Gabriela Mistral y el Premio Nobel de Literatura
Luis Rivadeneira
CUANDO hacia 1940, Gabriela Mistral (1889-1857) decide retornar a América –y no precisamente a su natal Chile, país con el que mantuvo una relación nada fácil– deja atrás la Europa de inicios de la Segunda Guerra, y lo hace por precautelar la vida de su hijo adoptivo, Juan Miguel Godoy, a quien llamaba cariñosamente Yin Yin; en realidad hijo de Carlos Godoy, medio hermano de Gabriela, de la Legión Extranjera, quien se lo entregó para su cuidado en España.
Había sido designada al consulado de Niteroi, en Brasil, mas por motivos de salud, en 1941 Gabriela se trasladó a Petrópolis, ciudad que fuera la residencia del último emperador de Brasil, Pedro II y su familia, y fundada en una zona rodeada de montañas, con arroyos y cascadas, de clima agradable para la vida. En ese hermoso lugar: valle con vegetación semitropical de la Serra dos Órgãos, a unos 65 km de Río de Janeiro (todavía la capital de Brasil), Gabriela vivía seducida por las plantas y se interesaba por conocer los nombres de sus árboles y flores nativas, con los que componía sus secretos mundos vegetales; a más de entretenerse con el cultivo de la pequeña huerta del jardín de su casa. Allí la visitaban personas de varios lugares, muchas huyendo de la persecución y el caos de la guerra, pues encontraban en su casa un ambiente acogedor.
Y sus amigos brasileños, como Cecilia Meirelles (quien la ayudó desde que se conocieron, además porque hablaba muy bien el español), Jorge de Lima, Assis de Chateaubriand, el poeta Manuel Bandeira y, su «predilecto», Vinícius de Moraes (1913-1980), en quien adivinaba al gran poeta, que por ese tiempo trabajaba en el periódico A Manha, como crítico de cine, y colaboraba en el suplemento literario junto a Bandeira y Meirelles. Más tarde, De Moraes entrará al servicio diplomático y se dedicará a la música. Quizás unió a estos poetas la búsqueda de una espiritualidad cristiana, que tomaba impulso con la presencia de Gabriela.
Y si bien Petrópolis era para Gabriela su refugio de la guerra, las noticias poco alentadoras que venían sobre su anhelado final, la mantenían en constante tensión. Una tensión que se vio agravada por dos hechos que marcaron su vida para siempre: el trágico fin de los Zweig, sus vecinos, así como el suicidio de Juan Miguel.
El escritor austriaco-judío Stefan Zweig (n. 1881) incapaz de aceptar el naufragio europeo ante la guerra –siempre creyó en la unidad de Europa–, salió al exilio en 1939, junto con su segunda esposa y secretaria personal Lotte Altmann. Estuvieron primero en Inglaterra, pasaron luego a Nueva York, donde buscó terminar su libro ‘El mundo de ayer’, que conforme avanzaba iba cambiando de nombre: ‘Europa fue mi vida’, ‘Los años irrecuperables’ o ‘Nuestra generación’. Para finalmente en agosto de 1941 embarcarse rumbo a Brasil y radicarse en Petrópolis. Sin embargo, al poco tiempo de su llegada, esta vez la izquierda brasilera se ensañó contra él –había visitado Brasil ya en 1936– a través del ensayo Brasil, país de futuro, pues creían que se había vendido al Estado Novo de Getulio Vargas. Su vida en Petrópolis la llenaba con paseos por la selva–una costumbre muy suya– junto a su esposa; la lectura de libros y la revisión de su Balzac. Sus amigos eran un médico alemán, varios intelectuales franceses y Gabriela, a quien le presentó el escritor, periodista y diplomático hispano-cubano Alfonso Hernández-Catá (1885-1940), gran amigo de Zweig. La amistad entre Stefan y Gabriela, sin duda se fue estrechando por su interés en la literatura, pero sobre todo por el pacifismo que ambos defendían.
Antes de su muerte, Zweig donó sus libros a una biblioteca, envió sus manuscritos a archivos fuera de Brasil y quemó los papeles que le quedaban. Decidió suicidarse el 23 de febrero de 1942, su esposa al parecer lo hizo después. Gabriela fue una de las primeras personas en enterarse de la tragedia, la residencia de los Zweig quedaba a tres cuadras de la suya. Conmovida ante el suceso, escribió una carta a Eduardo Mallea, entonces director del suplemento literario de La Nación de Buenos Aires, quien la publicó el 3 de marzo de 1942 (unos días después apareció en El Mercurio de Santiago). Una carta-reflexión sobre el dolor causado por aquella pérdida, pero sobre todo de la sensibilidad y el sufrimiento que padecía el autor de Momentos estelares de la humanidad (1940), ante las últimas noticias de la guerra.
Y a poco más de un año, el 14 de agosto de 1943, el otro hecho doloroso, el suicidio con arsénico de Juan Miguel Godoy, a los 18 años, que estudiaba agronomía en Minas Gerais. Dolor y desconsuelo profundo que motivó a Gabriela para escribir oraciones y poesía religiosa que hacía leer a las personas que la visitaban… Quizás sentía culpa por haber impedido a su ‘hijo’ la relación con una muchacha… Largo tiempo este hecho ensombreció su vida hasta que halló cierto consuelo. A un amigo le dijo: «Después de mi duelo he debido coger los pedazos de mí misma y rehacer mi mente. Creo que nuestra vida espiritual no anda distante».
Así llegó el 15 de noviembre de 1945 que, al enterarse por parte de la Academia Sueca de la asignación del Premio Nobel de Literatura, significó para ella el inicio de una nueva etapa en su vida, quizás la más importante y decisiva, que le llevaría a recorrer el mundo y recibir los más altos y cálidos homenajes.
Sin embargo, el camino hacia el Nobel para Gabriela tiene su historia. La idea, como lo dijo ella misma antes de embarcarse para Suecia, surgió de Adelaida Velasco.
En 1936 la escritora Adelaida Velasco (1894-1967) se desempeñaba en Washington como representante del Ecuador a la Comisión Interamericana de la ‘Liga Internacional de la Mujer por la paz y la libertad’. Desde allí, al ponerse en contacto con las principales mujeres del continente, en 1938 tomó la iniciativa de proponer a la Academia de Ciencias, de Suecia, el Premio Nobel de Literatura para Gabriela Mistral, considerando desde ese momento que sería conveniente adherir a su iniciativa a los escritores latinoamericanos.
Gonzalo Zaldumbide, entonces embajador del Ecuador en Chile, consiguió que Gabriela Mistral visitara la ciudad de Guayaquil. Y así ocurrió el 19 de agosto de 1938, cuando, invitada por el gobierno ecuatoriano, Gabriela Mistral arribó a bordo del buque Copiapó a esta ciudad desde Chile y fue recibida, antes de desembarcar, por una delegación de diario El Universo conformada, entre otros, por Leopoldo Benites Vinueza. Ya en el cumplimiento de sus actividades –en gran medida programadas por Adelaida en su honor–, visitó varias instituciones educativas como el Normal Rita Lecumberry, donde hizo el ofrecimiento del acto Ángel F. Rojas, entonces profesor del plantel. También estuvo en el colegio de señoritas Guayaquil y en el Vicente Rocafuerte. En acto distintivo, el Ilustre Consejo Cantonal le designó Huésped de Honor de Guayaquil, también el Círculo de Periodistas del Guayas le nombró socia honoraria (sept. 7, 1938). Su estadía fue programada por pocos días, sin embargo permaneció más de un mes y tuvo la oportunidad de descansar en el balneario de Playas.
Para octubre de ese año, el Grupo América de Quito, del cual Adelaida Velasco era corresponsal en Guayaquil, fue el primero en dar su apoyo. También Gonzalo Escudero y Jaime Barrera suscribieron una comunicación de respaldo.
Al año siguiente, en 1939, para que su iniciativa no perdiera fuerza, Adelaida le dedicó un extenso artículo a Gabriela1 y fue conformando círculos de escritores e intelectuales, denominados ‘Amigos de Gabriela’, en varios países latinoamericanos. Y como intuyó que no solo se ganaría con diplomacia, decidió involucrar en su empeño también al presidente chileno Pedro Aguirre Cerda, quien no tardó en apoyar la propuesta. De hecho, la primera postulación a favor del Premio fue la de Luis Galdames, decano de la facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile (agosto de 1939). Y cuando Gabriela Mistral aún trabajaba en Niteroi, la Federación de Academias de Letras del Brasil lanzó un manifiesto en el que los escritores más representativos de Brasil respaldaron su candidatura; incluso se anunció la publicación de Desolación traducida al portugués (que finalmente no se realizó). De tal manera que ya aunaban esfuerzos en la misma dirección las principales instituciones literarias de Chile, así como de la mayoría de los países latinoamericanos, entre ellos, Argentina, México, Brasil y Centroamérica.
Sin embargo, quizás la mayor dificultad que tuvo la promotora ecuatoriana fue lograr que Gabriela aceptara la postulación: esta no veía correcto ser vocera de su nombre y de su obra, además porque consideraba que otros escritores podían merecerlo mejor que ella, como Rómulo Gallegos, Alfonso Reyes…
Así, el gobierno chileno se hizo cargo de difundir los versos de Gabriela Mistral y de su traducción a otros idiomas, por lo menos al inglés o al francés, pues debían ser conocidos por la Academia Sueca. La traducción la realizaron Francis de Miomandre, Georges Pillement, Mathilde Pomès… Pero Gabriela no aceptó el prólogo de Paul Valéry pues creía que no tenía el cabal conocimiento del español y «no podría juzgar con efectividad sus versos»; así que se prefirió para ello a Miomandre. A esta divulgación contribuyó, ya en 1941, la publicación de una antología de poemas traducidos al sueco por el secretario de la Academia, Hjalmar Gullberg, quien también se interesó por la obra de Gabriela, con el título de Poemas del hijo.
La Academia Sueca había suspendido la entrega del Premio en 1940, y la reanudó en 1944. Sin embargo, durante este tiempo, los respaldos a la candidatura de Gabriela Mistral no habían cesado.
Benjamín Carrión se hallaba en Río de Janeiro los primeros días de noviembre de 1945, y los aprovechó para visitar a Gabriela en el departamento que ella mantenía en esta ciudad. Carrión, junto a un grupo de intelectuales, viajaba a Francia por invitación del general Charles de Gaulle, pero en el trayecto de Río de Janeiro a Buenos Aires el viaje quedó trunco por una avería en una de las hélices del avión que los transportaba, por lo que debieron acuatizar sobre la laguna de La Rocha (Uruguay). Este hecho, en el que casi pierde la vida ocurrió el 31 de octubre de ese año. Así que la noticia del Nobel para Gabriela lo sorprendió cuando ya regresaba para Quito, y solo pudo sumarse a la felicitación mediante un telegrama, pues ella había retornado a Petrópolis.
Así, y quizás aún sin superar el dolor de sus muertos, Gabriela dejó Brasil la noche del 18 de noviembre y se embarcó rumbo a Suecia, adonde llegó el 8 de diciembre: era la primera figura de América Latina y la quinta mujer en recibir el Premio Nobel de Literatura. Seguramente cuando lo recibió de manos del rey Gustavo V de Suecia, en Estocolmo, el 10 de diciembre de 1945, pensó en los niños del valle de Elqui, en sus indios, en el día que no pudo recibir un premio literario porque no tenía medios para vestirse dignamente, presenciando su gloria entre los asistentes… Quizás también en el jardín de su niñez en el que ensayaba sostenidos discursos.
[1] Este texto se lo puede leer en la sección «Palabras y Memoria» de este Boletín.
* Luis Rivadeneira es investigador del Centro Cultural Benjamín Carrión, de Quito. Responsable del Archivo Documental del CCBC.