinemos cada una por separado.

Historias transnacionales

La presencia de Nelson Estupiñán Bass y Adalberto Ortiz en la literatura ecuatoriana parecería ser un hecho incontestable, descontado de antemano por su «obvia» filiación como sujetos nacionales. Ambos han sido, de hecho, postulados al premio Nobel de Literatura desde su condición ecuatoriana. Al mismo tiempo, sin embargo, sus respectivas obras han sido apropiadas desde el último tercio del siglo pasado por un poderoso movimiento cultural panafricano que ha sido responsable no solo de la difusión de sus respectivas obras fuera de nuestras fronteras sino también hacia otras lenguas. De hecho, la bibliografía académica que se ocupa de la obra de estos autores, además de copiosa, internacional y multilingüe, los sitúa claramente al interior de un mapa histórico literario intercontinental1 que busca dar cuenta de la experiencia de la diáspora africana en el continente americano en su totalidad y que ve en lo ecuatoriano un caso paradigmático y transfronterizo. La literatura de Estupiñán Bass y de Ortiz es, adicionalmente, una literatura que parte del contacto de estos autores con el movimiento internacional de la Négritude y que dialoga con él, como se puede apreciar en el volumen 7 de Re/Incidencias2.

Todo esto presenta un curioso problema para la literatura ecuatoriana como proyecto: por un lado, se trata de una literatura nacional (es decir, de incorporación de la población heterogénea del país hacia un modelo de «mestizaje» incluyente); por otro, la producción textual de estos autores los proyecta hacia territorios e imaginarios extranjeros y, en ciertas instancias, afrocéntricos. Resulta así que la literatura de estos autores es una literatura incómoda, excéntrica, distinta.

Al mismo tiempo, y para complicar más aún el asunto, la filiación puramente «ecuatoriana» de la literatura de ambos autores se enfrenta con el problema de la permeabilidad de la frontera entre Ecuador y Colombia. La región costanera del pacífico norte de Sudamérica, desde Panamá hasta el norte del Ecuador contemporáneo, estuvo integrada durante buena parte del período colonial por una historia de Palenques3. Los lazos familiares y culturales entre miembros de la región persisten hasta el presente, y la artificialidad de la frontera entre Esmeraldas y «Colombia» se marca en las obras de ambos autores.

El caso de Moritz Thomsen es distinto, pero similar en algunos aspectos. Thomsen llega al Ecuador en 1965 como uno de los primeros voluntarios del Cuerpo de Paz y permanece hasta 1991, el año de su muerte. Durante su estancia ecuatoriana, Thomsen escribe y publica cuatro libros que alcanzan una modesta, pero importante audiencia internacional. Con la excepción de uno de ellos –My Two Wars, publicación póstuma–, su obra trata casi exclusiva, obsesivamente, sobre su experiencia en Esmeraldas como agricultor. El escritor hondureño Roberto Sosa habla de «escritores en litigio» o escritores «reclamados» como suyos por países distintos. Ciertamente, la obra de Thomsen es tan «ecuatoriana» como «estadounidense», si es que esos son términos productivos para hacer referencia a la fecunda obra de este autor, él también diaspórico4.

El viaje 

Aunque una comparación exhaustiva de la producción de estos tres autores no forma parte de estas breves consideraciones preliminares, un abordaje a las obras emblemáticas de cada uno podría ilustrar la centralidad del tropo del viaje en el conjunto. Estas son Juyungo (1943) de Adalberto Ortiz, Cuando los guayacanes florecían (1954) de Nelson Estupiñán Bass y Living Poor (1968) de Moritz Thomsen.

La novela Juyungo de Adalberto Ortiz consiste, desde su inicio, en una serie de desplazamientos para su personaje principal, Ascensión Lastre. Lastre abandona el lugar paterno, trabaja como contrabandista, vive entre los Cayapas, se incorpora a diversos grupos de obreros, se asienta en la isla de Pepepán, se enrola en el ejército ecuatoriano y finalmente encuentra la muerte empuñando armas. Juyungo consiste en múltiples expulsiones: del seno familiar, de la comunidad Cayapa, de la isla de Pepepán y finalmente de la vida. Juyungo es así, entre muchas otras cosas, una novela de exilio, de desplazamientos. El antropólogo Donald Martin, que extiende la noción de diáspora para incluir el movimiento de las personas a través de territorios, espacios y tiempos, postula: «El fenómeno de la diáspora parece incluir tanto aventuras epistemológicas hacia el espacio conceptual, como la marcha ‘real’ a través de coordenadas espaciales, territorios o regiones» (la traducción es mía).

Cuando los guayacanes florecían de Nelson Estupiñán Bass narra el exilio de la guerra de Carlos Concha (un escenario diaspórico por antonomasia, que aparece en las obras de estos tres autores), que enfrenta a liberales y conservadores y que dispersa personas, ideas, modelos de conducta, percepciones, afectos y filiaciones. La novela de Estupiñán Bass, como la de Ortiz, presenta un tono elegíaco acompañado de una pulsión utópica en busca de un territorio, de un lugar justo y armónico expresado en la belleza y calma de la naturaleza. Pepepán, los guayacanes en flor, son así, para ambos autores, símbolos a la vez del desencuentro y de la sincronía añorada entre seres humanos y un mundo mejor.

El caso de Living Poor de Moritz Thomsen presenta interesantes paralelos con las obras arriba mencionadas. El subtítulo de la obra es «Una crónica del Cuerpo de Paz» –devenida en corto tiempo manual de lectura obligada para los voluntarios de esa asociación– y de hecho la obra inicialmente se postula como el registro del proceso de desplazamiento cultural al que el autor se somete por decisión propia. Se trata de una obra perteneciente a los llamados «géneros de realidad» (biografía, crónica, testimonio, etc.), en tanto los sucesos descritos tuvieron lugar, aunque el documento se ocupa fundamentalmente de procesar la realidad vivida, de convertirla en relación. En aquello, Thomsen comparte con Estupiñán Bass una predilección por difuminar la línea divisoria entre realidad y ficción, una orientación que Henry Richards señala con gran solvencia en La jornada novelística de Nelson Estupiñán Bass (1989). Ese movimiento entre realidad y ficción, que podría caracterizar la búsqueda empedernida de los personajes centrales de las tres obras aquí en discusión, de la realidad degradada del presente hacia la consolidación de una fantasía inicial (la independencia, la revolución, la pobreza purificadora) que no es sino el retorno al hogar, afirma esencialmente la naturaleza diaspórica del proyecto de estos tres autores.

El relato de viaje tiene también un efecto adicional, visto en conjunción con la dificultad taxonómica que comentamos previamente. El viaje y las experiencias que desata contribuyen poderosamente a minar la solidez epistemológica de una perspectiva fija y a sustituir la certeza por la duda. El resultado final consiste en un relativismo cultural, una matriz de interculturalidad que no puede evitar poner en crisis la centralidad del nacionalismo como criterio de estabilización de nuestra literatura.

Re-asentamiento

Las tres obras comparadas arrojan un saldo adicional al examinarlas en conjunto. Las tres interpretan la vida desplazada en términos de continuidad en lugar de rupturas, de reenraizamientos en lugar de desenraizamientos. La escritura es el lugar donde estas continuidades y enraizamientos tienen lugar.

La palabra «diáspora» reconoce el desplazamiento físico a través de fronteras geográficas, nacionales y culturales. A veces hace referencia a los movimientos de personas de un lugar de origen a otro lugar de asentamiento. Lo que observamos en los tres textos referenciados es la manera en que las relaciones humanas desdibujan las fronteras nacionales y las especificidades. En este contexto, diáspora significa que vivir y formar parte de un segundo hogar se ha convertido en una parte fundamental y fluida de la experiencia de un ciudadano diaspórico.

El antropólogo James Clifford dijo del poeta e intelectual de Martinica Aimé Césaire: «tal vez no exista retorno, para nadie, a su lugar de origen, solo notas de campo para su reinvención». La literatura de Ortiz, Estupiñán Bass y Thomsen, en este sentido, consiste en notas de campo indispensables para imaginar la interculturalidad en el Ecuador.

(In)visibilidad

                     Apenas la gente divisa una lente grande y negra, se preocupa sobre lo que está haciendo, sobre su apariencia. Nadie ve a la persona que sostiene la cámara.
Erica O’Rourke, Torn
Las páginas aún están en blanco, pero existe una sensación milagrosa de que las palabras están ahí, escritas en tinta invisible y clamando por volverse visibles.
Vladimir Nabokov

En 1904 el escritor estadounidense Jack London publicó una narración fantástica con el título La sombra y el destello (The Shadow and the Flash). Es un relato sobre dos jóvenes de familias adineradas, Paul y Lloyd. Ambos compiten entre sí de forma cada vez más intensa para demostrar quién es superior a su contrincante. Cada uno quiere superar al otro demostrando que su ingenio es más agudo que el de su oponente en todo cuanto emprende. Una vez que los dos han completado sus estudios universitarios, y sin tener que ejercer una profesión para ganarse la vida, se encuentran nuevamente compitiendo por producir un método para lograr la invisibilidad. Paul decide hacerlo inventando una pintura de color negro perfecto, al sostener que tal pigmento neutralizaría el reflejo de la luz al absorberla y volvería a los objetos invisibles. Por su parte, Lloyd busca el modo de hacer que un cuerpo físico sea completamente transparente, que la luz, en lugar de reflejarse en su superficie, la atraviese. Cada una de estas hipótesis es sometida a pruebas rigurosas y finalmente tanto Paul como Lloyd generan prototipos. Ninguno de los métodos resulta perfecto y así Paul, aunque  indetectable al ojo, genera una sombra, y Lloyd, aunque carece de sombra, produce destellos de luz al moverse. Hacia el final del relato ambos personajes luchan entre sí y mueren como resultado de su neurótica rivalidad.

Aludo a este texto olvidado (entre los menos felices relatos del autor estadounidense) por su notable capacidad de señalar las distintas vías para alcanzar la invisibilidad y por ser también el primer relato en vincular, de manera explícita, invisibilidad con etnicidad. Cito:

Tras prolongada y continua aplicación a su empeño, cuando la tensión de su mente y cuerpo se hacía insoportable, Lloyd Inwood tenía un extraño método para relajarse. Le daba por asistir a combates de boxeo. Y fue con ocasión de una de estas brutales exhibiciones, adonde me había llevado para hacerme partícipe de sus últimos resultados, cuando su teoría recibió una sorprendente confirmación.

–¿Ves a ese sujeto de patillas rojas? –preguntó, al tiempo que señalaba más allá del cuadrilátero hacia la cuarta y quinta fila de asientos del lado opuesto–. ¿Y ves también a su vecino del sombrero blanco? Bien, media un espacio entre ellos dos, ¿no es así?

–En efecto –respondí–. Hay una plaza vacía entre ambos. El espacio, pues, corresponde a este asiento desocupado. –Se inclinó hacia mí y me habló con toda seriedad.

–Entre el individuo de patillas rojas y el de sombrero blanco está Ben Wasson. Me has oído hablar de él. Es el púgil más inteligente de su peso en el país. Es también un negro caribeño, sin mezcla de sangre alguna y el más obscuro de los Estados Unidos. Lleva un abrigo negro hasta el cuello. Lo vi cuando hizo su entrada en la sala y fue a ocupar su asiento. Tan pronto como lo hizo, desapareció. Observa atentamente; quizá sonría.

Me disponía a cruzar al otro lado para verificar la declaración de Lloyd, pero este me detuvo.

–Espera –dijo.

Así lo hice, con la mirada fija en el lugar señalado, hasta que el sujeto de patillas rojas se volvió como para dirigirse en animada charla al asiento desocupado; y entonces, en aquel espacio vacío, vi el blanco de un par de ojos y del doble arco de unas piezas dentarias, y por un instante creí poder distinguir efectivamente el rostro de un negro. Extinguida la sonrisa, no obstante, aquella visibilidad se perdió y la plaza volvió a parecerme vacante.

–Si fuera perfectamente negro, podrías sentarte a su lado y, sin embargo, no lo verías –dijo Lloyd; y confieso que la ilustración recién apreciada había sido lo suficientemente impresionante como para convencerme del todo.

London efectivamente menciona un vínculo entre lo negro, afro, concebido como materia prima de la invisibilidad, y la apercepción. Un segundo elemento del fragmento tiene que ver con la ruptura de la invisibilidad por medio de la risa, o si se quiere, de la comicidad. De hecho, la historia de la representación de los africanos en Occidente va de la mano de su aparición en la literatura como objetos de sorna y del ridículo, como dice Baltasar Fra Molinero sobre la imagen de los negros en la literatura española del Siglo de Oro:

El negro de la literatura (…) no es visto como amenaza porque está solo, no pertenece a un grupo social con cohesión interna como las otras minorías. Los negros, por razón de ser en su inmensa mayoría esclavos, no poseían poder social o económico digno de causar miedo o preocupación. Un grupo de individuos sin poder era equiparable a un grupo de niños, y como niños los quería ver la mayoría blanca. La risa y el tono humorístico fueron las respuestas literarias a la esclavitud de los negros, que eran representados como seres graciosos o inocentes.

La aparición de los negros en la literatura ecuatoriana sigue una trayectoria similar, es nuestro costumbrismo el que, en obras como «El negro calculador» o «El triunfo del negro», de José Antonio Campos, presenta un perfil inofensivo, calmo y gracioso que será desafiado, a partir de los treinta y cuarenta del siglo pasado, primero por nuestros realistas y después por Estupiñán Bass y Ortiz.

Dejando esta digresión a un lado, la invisibilidad como temática en la literatura afroamericana se consolida con la publicación en 1952 del libro del usamericano Ralph Ellison, El hombre invisible. La invisibilidad había estado asociada, históricamente, previo a aquel momento histórico-literario, con consideraciones éticas relativas al poder. Desde por lo menos La República de Platón, cuando Glauco diserta sobre el anillo de Giges (que confiere a quien lo porta el poder de ser invisible) y señala por medio de esa fábula la naturaleza inherentemente impropia de la humanidad, la invisibilidad ha sido emblemática del abuso de poder. Así lo vemos en El hombre invisible de H.G. Wells, en El Señor de los Anillos de Tolkien, en El secreto de Wilhelm Storitz de Julio Verne y en muchas obras adicionales de los siglos XIX y XX. Ellison es el primer autor moderno en aludir a la invisibilidad como condición involuntaria sufrida por grupos humanos enteros, en detrimento de sus intereses; en otras palabras, en pensar la invisibilidad en un sentido negativo y social5. La novela de Ellison se puede leer como un comentario extenso sobre la ceguera del poder sociocultural constituido y también como el progresivo entendimiento de su protagonista sobre los «usos de la invisibilidad». El protagonista entiende hacia el final la incompatibilidad radical existente entre «realidad» e identidad y establece las condiciones de su futura existencia: la creación de un mundo distinto y de un destino diferente por medio de la imaginación. El vehículo para aquello que atraviesa toda la obra es la escritura misma.

La invisibilidad consiste entonces en un tropo, un dispositivo narrativo sutil y poderoso, como dice Donald Martin:

La invisibilidad no es un asunto de absolutos, de todo o nada, más bien se trata de una utilización flexible u ocasional de poder, política y posicionamiento social que debe ser configurada como una práctica rutinaria capaz de instalarse en el flujo de la vida cotidiana. Es un grupo de prácticas sociales y culturales estratégicas y una parte integral del proceso de significación; es el poder de ejemplificar o, como en las más ominosas intrigas políticas, «de desaparecer» (la traducción es mía).

Quisiera sugerir que los tres escritores ponderados en el presente estudio siguen, parcialmente, estrategias de invisibilidad/visibilidad que les permiten tanto la visibilización de la realidad afroecuatoriana ajena a la mayor parte de la población ecuatoriana letrada, como la «invisibilización» de sus propios mecanismos narrativos. De hecho, los tres operan al interior de una cultura «invisible» (la afroesmeraldeña) en tanto esta se mueve dentro del ámbito de la oralidad. Será la «literatura» entonces, para los tres, el dispositivo mejor posicionado para revelar la experiencia de los hombres y mujeres que les ocupan.

Estupiñán Bass y Ortiz se inician así en el quehacer literario a través de su decisión de hacer una literatura negra, ambos concuerdan en señalar la poesía «negrista» de Emilio Ballagas y en particular su Antología de la poesía negra hispanoamericana (1935) como el punto de partida de su vocación artística. Estupiñán Bass y Ortiz aspiran a una identidad literaria negra, provocada por su adherencia a la agenda poética hispanoamericana que los llama hacia el principio de sus respectivas obras. Esa convocatoria, que inicialmente perciben como un mecanismo de visibilización tanto de la cultura afroamericana como de sus propias experiencias vitales, luego será abandonada (repudiada agresivamente por Ortiz, dejada de lado a favor de nuevos descubrimientos por Estupiñán Bass) ante la comprensión de que esa forma expresiva constituye a su vez una invisibilidad distinta y también onerosa.

Al mismo tiempo, ambos escritores esmeraldeños participan de una segunda forma de invisibilidad/visibilidad: el realismo social ecuatoriano, que los acoge con brazos abiertos junto con nuevas promesas de visibilidad, de «denuncia». El discurso del realismo homogeniza la producción literaria de los treinta y cuarenta por medio del discurso crítico imperante: la condición afroecuatoriana de ambos escritores se desdibuja ante el discurso marxista bajo la fórmula repetida reiteradamente como mantra en Juyungo: «antes que la raza, la clase». Pese a todo, la originalidad y la búsqueda permanente de ambos autores6, su condición diaspórica, los des-invisibiliza a nivel internacional, aun ante los esfuerzos de la crítica local que difícilmente observa su diferencia.

La obra de Thomsen observa una trayectoria diferente. Thomsen se decide, bajo los términos del relato citado de Jack London, por la opción de la transparencia. Sus libros no son sino esfuerzos cada vez más intensos por mostrar su propia circunstancia incierta ante una cultura y una sociedad radicalmente distinta a aquella que lo vio nacer. La crítica de su obra coincide en señalar la manera en que se somete al despiadado juicio de su propia mirada. Tanto Living Poor (1969) como The Farm on the River of Emeralds (1978) son obras que examinan sin miramientos el lugar incómodo y artificial que Thomsen ocupa dentro de comunidades afroesmeraldeñas marginales. Thomsen visibiliza su propia transparencia, se denuncia a sí mismo como personaje y de esa manera impide que sus lectores glosen por encima de su desconcertante presencia y juzguen a las comunidades e individuos representados fuera de ese contexto de descubrimiento. La lucha de Thomsen por des-invisibilizarse, precisamente para alumbrar las vidas que le rodean, es paralela a la de sus contrapartes esmeraldeños que se esfuerzan inicialmente por adquirir la condición de intelectuales negros para así poder conjurar una cultura invisible para el resto de los ecuatorianos.

Por último, la obra de estos tres autores se puede leer como una obra de traducción cultural, como el ejercicio de trasladar la cultura afroecuatoriana, en toda su inmensa riqueza y complejidad, hacia la incierta orilla de la letra escrita. En ese proceso, como es normativo por lo general en Occidente, el traductor tiende a «desaparecer» ante la inminencia de un mundo exótico y de pronto accesible gracias a su esfuerzo. La relativa poca visibilidad de estos tres escritores en ese sentido se puede ver como el triunfo de sus respectivas iniciativas por visibilizar la realidad político-económica y cultural de la sociedad afroecuatoriana para así humanizarla7. Pese a su enorme esfuerzo, el continente de la representación de lo afroecuatoriano, como lo ha demostrado Jean Rahier, permanece atribulado entre las antípodas de lo primitivo y lo exótico8. En un momento histórico en que la selección ecuatoriana de fútbol, formada en su mayoría por afroecuatorianos, se ha constituido en el principal referente de la identidad nacional ecuatoriana, el desencuentro entre la representación y la realidad requiere importantes intervenciones que permitan comprender, en términos concretos y productivos, la potencialidad de una identidad informada por la afrodescendencia. En ese sentido, las contribuciones de Adalberto Ortiz, Nelson Estupiñán Bass y Moritz Thomsen constituyen un recurso invalorable para imaginar aquellos espacios que hasta aquí han sido condenados a una invisibilidad yerma y que claman por la complejidad de la sombra y del destello.

[1] Ver por ejemplo, solo en la tradición angloamericana: Walker, Michael Lee, «The Black Social Identity in Selected Novels of Nelson Estupiñán Bass and Adalberto Ortiz» (1977) y Jackson, Richard, The Black Image in Latin American Literature (1976), en donde lo «negro» es concebido históricamente como una construcción social paralela (a veces igual a veces distinta) a experiencias similares en otras partes del Continente, o del planeta.
[2] Ver los ensayos respectivos en la sección «Documentos» del mencionado volumen: «Mensaje a Esmeraldas» de Nelson Estupiñán Bass y «La negritud en la cultura latinoamericana y ecuatoriana» de Adalberto Ortiz.
[3] Consultar por ejemplo: Zuluaga, Francisco (1988), «Cimarronismo en el Sur-occidente del antiguo Virreinato de Santa Fe de Bogotá», en: Rafael Savoia (coord.), El negro en la Historia y del sur de Colombia,  Quito, Centro Cultural Afro-Ecuatoriano, pp. 227-244.
[4] Otros autores «problemáticos» para nuestra historiografía literaria: Olmedo, reclamado por el Perú, el padre Juan de Velasco, según Benjamín Carrión ‘nuestro primer novelista’, junto con los demás ’jesuitas del extrañamiento’, Juan Montalvo por su prolongada estancia en Ipiales, los poetas Alfredo Gangotena, que escribió la mayor parte de su obra en francés, y Jorge Carrera Andrade, poeta perpetuamente itinerante.
[5] Piel negra, máscaras blancas, de Franz Fanon, también de 1952, un comentario en clave psicoanalítica del colonialismo europeo, marca el mismo territorio aunque Ellison seguramente no conoció esta obra, escrita originalmente en francés.
[6] La obra de Henry J. Richards es emblemática de aquello en el caso de Estupiñán Bass. Ver La jornada novelística de Nelson Estupiñán Bass: búsqueda de la perfección, Quito, El Conejo, 1989.
[7] Tal vez por aquello tanto Thomsen como Ortiz vertieron parte de sus considerables talentos hacia el ámbito de la plástica.
[8] Ver por ejemplo Jean Rahier «Mami qué será lo que quiere el negro: representaciones racistas», en la revista Vistazo, 1957-1991». Consultable en http://www.flacso.org.ec/docs/sfracrahier.pdf
Fotografía inicial: Proyecto AFRO DI SÍ ACA. Visiones Afirmativas del Pueblo Afroecuatoriano, 2012.

Álvaro Alemán
Crítico literario y cultural ecuatoriano. Doctorado en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Florida, en Gainesville. Actualmente es Coordinador de Literatura en la Universidad San Francisco de Quito. Ha trabajado en sus ensayos y estudios temas de la literatura ecuatoriana del siglo XX, crítica y teoría literaria, propiedad intelectual e historia pública.

El presente texto fue parte del estudio introductorio al volumen 7 de Re/Incidencias, del Centro Cultural Benjamín Carrión, publicación dedicada a la relectura y revalorización de la obra de Nelson Estupiñán Bass, Adalberto Ortiz y Moritz Thomsen en el contexto de la literatura afroecuatoriana, sus problemáticas, complejidades y particularidades específicas. El volumen se publicó en el año 2013.