Ensayo/memoria: 

Bruno Sáenz y el ensayo, una aproximación

 Francisco Proaño Arandi

 

CUANDO se mira en retrospectiva la obra de Bruno Sáenz Andrade, impresiona su vastedad y profundidad, tanto como poeta, signo fundamental de su destino, cuanto también en su condición de dramaturgo, cuentista, ensayista, crítico literario, humorista, musicólogo, conocedor del arte, la historia, la mitología, dimensiones que sustentan su poesía y sus notables trabajos ensayísticos.

Creo que fue Rubén Darío quien, en Los raros, dijo que todo gran poeta es también un excelente prosista. Y Bruno Sáenz lo fue. Jorge Dávila Vázquez, al constatar esta dimensión de la palabra de Sáenz, llega a decir:

Su oficio poético es tan intenso, que todo material que toca, sea el de lo metafísico o el de lo cotidiano, sea el de lo artístico o el de lo íntimo, se transforma en obra de la palabra, que por ella alcanza su nivel literario mayor.

Julio Pazos, al estudiar la poética de Sáenz, señala:

En este somero trasegar en la creación literaria de Bruno Sáenz encuentro que la melodía de la lengua obedece a dos tratamientos indistintamente alternados, estos son, el modo de segmento dispuesto con pausas verbales y el modo de renglón seguido ajustado a los signos de puntuación […] En todo caso, importan las actitudes líricas inmersas en los dos modos, es decir, importa constatar la fusión de lo objetivo con lo subjetivo en sus textos.

Esta apreciación, que se refiere a las peculiaridades del trabajo poético de Sáenz, puede extrapolarse a la contextura de muchos sus trabajos ensayísticos, donde el creador impone su visión, contrastándola con el objeto de estudio, en simbiosis que finalmente fundamenta una verdad contrastada.

De ello, se puede inferir su predilección, en lo que atañe al género ensayo, de determinados temas en los que su subjetividad se refleja o impone, en un transcurrir de reflexiones encontradas o en una suerte de debate que tiene lugar en el interior del crítico, antes de que este llegue a la conclusión final, provisional a veces.

Resulta interesante contemplar cómo en su trabajo sobre Alfredo Gangotena, Aproximación a la poesía de Alfredo Gangotena, Sáenz, musicólogo y crítico literario, se centra en describir las similitudes y diferencias, vaguedades y escepticismos, que puede encontrar en el paralelo que emprende entre Jean Cocteau, amigo de Gangotena en París, y el compositor Jean Poulenc. «Una falsa seguridad –afirma–, corroída por la ironía y el escepticismo, caracteriza a los dos artistas. La despreocupación, el eclecticismo, el dinamismo son las máscaras de una disimulada inquietud espiritual». Y añade: «El París de Poulenc es el del suizo Arthur Honegger, su compañero en el Grupo de los Seis, dramático y romántico, y el del innovador Stravinsky. El de Cocteau se cruza con el de los grandes ‘sobrevivientes’ de una generación más afín con la trascendencia, Claudel (1868), Gide (1869) y Valery (1871)». Bajo ese clima espiritual, el joven y ya enorme poeta Alfredo Gangotena no solo que debe asumir su condición de transplantado cultural sino enfrentar las contradicciones latentes en el ámbito de su propia subjetividad creadora. Finalmente, Sáenz concluye: «Mal se podría desconocer la preferencia de Alfredo por el idioma extranjero, mas, hacer de él, lisa y llanamente, un artista europeo equivale a borrar, con el silencio, las líneas trazadas por una de las dos plumas que descansan sobre su mesa, terminada su tarea de poeta. Su lírica castellana no es un apéndice de la otra, sino su continuación, una parte integrante de un inmenso organismo poético y, acaso, la última palabra que le correspondía pronunciar, la más conflictiva, la más ardua. En mi opinión, la más elocuente».

Como corolario, y luego de un profundo análisis en torno a los motivos que sustentan la obra de Gangotena, el crítico identifica, entre aquellos, como fundamental, el que denomina «movimiento de trascendencia». El deseo parece ser el punto de partida. La mujer incognoscible, o Dios, o la luz trasunto del cosmos anhelado, los posibles desenlaces.

En Este Borges que es casi familiar, un título que como una aguja de marear nos conduce a la intimidad del crítico ‒esto es, de Sáenz‒, nos conduce en el marco de su peculiar visión del universo borgiano, partiendo también de una contradicción que juzga evidente: reconociendo –advierte– el esplendor del cuentista inventor «de laberintos, de identidades imposibles y eternidades circunscritas en el tiempo», expresa su secreta preferencia por el poeta, presente allí con su yo íntimo, sin duda, y plagado, sin embargo, también, de aquellas «reconstrucciones legendarias y literarias», «pero alejadas del virtuosismo del estilo y del retorcimiento conceptista».

Bruno Sáenz fue un estudioso sumamente original de aspectos clave de la literatura ecuatoriana, sin que esto obstara su interés en diferentes instancias de la cultura universal; en particular, en la música. Fruto de ese interés fueron sus ensayos «La Literatura comprendida entre 1830 y 1895» y «José Martínez Queirolo», publicados en la Historia de las Literaturas del Ecuador, obra editada por la Corporación Editora Nacional, en asocio con la Universidad Andina Simón Bolívar. Otros estudios suyos corroboran su amplio conocimiento del devenir literario ecuatoriano, entre ellos, los dedicados a Fernando Chaves y su novela Playa y bronce; a Carlos Arcos Cabrera, la poeta Valeria Guzmán, Diego Araujo Sánchez, pero especialmente a Vladimiro Rivas, Augusto Sacoto Arias, Julio Zaldumbide, Juan León Mera y Efraín Jara, La muerte como incitación a la vida en la obra de Efraín Jara Idrovo.

En cuanto a su faceta de investigador de la música, cabe recordar sus trabajos en torno a dicho arte en el período colonial quiteño y con respecto a diferentes temas relacionados. María Eugenia Moscoso nos dice al respecto:

La música, la perspectiva de elevación, el compositor y su trabajo, desfilan por sus textos (los textos de Sáenz): Schubert, Mussorgsky, percibiendo ese eco sostenido de la música. Entonces, teatro, poesía y música conforman una trilogía, una tríada de muy elevados tonos como sustento y esencia del ser creador.

Sin duda, esa tesitura que puede advertirse en la obra poética de Sáenz tiene también su propia impronta en sus trabajos ensayísticos.

Inmerso en la luz o en la oscuridad creadora de sus libros, este poeta y ensayista quiteño emprendió y renovó siempre una aventura singular: la exploración, hasta sus límites extremos, de la palabra. «Dejad que el ensayo confiese ser casi una novela», decía Roland Barthes, inscribiendo la crítica literaria en un metalenguaje que borra las fronteras entre ensayo y ficción. Un campo de extremas tensiones en cuyo curso la escritura de Bruno Sáenz revela al maestro.

Foto inicio: Diario El Universo, Internet.

Bruno Sáenz Andrade (1944) murió repentinamente en enero de 2022. Este breve homenaje y ensayo fue escrito expresamente por Francisco Proaño Arandi para este Boletín. Lo ofrecemos al público como una muestra de la amistad y afecto que mantenía la Casa Carrión con el escritor, poeta, dramaturgo, crítico musical y ensayista quiteño. En próximas entregas publicaremos las colaboraciones que dejó pendientes el entrañable amigo e intelectual ecuatoriano.

Francisco Proaño Arandi. Novelista y cuentista ecuatoriano. Entre sus obras constan, en novela: Antiguas caras en el espejoDel otro lado de las cosas, El sabor de la condena, La razón y el presagio, Desde el silencio, Tratado del amor clandestino (esta última ganadora del Premio José María Arguedas 2010, Casa de las Américas, Cuba, y finalista del Premio Rómulo Gallegos 2009). En cuento ha publicado: Historias de disecadores, Oposición a la magia, La doblez, Historias del país fingido, Perfil inacabado (antología, 2005).