Novelista, ensayista, autor de colecciones de cuentos, Roth fue uno de los grandes narradores americanos del siglo XX.
Nacido el 19 de marzo de 1933 Newark (Nueva Jersey), hijo de un matrimonio de descendientes de emigrantes judíos de Europa del Este y criado en el barrio de clase media de Weequahic, Philip Milton Roth, eterno candidato al premio Nobel, que nunca llegó a conquistar, recibió otros de los premios más señalados como dos National Book Awards, dos National Book Critics, tres PEN/Faulkner Awards, un Pulitzer y un Man Booker International.
Tras publicar 31 obras a lo largo de su carrera, el autor de El lamento de Portnoy (1969), que lo catapultó al éxito con la tormentosa relación con el sexo del personaje Alexander Portnoy, y de la ya legendaria Trilogía americana, que le abrió definitivamente las puertas del Olimpo literario –Pastoral americana (1997), Me casé con un comunista (1998) y La mancha humana (2000)–, tomó la decisión de dejar la escritura en 2012, año en que fue galardonado con el Príncipe de Asturias de las Letras, cerrando una trayectoria magistral que arrancó con la publicación en 1959, cuando tenía 26 años, de Goodbye Columbus, un conjunto de cinco relatos y una novela de amor que le valió uno de los premios más prestigiosos de Estados Unidos, el National Book Award.
Con Roth desaparece el último de los gigantes de las letras americanas del siglo pasado, junto con Saul Below (1915-2005) y John Updike (1932-2009), y una figura central de la fecunda narrativa judía estadounidense al lado del propio Bellow, Bernard Malamud (1914-1986) y Norman Mailer (1923-2007), brillando por su capacidad para profundizar en las obsesiones de la cultura de su propia comunidad.
Roth no se sentía cómodo con su reiterada categorización como escritor judío-american
Roth, sin embargo, no se sentía cómodo con su reiterada categorización como escritor judío-americano. «Ese epíteto no tiene sentido para mí», dijo. «Si no soy un americano, no soy nada», o, como resumió en otra ocasión rechazando la acotación comunitaria y resaltando su propósito de universalidad: «Yo no escribo judío, escribo estadounidense». En su autobiografía Los hechos (2008), decía con humor a propósito de su padre: «Su repertorio nunca ha sido enorme: familia, familia, familia, Newark, Newark, Newark, judío, judío, judío. Más o menos como el mío».
La introspección psicológica –recurriendo al uso del alter ego; como el novelista Nathan Zuckerman, voz de nueve de sus novelas– fue permanente campo de batalla del prolífico Roth, con obras memorables como Patrimonio (1991), en la que el protagonista examina su compleja relación con su padre y se sitúa ante la dificultad de ser testigo de su agonía hasta su muerte. En su obituario, The New Yorker ha recordado los temas preferidos de Roth: “La familia judía, el sexo, los ideales americanos, la traición de los ideales americanos, el fanatismo político y la identidad personal”.
En una entrevista en 1985, Roth definía así la cuestión esencial sobre la que rotaba como su literatura: «Es la tensión entre el hambre de libertad personal y las fuerzas de la inhibición», decía aludiendo a la lucha del individuo contemporáneo con los corsés tradicionales y personales.
En enero, después de años alejado de los medios, el autor de La visita al maestro (1979) concedió una entrevista a The New York Times en la que afirmaba que la lectura –sobre todo obras de Historia– había reemplazado su pasión por la escritura y explicaba que había dado por finalizada su carrera al tomar conciencia de que había dado de sí todo lo que llevaba dentro: “Había sacado lo mejor de mi trabajo, y lo siguiente sería inferior”. “Ya no poseía la vitalidad mental, ni la energía verbal o la forma física necesarias para construir y mantener un largo ataque creativo de cualquier duración sobre una estructura tan compleja y exigente como una novela”. Cuando optó por dejar el oficio, Philip Roth pegó un post-it en su ordenador que leía: «La lucha con la escritura ha terminado». Para evaluar su obra, citaba esta frase que dijo hacia el final de su vida el boxeador Joe Louis: «Lo hice lo mejor que pude con lo que tenía».