Ensayo:

Un retrato de Benjamín Carrión

Romina Muñoz Procel

HACE poco se publicó el libro Pasiones de un hombre bueno del escritor Francisco Febres Cordero. Me llevó a recordar tres imponentes cuadros del Centro Cultural Benjamín Carrión, ubicados, por lo general, en la parte principal de su auditorio. Se trata de los retratos de Benjamín Carrión, Águeda Eguiguren y Gabriela Mistral, realizados por Oswaldo Guayasamín en los cincuenta. Quizás la conexión vino desde la nostalgia de poder volver a visitar ese acogedor espacio, que, como tantos otros, ha permanecido cerrado durante buena parte de la pandemia, pero es posible que también se haya dado porque, a pesar de mis recelos hacia el artista en cuestión, son obras que me han impactado por su efecto abocetado y su fuerza. La publicación de Febres Cordero también me hizo especular sobre el desafío de «el Pájaro» al escribir sobre una de las figuras más icónicas del país y sobre cómo se podría comentar los retratos realizados por uno de los pintores ecuatorianos más controversiales del siglo XX. Ya se ha escrito bastante sobre Carrión y Guayasamín. En la presentación virtual del libro sobre Carrión hubo varias interpelaciones sobre cómo el autor veía el desmejoramiento de la Casa de la Cultura del Ecuador, que como sabemos lleva el nombre de «el gran señor de la nación pequeña», como lo llamó Jorge Enrique Adoum, pero «el Pájaro» respondió que la suya se trataba de una visión personal sobre Carrión, lo que él conoció de cerca, mas no una mirada sobre un proyecto que rebasa al mismo personaje.

Tomando esas palabras como motivación, pero también reconociendo el riesgo de escribir sobre estos personajes, me detendré brevemente en el retrato de Carrión. Un retrato abocetado, alargado y algo caricaturesco, en la que aparece con una corbata roja. El retrato de un hombre que peleó y trabajó por convertir al Ecuador en una potencia cultural –«una suerte de adelantado en términos de gestión cultural», como sostiene el investigador Álvaro Alemán–, realizado por otro hombre, el artista ecuatoriano más «conocido y poderoso», como afirmó el mismo Carrión. Más que hacer un análisis formal del cuadro, me interesa señalar algunos elementos que orbitan alrededor. Me interesa reparar en esa insistencia que tenemos por construir superhombres a partir de meros mortales dedicados al arte. ¡Cuánto peso en los hombros para un espacio tan reducido como el nuestro! Me interesa también pensar cómo los agentes del sector artístico nos comprometemos con el poder, a veces sin darnos cuenta ‒pero solo a veces‒ no importa en qué época estemos. ¿Cómo más se puede escribir sobre estos hombres en un momento en que se derriban o vandalizan monumentos de ciertas personalidades del pasado, más aún de aquellas que se vincularon de forma estrecha con el poder?

Muchos conocen sobre la amistad de Carrión y Guayasamín, y la consigna de Carrión por promover las artes visuales del país para alcanzar «grandeza cultural» y poder reconocernos étnicamente. Unos conocen sobre el cuestionado apoyo dado por Carrión y la Casa de la Cultura Ecuatoriana a Guayasamín para la realización de la serie Huacayñán o «El camino del llanto», compuesta por 103 cuadros pintados en seis años, que provocó el sugestivo texto de Carrión, que apareció a modo de presentación en el catálogo de la exposición publicado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana en 1953. Ahí Carrión comenta sobre el encuentro de dos entusiasmos, «de dos voluntades tensas por el ansia de hacer, siempre proyectadas hacia la realización de un propósito o –¿no les molesta a ustedes?– de un sueño»; y defiende la importancia de mantener este tipo de encargos o contrataciones, que no son «un crimen al espíritu artístico» como muchos alegaron: «(…) quieren ‘salvar’ a la obra de arte de los bajos menesteres de este mundo: es porque creen que no merece ser pagada. Eso es indiscutible.» Esta frase tiene resonancia hasta ahora, cuántos nos hemos topado con personas que no viven del arte, o más bien se dedican al arte por hobby, porque sus privilegios se lo permiten, señalando o dando lecciones de comportamiento a productores y trabajadores del arte que se esfuerzan cada día por mantenerse. También está la carta pública que hace Guayasamín luego de los ataques a «la Casa» y a su presidente del 26 octubre de 1956, en donde el artista aclara que fue algo parecido a una adquisición adelantada, no un «obsequio»: «Nunca olvidaré que cuando estaba a punto de suspender mi trabajo de Huacayñán, por carencia de recursos económicos, cuando ya había realizado más de 80 cuadros y me faltaba una veintena más, acudí donde Ud., le presenté el plan de mi Exposición, le conté mis dificultades, e inmediatamente usted obtuvo que la Casa de la Cultura me hiciera un anticipo de treinta mil sucres, dinero que fue decisivo en la terminación de mi trabajo, y que devolví posteriormente con la entrega de nueve cuadros». Sobre esta defensa hay sospechas, ya que algunos investigadores como Carlos A. Jáuregui, sostienen que «es dudoso que Guayasamín llegara a donde Carrión con un proyecto ya concebido en su totalidad y avanzado en su realización», menos aún que haya tenido el nombre de la colección. Para muchos el nombre del proyecto se debió a la clara influencia de Carrión. Además, están las imprecisiones de la memoria, Carrión recuerda el encuentro de una forma y Guayasamín de otra. Se conoce también que Guayasamín decidió regalar a Carrión el cuadro de Gabriela Mistral que él había encargado para su libro Santa Gabriela Mistral (Ensayos), publicado por la Casa de la Cultura en 1956. Sí, a Mistral, su comadre que había sido designada para el Premio Nobel de Literatura en 1945; y a quien, al enterarse Carrión, le escribió un telegrama diciendo «América se halla en su mejor día».

En otra carta, fechada de enero de 1955, Carrión le cuenta a Mistral, que en este entonces residía en New York, que el libro iba a entrar a prensa y que necesitaba de ella dos cosas: «un retrato y algunas informaciones de rutina». La carta se la lleva el mismo Guayasamín, es decir Mistral se entera que le pintarán un retrato ¡en manos del mismo pintor!: «quiero aprovechar que se halla en Nueva York el más grande de nuestros pintores, OSWALDO GUAYASAMÍN, quien le entregará esta carta y le contará cosas mías y confío será usted buena y cariñosa amiga». Pudiéramos hacer con esto otra versión de La Anunciación, imaginando a quien no es un ángel, pero sí un hombre, en la puerta de la casa de la santa; pero eso sí, pintado o iluminado, con lo que un célebre historiador de arte calificó como el «misterio figural» de Fra Angélico; pero la materialidad de la fotografía frena esta posibilidad. Hay un registro fotográfico que parece haber salido de un periódico donde se muestra al pintor ecuatoriano trabajando en el retrato de la poeta. Los dos están en pose muy profesional sentados en una mesa, mirándose, tomando un café y conversando, posiblemente, de cosas importantes como se espera de dos intelectuales. El retrato de Mistral, de líneas gruesas y sueltas está detrás. Finalmente, volviendo a las imprecisiones de la memoria y los registros, no se sabe si los retratos de Carrión y su esposa (que me han llevado a escribir todo esto) también fueron regalos del artista a la pareja.

Otras personas conocen sobre el distanciamiento de Carrión y Guayasamín a partir de la separación entre este y la artista Luce Deperón, a mediados de los sesenta. Y aquí viene de nuevo el dilema de cómo hablar sobre una obra sin reafirmar el discurso nacionalista ecuatoriano tan atravesado por una discriminación consensuada y por la violencia naturalizada. ¿Cómo comentar una obra impactante realizada por un hombre, que, cobijado bajo cierto halo de genialidad, ha sido cuestionado por invisibilizar el trabajo artístico de otros, incluyendo el de sus esposas? ¿Cómo confrontar la violencia?, ¿qué hacer con ella?, ¿cómo transformarnos y transformar ciertas estructuras más allá del scratch?

Las discusiones sobre el valor del trabajo artístico, la gratuidad de ciertos servicios culturales, los protocolos con los que se hacen ciertas comisiones, la continua defensa de los agentes del arte por su trabajo, siguen tan presentes que a veces nos preguntamos en qué medida el arte, como espacio de posibilidad, puede interferir en las lógicas establecidas. Como sabemos, el sistema artístico occidental, que tanto exaltamos, se configuró bajo los influjos del capitalismo. Es que nada queda fuera de la lógica del mercado, ¿cómo va a hacerlo el arte? Hoy que sospechamos sobre la forma en cómo ha sido manejada la pequeña gran nación; hoy que su función paternal está en crisis y que a través de diferentes medios el mercado satisface nuestros pequeños deseos, ¿en qué medida es posible activar otros tipos de economías? Quizás es una pregunta muy ambiciosa, quizás pudiéramos empezar con una pregunta más simple y no por eso más fácil de responder: ¿en qué medida desde el arte se puede poner en crisis el propio ego? Guayasamín, en su carta abierta, se refiere a Carrión como el «gran señor de la Cultura»; y Carrión, para reconocer el trabajo de quienes se dedican al arte en la presentación de Huacayñán, afirma que «el artista es un hombre. No un ángel». Un hombre… la defensa de «la verdadera cultura», sea lo que fuere lo que signifique esto, se sigue pensando, hasta ahora, en estos términos: hombres, super hombres, super egos. La condición humana pensada bajo ciertos atributos masculinos, sí humanamente masculina y binaria.

No obstante, confieso que disfruto mucho de leer a Carrión, y sobre Carrión, aunque me estremece pensarlo como guía espiritual, como tantos lo han catalogado o como una figura sobrehumana. Disfruto sus notas sobre arte en las que se esfuerza, contradictoriamente, por buscar paralelos con artistas europeos para defender el arte ecuatoriano. Porque somos contradictorios. Me quedo con sus viajes, los andares, con las memorias de Águeda, con la gran sonrisa que describe «El Pájaro». Me quedo con algunos personajes particulares que rondan en su familia. Me quedo con su casa, con la Casa Carrión; y con el impulso y el deseo de pensar en prácticas culturales que desborden las narrativas que se han naturalizado. Porque creo que los anhelos de volver a la tan aclamada «normalidad» no nos pueden hacer petrificar las obras del pasado, no nos pueden reducir a querer que todo revolucione, sin que nada cambie realmente. ¿Porque, a pesar de todo, eso fue lo que Carrión hizo, o no? ¿Promover cambios, pensar y desear algo diferente?

Romina Muñoz Procel. Docente, artista, co-fundadora de la Editorial Festina Lente y miembro de la Fundación Muégano Teatro. Tiene un máster en Arqueología del Neotrópico (CONAH-ESPOL) y una licenciatura en Artes Visuales. Fue integrante de la Comisión Académica de la carrera de Artes Visuales y miembro del Departamento de Investigación del Instituto Superior Tecnológico de Artes del Ecuador-ITAE (2010-2015). Ha realizado varios proyectos curatoriales sobre arte moderno y prácticas artísticas contemporáneas en Ecuador.