Homenaje:
Mensaje de Jules Supervielle
(a Alfredo Gangotena)
QUIERO hablaros ahora de uno de los más leales amigos de Francia, de la Francia en la América del Sur, el gran poeta ecuatoriano Gangotena, que en plena juventud acaba de morir en Quito1. Alfredo Gangotena pertenece a una de las ilustres familias del Ecuador, una de las que han sido siempre predilectas de la cultura y de la tradición francesa.
Mucho quería a Alfredo, a quien conocí por el año 1923, y creo haber sido su primer amigo en París, cuando apenas había salido de la adolescencia, un niño antes de que preparara su ingreso a la Escuela de Minas, donde fue admitido a título de francés. Gangotena fue uno de los raros estudiantes extranjeros que ha sido aceptado con ese privilegio.
Antes de entregarse totalmente a la poesía, Gangotena se interesó con todo su fuego en la Filosofía y especialmente en la Metafísica. Pero fue su poesía, tan original y conmovedora, la que lo convirtió en uno de mis mejores amigos. Éramos casi vecinos en París. Apenas unos centenares de metros separaban nuestras moradas, nos veíamos a menudo y leíamos nuestros poemas antes de publicarlos. Más tarde fue el amigo de Michaux, Éluard, Aragon y Maritain.
Cuando se decidió a enseñarme sus versos en francés, quedé súbitamente asombrado por la personalidad profunda y la natural grandeza de este poeta de diez y ocho años. La originalidad, la verdadera, la que viene de las fuentes mismas del corazón, brotaba gravemente de estos poemas, sombríos y abrasadores, a menudo difíciles, pero cuyas propias tinieblas se reflejan en esas aguas maravillosas, y dan testimonio de elevación y de bellezas palpitantes.
Espíritu sin prudencia, así escribiese en francés o en español, afrontaba siempre con brillo, y con qué terrible éxito, los extremos más peligrosos de la poesía. Era un poeta difícil, y no porque cultivase el hermetismo sino por la densidad de su lirismo y la riqueza de sus facultades.
Delicado de salud, siempre en peligro, estaba dotado maravillosamente para recoger y situar el sufrimiento humano. Era uno de esos raros poetas desgarrados y desgarradores, cuyo patetismo es la brújula constante y cruel.
Desde el comienzo se clasificó en primera línea en la poesía joven francesa, y tenía también muchos admiradores en Bélgica. Nos deja tres libros: Orogénie, Absence, Nuit, y dos inéditos; el uno en francés y otro en español, cuyo título define tan bien al poeta: Tempestad secreta.
Después de los horribles días de 1940, Gangotena se consagró a nuestra causa, hizo religión con Francia, por así decirlo. Abandonando sus negocios y sus estudios, dio todo su tiempo y todas sus fuerzas a nuestro país. Fue el porta-palabra del Comité de la Francia Combatiente en el Ecuador, ante las autoridades de su país, ante sus amigos, y, especialmente, ante los enemigos de nuestra causa. «Es mi modesta contribución para mi patria espiritual», decía.
Algunos minutos antes de su muerte, en la plenitud de su conciencia, pidió a su hermana, casada con el Conde de Monlezun, partidario desde el principio del General de Gaulle, que se le enterrase con esa Cruz de Lorena que siempre llevaba consigo.
Permitidme que lea extractos de un poema que dirigí a Gangotena algún tiempo antes de la guerra. Es una carta abierta, abierta, ¡ay de mí!, por la muerte, porque es ella la que me induce a leerla ahora:
Yo pienso en ti, en tu sitial de alta geología,
Tú que te abres un camino entre los Indios, los volcanes,
Cabalgando al pie de los Andes, donde los espacios
Son más dilatados que en otras regiones.
Yo pienso en ti que te encuentras solitario en tu Ecuador.
No prestes atención, Gangó, a todas esas olas del mar,
¿Cómo podrían separarnos con sus crestas efímeras,
y sus renacimientos prestos a abortar?
Pero, ¿qué pasa, Gangó, en la americana montaña,
Y por qué no vienes a la llamada de tus amigos?
¿Piensas que te olvidamos
De este lado del mar?
Deja, pues, que te envíe, a ti que sueñas con Francia,
Una onda del Sena en la que se refleja Vétheuil
A la hora del día cuando la arena
Es más dulce en el fondo del río.
Alcancé una mañanita la campiña bretona.
Se oye a lo lejos el mar.
No se lo ve todavía,
Y, sin embargo, si te inclinas sobre ese pequeño promontorio,
Puedes contemplar Ploumanach o Roscoff, no se sabe todavía,
El día apenas ha nacido.
A menos que prefieras de la selva de Sénart,
Esa encina plena de gorriones,
Todo está saturado de salud, rápido como la luz.
Y qué alegre temor de estos… viajeros
Que se lanzan al mundo como marinos del Estado.
Ellos lo hacen por un poeta.
Quieren entrar en su red
Pues saben que no pierden su libertad,
Y que ahí están tan bien como en el cielo el corazón de la golondrina.
Ya ves que no estás solo en el valle ecuatoriano.
No estás más solo que los poetas aquí.
Son niños perdidos por la tarde, que sufren
Por encontrarse por la mañana en la aneja verja del día.
Lo que te hace sufrir allá lejos
Es tu armadura de poeta que nos hiere con sus junturas.
Es nuestra envoltura de nervios, que ahí están nuestras espinas
Hechas para martirizarnos.
Pero tú sabes esto mejor que yo, en tu profundo, secreto valor,
Y yo te pido perdón por haber tomado la palabra
En esta mañana del mes de mayo,
Cuando el hombre, el pájaro, el cielo, sin darse cuenta
Sienten la alegría de dar consejos.
* Publicado en Letras del Ecuador, n. 1, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1° abril de 1945. Según reza como epígrafe, se trata del discurso ofrecido por el poeta francés-uruguayo en el homenaje póstumo ofrecido a Alfredo Gangotena en Montevideo, Uruguay, el 17 de enero de 1945.
[1] Alfredo Gangotena acababa de morir, el 23 de diciembre de 1944, en la ciudad de Quito, víctima de una peritonitis. Para mayores detalles, véase Alfredo Gangotena, el joven poeta, ensayo biográfico escrito por Virginia Pérez (Quito, Comisión Nacional Permanente de Conmemoraciones Cívicas, 2006), o la dirección: http://www.Conmemoracionescivicas. gov.ec/publicaciones.html
Jules Supervielle (1884-1960). El poeta uruguayo-francés estuvo radicado en París desde 1912 hasta 1935. En 1923 conoce al joven poeta quiteño Gangotena que iniciaba sus estudios universitarios en la Escuela Politécnica de París y a quien guardó una admiración casi sin límites desde la lectura de sus primeros escritos y la publicación de sus poemas en diversas revistas francesas como Intentions, Chroniques, La Ligne de Couer y Philosophies, donde colaboraban escritores como Valéry Larbaud, Max Jacob, Jean Cocteau, Ramón Gómez de la Serna y Supervielle, entre otros.