Mancomunar espacios de colectividad con una cultura desapropiada de marcas, disciplinas, roles, relaciones y lugares supone abrir un nosotros anónimo y potencial que no teme perder las palabras para que se despliegue la palabra colectiva, que huye de la trampa de la actividad, el dominio administrativista, la sectorización y la experiencia despolitizada de la libertad y la participación, que desafía la endogamia, la soledad del pensamiento-acción, y que abraza lo inútil y la duda, dejando que la cultura vuelva a ser latido vital de múltiples nosotros porosos que construyen un mundo común.