Ensayo/crítica:

Los clubes de lectura en la activación del circuito lector

Mildred Nájera Nájera

CUANDO empecé a considerar las ideas que quería compartir en esta ponencia sobre los «Clubes de lectura en la activación del circuito lector», surgió en mí el cuestionamiento acerca de su sentido. ¿Dónde comienza? ¿Dónde termina? ¿Cuáles son sus recorridos? ¿Quiénes o qué transitan por él? Planteé un primer esquema simple de escritor-editorial-librería-lector que no me dejó nada satisfecha, porque luego empezaron a surgir otros elementos que sugerían a su vez nuevos tramos y distintos recorridos, algunos de los cuales podrían regresar al punto de partida, como el de un lector que luego se vuelve escritor o truncarse abruptamente por el hecho de que muchos potenciales lectores no pueden acceder a las ofertas de las librerías. Quiero volver sobre los nuevos tramos o múltiples caminos que puede adoptar un circuito de lectura, pues este bien podría iniciarse con un narrador oral, con la biblioteca del barrio o con el maestro de escuela. Además, los libros no solo se compran, circulan también de otras maneras: se prestan, se regalan, se pierden y se encuentran; también, se oyen, se cuentan, se cantan y hasta se comen. ¿Por qué no pensar también que las lecturas pueden iniciarse a partir de una conversación, de una obra de teatro, de una película o de una canción?

El circuito de la lectura, como es de esperarse, se ensancha, toma forma de red, nos sorprende en cada vuelta del camino y con todo lo que puede transitar a través de él: sueños, deseos, juegos, ilustraciones, alimentos, proyectos, programas, libros de todo tipo, lecturas profundas y duraderas, lecturas abandonadas, narradores, mediadores, escritores y por supuesto lectores. Esto puede resultar confuso en primera instancia; pero también puede ser liberador e inspirador pues el circuito lector está vivo, constantemente se integran nuevos elementos y por lo tanto no solo podemos volver a él una y otra vez, sino que además podemos transformarlo, ensancharlo, bifurcarlo.

Quisiera retomar estas últimas ideas de transformación, ensanchamiento y bifurcación porque son las que me permiten regresar a algunos tramos del circuito que se encuentran truncados o cortados, impidiendo la circulación e intercambio de la vital experiencia de la lectura, ese derecho cultural en el cual, como nos recuerda Michèle Petit, se insertan otros derechos como a la educación, al aprendizaje de una lengua, a la información, al compartir relatos y metáforas que los seres humanos se han transmitido desde hace siglos (2001, 117); y en el sustento de todos estos: «el derecho a disponer de un tiempo propio, de un tiempo de fantasía, sin la cual no hay pensamiento, no hay creatividad» (117). Las barreras que impiden el ingreso al circuito lector o nos empujan fuera de él son múltiples, complejas y revelan cuán frágil puede volverse ese espacio que acoge o propicia el binomio libro-lector. El trabajo de diversos investigadores, mediadores, escritores y los testimonios de muchos lectores han demostrado que la naturaleza de dichas barreras va de lo individual a lo colectivo; de distancias geográficas a obstáculos culturales y psicológicos; de escolarización insuficiente a la preferencia por lo menos complicado disponible en otros formatos y medios (internet, televisión, etc.); de la ausencia física de libros y dificultades económicas a las condiciones impuestas sobre su disponibilidad y acceso por visiones políticas rígidas o por la falta de una postura democrática frente a la lectura (Machado 2012, 52).

A menudo, es más fácil identificar las barreras de acceso al libro en contextos adversos a todo tipo de convivencia, tales como las guerras o los escenarios de pobreza, violación de derechos humanos y desplazamientos involuntarios de población; pero quiero mencionar algunas de las barreras que se alzan incólumes en contextos donde, al parecer, existen condiciones favorables para la lectura: malas experiencias con los libros en la escuela; el miedo persistente al libro como una ventana hacia conocimientos y experiencias que deberían permanecer ocultos; culpabilidad por la falta de utilidad inmediata del acto de leer y el poseer libros; la condena del grupo frente al cultivo de un placer egoísta; la sospecha incesante sobre el lector por el hecho de preferir la lectura a otras actividades gregarias o socialmente aceptadas según su edad y género (Petit 2001, 24-25).

Sea cual sea el contexto, todas las barreras antes señaladas y las que falten por mencionar aquí, ponen de relieve la importancia del fomento a la lectura como una experiencia social, comunitaria o colectiva, pues allí donde «alguien no ha tenido la suerte de disponer de libros en su casa, de ver leer a sus padres, de escucharlos relatar historias, las cosas pueden cambiar a partir de un encuentro. Un encuentro puede dar la idea de que es posible otro tipo de relación con los libros» (25).

La pregunta entonces es ¿cómo propiciar esos encuentros? Encuentros donde el amor por la lectura se abra camino, donde los libros sean cercanos y las lecturas sacudan viejas creencias; donde sea posible otras formas de vínculo social y se descubran diversas maneras de pertenencia a una sociedad (115). En un sentido social y cultural está claro que tanto la lectura como la escritura son un derecho de la ciudadanía. Diversas iniciativas e investigaciones en contextos cercanos, como Colombia y Brasil, señalan que el fomento a la lectura es un «trabajo de intervención sociocultural que busca impulsar la reflexión, revalorización, transformación y construcción de nuevos sentidos, idearios y prácticas lectoras, para así generar cambios en las personas, con sus contextos y en sus interacciones» (Informe sobre encuesta de lectura en Colombia citado por Robledo 2017, 19). De esta manera, el fomento a la lectura puede, por un lado, crear espacios donde las personas inicien procesos de transformación sobre la visión que tienen de sí mismas y del mundo, y por el otro, avivar espacios de lectura pública que permitan un acceso libre a los libros, el encuentro con otros lectores y la construcción de una comunidad que se inserta en el circuito lector bien sea desde su legítima apropiación de los bienes culturales de las bibliotecas públicas o desde su elección por la adquisición privada de libros.

En este punto, quiero dar un ejemplo de cómo el fomento a la lectura comunitaria ensancha el circuito lector, toma rumbos inesperados y nos remite a la verdadera energía que lo mantiene activo: la fuerza de las palabras y el amor por los libros. El inesperado y tentativo punto de partida de este circuito es la basura, literalmente botes y cajas de basura donde hace más de veinte años José Alberto Gutiérrez, el conductor de un camión recolector de basura en el norte de Bogotá, Colombia, empezó a encontrar lo que él considera uno de los tesoros más preciados de la humanidad, tirado en la basura. Sí, José Alberto, un lector apasionado, empezó a encontrar y rescatar libros de la basura. La manera como el circuito lector le entregó a José Alberto un ejemplar de Ana Karenina, obras de Gabriel García Márquez, libros de poesía, cuentos para niños y hasta el ejemplar de un Corán con el sello de la Embajada de la República Islámica de Irán en Bogotá, fue el descarte, el desecho realizado por otros lectores. El dolor, la sorpresa y el amor por los libros de un hombre para quien «tener libros es el tesoro más grande», modificó el destino de estos libros y el de sus potenciales lectores: los niños del barrio Nueva Gloria, al sur de Bogotá, cuyas posibilidades de comprar un libro eran nulas y la oportunidad de visitar una biblioteca pública, remota. Consciente de que «en los sectores marginados no se les enseña a los niños a leer», José Alberto empezó a recolectar más y más libros tirados a la basura, con el fin de crear una biblioteca comunitaria en su propia casa, una biblioteca a la que bautizó La fuerza de las palabras.

El circuito lector encontró entonces una estación generadora de esperanza, de lazos comunitarios y de acogida. Allí, José Alberto y su familia, con recursos y esfuerzos propios abrieron un espacio físico para acoger libros desechados y toda la familia se insertó en la dinámica de circular la magia de las palabras: José Alberto rescataba los libros; su esposa reparaba los que llegaban en mal estado; su hijo los clasificaba y acomodaba; y su hija, en compañía del resto de la familia, empezó a leer libros para los niños del barrio, cada fin de semana. ¿Y qué pasó después? El circuito lector, activado por la firme creencia de un hombre en que «los libros son patrimonio de la comunidad» y por lo tanto deben circular, creó la única biblioteca del barrio que no solo acogía a los niños para compartir lecturas y ayudarlos en la consulta de tareas, sino que además les prestaba y regalaba libros para que pudieran llevarlos a sus casas. Pero el circuito lector que inició en la basura no termina allí, José Alberto sueña con extenderlo por toda Colombia y crear una red de bibliotecas comunitarias como la suya; de la mano de ese sueño, el circuito lector siguió extendiendo sus redes y llegó hasta las puertas de una empresa privada que decidió destinar sus fondos de inversión social en el fortalecimiento de esta iniciativa mediante mejoras físicas al espacio de la biblioteca, dotación de libros, muebles, computadores y apoyo técnico en su administración y gestión.

Hoy en día La fuerza de las palabras es una Fundación dedicada al fomento de la lectura, tiene más de 25.000 libros clasificados y ordenados según los estándares del caso; sigue recibiendo a los niños del barrio quienes ahora además se benefician con talleres de lectura y clases de francés; presta servicios bibliotecarios a 10 escuelas aledañas; e incluso ha llegado a dotar de libros a bibliotecas en lugares distantes como el Amazonas o la Sierra de la Macarena, de donde le solicitaron una donación, pues allí los niños según le dijeron «lo único que tienen para leer son los periódicos en donde vienen envueltas las panelas». El circuito se bifurca, sigue su avance y ha llegado al sector editorial, donde se ha acogido la propuesta de una escritora y una ilustradora, quienes, inspiradas en esta historia real, crearon el libro Digging for Words: José Alberto Gutiérrez and the Library He Built. El libro salió al público bajo el sello editorial Schwartz & Wade Books; también existe una versión en español: Rescatando palabras: José Alberto Gutiérrez y la biblioteca que creó (2020. New York: Schwartz & Wade Books. Traducido por Teresa Mlawer). Lo que sucede con los libros es impredecible, los caminos se ramifican desde el momento en que encuentran un lector, este es un ejemplo más de lo que puede suceder cuando alguien como José Alberto Gutiérrez, cuya vida y pasión es la lectura, rescata un libro de la basura, crea una biblioteca y presta o regala libros que van por el mundo con el sello: «La fuerza de las palabras. Este libro es libre, léelo y pásalo, que nunca tenga dueño».

Biblioteca La Fuerza de las Palabras, en Bogotá, junto a su creador José Alberto Gutiérrez.

Me he detenido en José Luis y su biblioteca, porque creo que es un ejemplo poderoso y no solo encierra en sí mismo todo lo que les he contado sobre los azares del circuito lector, sino que además empieza a darnos claves sobre esas estrategias para el fomento de la lectura comunitaria. Acciones y actitudes que pueden inspirarnos y son muy fáciles de aplicar cuando amamos la lectura y el compartir libros. Con este caso me voy acercando también al papel de fomento que creo deben cumplir las bibliotecas como generadoras de circuitos lectores, uno de los cuales puede impulsarse precisamente desde los clubes de lectura, espacios privilegiados donde puede vivenciarse eso que Michèle Petit llama la experiencia irremplazable de la lectura «donde lo íntimo y lo compartido están ligados de modo indisoluble» (2002, 32). Y desde lo íntimo, quiero darles otro ejemplo, uno más cercano, pues su escenario es el sector de la Mitad del Mundo. Desde allí, hace más de dos años se empezaron a tender nuevas redes del circuito lector, cuando la UNASUR abrió las puertas de la Biblioteca Gabriel García Márquez. Podría tomar cualquiera de los tramos tendidos por esta biblioteca hacia las escuelas vecinas; hacia los niños y jóvenes de los barrios aledaños; hacia las familias que la visitaban para el disfrute de su espacio, de las lecturas en voz alta, de los encuentros y del préstamo externo de libros, el cual se volvió recíproco pues fui testigo de cómo, algunas veces, esas mismas familias realizaron donaciones de libros a la biblioteca.

Tomo entonces uno de esos hilos, el deseo de visitar una biblioteca cercana. Voy allí y me encuentro un espacio de ensueño con paredes de cristal abiertas a las montañas y al cielo; una sala amplia con espacios acogedores y atrayentes para los más pequeños; estantes con libros disponibles, aquí y allá, cuidadosamente dispuestos para que las manos curiosas alcancen nuevos paisajes y accedan a nuevos mundos. También me encontré una bibliotecaria salida como de un cuento, abierta a todas las posibilidades para que ese espacio del cual era ella la anfitriona pudiese llenarse de todos los huéspedes lectores posibles. Y fue así como con su apoyo, guía y permanente participación se dio vida al Club de Lectores de la Mitad del Mundo. Un club para personas de la tercera edad, cuyas puertas estaban abiertas para todos. En ese club, durante aproximadamente más de un año, personas que estaban alejadas de los libros y la lectura pudieron retomar el tramo del circuito lector mediante reuniones semanales en donde la cita con el libro nos llevaba a un encuentro humano. En la Biblioteca Gabriel García Márquez y durante el breve tiempo que pude gozar de su existencia y de la pertenencia al Club de Lectura, pude experimentar lo que los investigadores han empezado a señalar como Lectura Pública, un concepto en el que no solo se incluye la esfera de la intervención del Estado con la dotación de infraestructura y gestión documental, sino también la posibilidad de una práctica de la lectura gracias al libre, variado, abundante y actualizado acervo de textos y medios de lectura (Chartier 1995, citado por Petit 2001, 120).

En esa biblioteca y en el club, también pude ver cómo esa posibilidad de práctica de lectura se materializaba en una práctica social y cultural transformadora, pues además del componente de accesibilidad a los libros, la biblioteca en sus diversos servicios y en especial con el club de lectura al cual me refiero, puso en práctica la ampliación del concepto de Lectura pública, tal como Michel Peroni lo propone. Es decir, «la creación de una relación fuerte entre el campo social y el campo cultural, para echar a andar una técnica relevante de intervención» (Peroni 2004 citado por Robledo 2017, 76), donde se conozca el público a quien se dirigen los servicios, se gestionen y promuevan relaciones interculturales y el bibliotecario ejerza su función de mediador y sea apoyado por otros mediadores para complementar las tareas del trabajo de fomento a la lectura.

Gracias a esta conjunción de accesibilidad e intervención mediadora, el circuito lector aquí nos acogió para insertarnos en tramos que nos llevaron a conocer diversos autores y sus obras; a dialogar con escritores acerca de su experiencia creadora; a conocer y valorar los esfuerzos del sector editorial por sacar productos de calidad; a explorar las librerías de la ciudad; a participar activamente en una feria del libro como oyentes, ponentes y hasta como compradores de libros.

Antes de dejar este ejemplo sobre el que deseo volver cuando hablemos de las estrategias para organizar y poner en marcha clubes de lectura, quiero dar la voz a algunos de los participantes de este club, quienes quisieron aportar su testimonio sobre la experiencia de haber transitado por ese espacio:

 Creo que los clubes de lectura no solamente son necesarios, sino que son indispensables para incentivar la lectura a todo nivel, guiarnos los unos a los otros para poder discutir, exponer cada cual lo que ha leído, expresar sus inquietudes y comentarios de lo que se ha leído. (…) Mi paso por el Club lectores de la Mitad del Mundo fue algo maravilloso, porque en el poco tiempo que nos reunimos volví a renacer intelectualmente por medio de la lectura y además fue un escape del trajín del día a día y un bálsamo de felicidad para mi espíritu. (Germán)

 Para mí fue algo fabuloso el poder pertenecer a este club (…) y lo que me gustó fue la forma de relatar y leer todo lo que tenían preparado de una manera muy acertada y profesional, lo cual era una verdadera satisfacción. Los clubes de lectura me parecen que son indispensables para el desarrollo integral e intelectual para todo ser humano. A mi vida aportó muchísimas cosas, por ejemplo, el encontrar un grupo especial de personas que podíamos conversar de tantas lecturas y expresar el criterio de cada uno, de nutrirme de un vocabulario a veces poco conocido y otros interesantes, fue algo mágico para mí. (Paulina)

En estas experiencias constato lo que ya se ha comprobado en otros lugares acerca de cómo «la literatura puede llegar a ser un espacio de vida» (Robledo 2017, 46) que acoge a los lectores. Si estos espacios son fomentados desde las bibliotecas, permitirán que el circuito lector conecte lo íntimo y personal con lo social y colectivo; que los libros circulen de las bibliotecas a los hogares inspirando cambios, permitiendo la expansión del mundo interior en un espacio exterior respetuoso, acogedor, enriquecedor; ampliando horizontes mentales más allá de lo conocido y aceptado; y ensanchando las relaciones sociales, convirtiendo en cercanos a quienes creíamos muy lejanos y diferentes. Por ello, concluyo esta primera parte de mi ponencia citando nuevamente a Michèle Petit, quien ha dedicado gran parte de su labor como investigadora a darnos claves para ver con ojos renovados la lectura y su fomento, pues ella señala la importancia, sobre todo en los contextos más adversos, de abrir y mantener espacios que, como dice Germán, nos saquen del trajín cotidiano y nos permitan soñar, pensar y compartir mediante la lectura: «por lo tanto es preciso multiplicar las posibilidades de mediación, las posibilidades de producir encuentros» (2001, 25).

Club de Lectura Mitad del Mundo. En la Biblioteca Gabriel García Márquez, de Unasur.
San Antonio de Pichincha, Mitad del Mundo.

Historia de los clubes de lectura en diversos contextos sociales y culturales

Ahora quiero hablarles un poco sobre la historia de uno de los espacios de fomento a la lectura que nos permite, tal como ya lo he ejemplificado, el multiplicar las posibilidades de producir encuentros lectores: la historia de los clubes de lectura en diversos contextos sociales y culturales. Reunirse periódicamente de manera voluntaria con el fin de compartir las impresiones, reflexiones, emociones, sueños y hasta proyectos creativos que una lectura ha suscitado en un grupo de personas, es el objetivo central de un club de lectura. De manera previa, los integrantes del club acuerdan leer un libro y encontrarse al cabo de un tiempo para comentarlo en un ambiente ameno, libre y relajado. Tanto para los asiduos lectores como para quienes quieren iniciarse en el goce de leer, los clubes ofrecen un espacio que motiva la lectura personal y posibilita el compartirla con otras personas. En este escenario, el repaso de obras conocidas o el descubrimiento de las nuevas se enriquece con la confluencia de distintos puntos de vista. Este intercambio de ideas mediante la lectura, evidencia su cualidad de «vehículo esencial de toda construcción humana, en tanto que permite no solamente comunicarse con otros, sino apropiarse de otras experiencias y comprender lo que otros comprendieron en su momento y en sus circunstancias particulares» (Cajiao 2013, 56).

Aunque el acto de leer como un libre ejercicio del espíritu y de la imaginación, que expande la sensibilidad mediante una experiencia estética ha existido como posibilidad innata en diversos momentos de la historia, no en todos ellos ha podido realizarse y en otros se ha llevado a cabo de diversas maneras. En los conventos medievales se pasó de las lecturas religiosas en voz alta para mover a la piedad, a las elevaciones místicas y espirituales de la lectura individual y silenciosa. En el mismo contexto histórico, algunos adeptos seculares llegaron a convertir a La Divina Comedia (1307), escrita en un «lenguaje vulgar», en un bestseller aun antes de la imprenta (Gubern 2010, 47); y a partir del siglo XII, «las novelas de caballería inspirarían modelos de vida a sus lectores» (48). Aunque en realidad eran pocos quienes accedían a los libros, la literatura contribuyó a la construcción de un imaginario común, cuyo radio se amplió con el de los lectores, gracias a la reinvención europea de la imprenta (50).

Rastrear el origen de los clubes de lectura es una tarea aún por realizar; lo cierto es que cualquier intento debe ligarse a la propia historia de la lectura y a la indagación en cada contexto de las diversas iniciativas grupales por socializar la experiencia personal del libro. Intentando un acercamiento a este rastreo, podemos anotar que las resonancias de la oralidad están presentes en los inicios de la palabra escrita; las primeras experiencias de lecturas públicas documentadas en la Edad Media estaban dirigidas a un numeroso grupo de personas que no sabían leer y principalmente escuchaban textos (Manguel 2005, 61); fueron las primeras lecturas compartidas. Grupos específicos reunidos en torno a un libro aparecen en los monasterios cistercienses, donde incluso la regla monástica dictaba el procedimiento de lectura en voz alta durante las comidas y la escucha atenta, silenciosa y sin réplica de los oyentes. Un famoso texto anónimo de finales del siglo XV, El evangelio de las ruecas, a la par que representa todo el imaginario y supersticiones sobre las mujeres en la época, se adelanta sin querer en el tiempo y ofrece un buen fresco de lo que son en la actualidad las fluidas reuniones de los grupos que leen y comentan lecturas. Las hilanderas del libro se reúnen durante varias noches para hablar, hilar y leer: «Una de nosotras leerá varios capítulos a las presentes, para entenderlos y fijarlos de manera permanente en la memoria» (1480); además de ello, durante esas noches las hilanderas también discuten y comentan los textos.

Durante los siglos posteriores, superando o sobrellevando las vedas religiosas y políticas a la lectura individual, colectiva y pública, los lectores fueron encontrándose, reconociéndose y finalmente organizando gabinetes, tertulias, círculos, hermandades. En su historia de la lectura, Alberto Manguel nos cuenta la aparición, durante el siglo XIX en Europa, de grupos donde quienes leían en voz alta eran los mismos autores; podían hacerlo bien frente a un público para promocionar su obra, o bien en círculos íntimos de amigos cuyos comentarios e impresiones les ayudaban incluso a pulir borradores (Manguel 2005, 266). En ese mismo siglo, a la par del surgimiento de las bibliotecas circulantes que alquilaban novelas y folletines, aparecen las bibliotecas de sociedades donde se realizaban lecturas para analfabetos. La demanda de lectura desemboca finalmente, para la segunda mitad de ese siglo, en la creación de bibliotecas públicas (Jiménez 2005, 5).

En el siglo XX, las bibliotecas diversifican sus acciones en el fomento a la lectura y se convierten en escenarios de la llamada animación lectora. De ahí que, en la actualidad, un gran número de clubes de lectura se originen y funcionen en las bibliotecas. Hoy en día, la existencia en todo el mundo de programas nacionales y regionales de fomento a la lectura; el activo ejercicio de redes de bibliotecas y de clubes de lectura; las espontáneas reuniones de amigos, familiares y colegas en torno al hecho literario desmienten aquel viejo temor moralista de un asilamiento del lector, «recluido en un placer solitario», ante el advenimiento de la imprenta (Manguel, 2005 51), que, a final de cuentas, contribuyó en su medida al proceso de democratización de la lectura. Un proceso que avanza en la actualidad, en diálogo con los nuevos recursos tecnológicos y de comunicación, tal como lo demuestra la creciente propagación de clubes de lectura a nivel virtual.

Desde hace algunos años, el circuito del libro en América Latina ha venido recibiendo nuevos impulsos con la proliferación de clubes de lectura tanto en su modalidad presencial, como en la virtual. En Brasil, aunque existen esfuerzos estatales por democratizar el acceso al libro, fomentar la lectura, formar mediadores y activar la cadena productiva del libro, estudios regionales y encuestas nacionales lo ubican como uno de los países con los más bajos índices de lectura. Según el último informe del Instituto Pró-livro, «Retratos de la lectura en Brasil», este país ha perdido, en los últimos cuatro años, 4,6 millones de lectores a causa de factores como la crisis económica, un mayor acceso a Internet y el incremento del tiempo en el uso de redes sociales.

A pesar de este panorama general, desde hace varios años Brasil viene liderando innovadoras formas de acceso al libro mediante los clubes de lectura. La variedad de sus propuestas incluye grupos que se reúnen en bares nocturnos; clubes de lectura para sordomudos; programas de clubes de lectura en las cárceles, donde por cada libro leído se rebaja una parte de la pena; y ahora, en medio de la pandemia por el covid-19, el impulso, desde las bibliotecas públicas, de clubes de lectura virtuales para adultos y personas de la tercera edad. Además de todo esto, en Brasil, la activación del mercado del libro ha venido de la mano de los llamados clubes de lectura por suscripción. Pese a la crisis económica que obligó la reestructuración de las grandes librerías, y a la actual pandemia, estos clubes reportan aumento de suscriptores y ventas. ¿En qué consisten? Por el pago de una cuota mensual, el miembro del club recibe, a domicilio, un libro seleccionado por los curadores del club. El libro suele llegar en una caja acompañada de diversos obsequios relacionados con la lectura tales como estuches para guardar libros, mochilas, llaveros y hasta listados de música seleccionados por los autores del mes. Según la naturaleza del club, el libro también pude ir acompañado de material didáctico, juegos y el acceso exclusivo a contenidos digitales diseñados como complemento a la lectura. En el caso de los clubes dirigidos a los adultos, se ofrecen también encuentros virtuales mensuales con un mediador especializado, para discutir y comentar los textos. En épocas álgidas de pandemia, las estrategias de contacto con los lectores se multiplicaron mediante redes sociales y con la producción de contenido digital descargable.

Para finales del 2019, antes de la declaración de la pandemia, los clubes por suscripción eran ya un mercado posicionado, cuyo aumento del 167% en los negocios involucrados daban otra cara a la crisis del mercado editorial en todo el país (Thaís Rossi 2019). «La encuesta ‘Producción y ventas del sector editorial brasileño’ mostró que en 2018 se vendieron aproximadamente dos millones doscientos mil ejemplares a través de clubes de suscripción» (2019). En diciembre de ese mismo año, Brasil contaba ya con dos millones de suscriptores a clubes de lectura; al día de hoy, los más grandes de estos emprendimientos siguen reportando el aumento de suscriptores. Este modelo de clubes de lectura se ha expandido a otros países de la región como Argentina, en donde ya se identifican propuestas similares dirigidas a diferentes grupos de edad. Un aspecto interesante sobre esta modalidad de distribución de libros es que amplía y mantiene el circuito lector, pues llega hasta lugares donde no existen librerías, o como en el contexto actual de medidas restrictivas de movilización, suple el desplazamiento hacia los puntos de venta.

Volvamos ahora la mirada hacia Quito, Ecuador, para conocer cómo han sido aquí las dinámicas de los clubes de lectura.  En el 2017, el diario El Comercio reseñaba la existencia de clubes de lectura en librerías como la Tolstói, El Conde Mosca y el Fondo de Cultura Económica, cuya dinámica combinaba la interacción mediante redes sociales y las tradicionales reuniones presenciales. También mencionaba la iniciativa del BiblioRecreo, el cual reunía semanalmente a los interesados en conversar acerca de los ciclos de lectura escogidos. A este grupo de clubes de lectura conocidos se suma, en el 2018, el club de lectores de la Mitad del Mundo de la Biblioteca Gabriel García Márquez de la UNASUR. Y digo conocidos pues muchas dinámicas lectoras de la ciudad y del país en general, pueden pasar a veces desapercibidas. En ciudades como Guayaquil, que tiene incluso su propia feria del libro, existen diversas apuestas de mediación lectora que no serán objeto de análisis en esta ponencia; sin embargo, para tener una perspectiva de lo que está sucediendo en dicha ciudad alrededor del libro, mencionaré la reciente y novedosa iniciativa de una librería gratuita, cuya propuesta de intercambio de libros se acerca a la llamada liberación de libros que se realiza en distintas ciudades del mundo.

En el 2020, algunos clubes de lectura apostaron por la adaptación a un medio digital con el fin de mantenerse. Varios de ellos, como el del Fondo de Cultura Económica de Quito y Palabra Lab de Guayaquil, advirtieron incluso un aumento en el número de participantes y una ampliación del ámbito geográfico alcanzado. Por su parte, en Seshats, un grupo de lectura conformado por mujeres, decidieron incursionar también en las redes sociales como otro medio para mantener la conexión (El Comercio, 14 de agosto de 2020).

La vigencia, alcances y permanencia de los clubes de lectura, incluso en medio de las crisis, nos remiten de nuevo a la fuerza de las palabras para conectarnos y consolida esa idea de la literatura como un espacio habitable, un espacio vital. Revisemos entonces algunas pistas sobre cómo organizar y poner en marcha clubes de lectura.

Distintos métodos y estrategias para la organización y puesta en marcha de clubes de lectura

De hecho, los clubes de lectura son cosas curiosas. Empiezas a participar en uno para discutir libros, cuando te encuentras abriendo tu corazón y revelando secretos nunca antes contados.
MARIANA FONSECA, editora, columnista y lectora

Las formas de organizar un club de lectura hoy en día son diversas y a lo largo de esta ponencia se han ejemplificado algunas de ellas. El aspecto común a todos los clubes y lo que constituye su esencia es la reunión periódica de un grupo de lectores con el fin de leer o comentar los libros leídos. Hoy en día las modalidades de los clubes son variadas y obedecen a temáticas, edades, intereses, espacios y recursos diversos.

¿Quiénes pueden proponer la creación de un club de lectura? En principio, todos los que deseen compartir y enriquecer su experiencia personal de lectura con un grupo. La propuesta puede nacer tanto de un individuo como de distintos entes dedicados al fomento a la lectura como bibliotecas, librerías, escuelas, centros culturales y también todo tipo de organizaciones privadas o culturales. Para citar nuevamente un ejemplo de Brasil, allí los sindicatos de los gremios deportivos organizan mensualmente encuentros de lectura.

¿Cuáles son los componentes claves de un club de lectura? Al reflexionar sobre este punto, he querido plantear una serie de elementos que considero esenciales dentro de la organización y puesta en marcha de un club de lectura. Al presentarlos de esta manera, también quiero poner de relieve el trabajo de mediación que implican estos espacios y, además, ofrecer un norte metodológico para su creación. El primer elemento convocado entonces será precisamente el mediador; según René Diatkine: «Lo que más atenta contra el gusto por la lectura es la indagación, una intromisión poco delicada en un espacio donde todo es particularmente frágil» (Diatkine citado por Petit 2001, 22), por ello quiero invitar a los mediadores a retomar el sentido de la palabra fomentar desde su acepción vivificante, como el fomentum que enciende un fuego y lo mantiene sin traspasar los límites, mostrando la luz y el calor que pueden brindar los libros. Pensemos la figura del mediador como un guía que nos acompañe por el sendero de la lectura mostrando los caminos del diálogo y el cuestionamiento; propiciando ocasiones para que los lectores podamos realizar nuestros propios e imprevisibles hallazgos. Alguien que en ocasiones nos preste su voz para escuchar los rumores de las letras y cuyas manos conocedoras nos señalen los estantes en donde tal vez encontremos ese libro que nos aguardaba desde siempre. En suma, un lector apasionado, un explorador de textos, una conexión vital entre historias, autores, libros y potenciales lectores.

Y será precisamente ese mediador el que disponga, alcance y presente una buena guía de lecturas, es decir, el segundo elemento que quiero considerar aquí: el acervo lector. El acervo lector es el conjunto de lecturas que se evalúan y seleccionan para proponer a los participantes de un club. Ambas acciones son ya en sí mismas actividades de fomento a la lectura, en la medida que contribuyen a ofrecer material con calidad estética y literaria y contribuyen a que los lectores amplíen sus propios criterios a la hora de seleccionar textos. Beatriz Robledo nos da un buen ejemplo de ese equilibrio entre la concertación de los textos con el grupo y la guía del mediador, al presentarnos el caso de un club de lectores que quiere revisar la obra completa de un autor. En este caso, ella propone que el mediador elabore una bibliografía de la obra acompañada de artículos, reseñas críticas y lo presente al grupo para explorar los contenidos y acordar por dónde empezar (Robledo 2017, 25-26).

Como es de suponer, la evaluación y selección de textos estará íntimamente ligada a los lectores que conformen el club, pues no será lo mismo un acervo para lectores asiduos que otro para quienes inician sus viajes por la lectura; las edades de los participantes también será un factor a considerar, especialmente en el caso de los niños. Es imposible desligarnos del contexto y hacer una selección a partir, únicamente, de los gustos y preferencias del mediador, este debe «agudizar su mirada y su capacidad de comprensión de los grupos con los que se relaciona» (29). Algunos criterios claves a la hora de evaluar y seleccionar lecturas, señalados por mediadores experimentados, apuntan hacia la calidad estética y literaria de las obras, es decir que estén impregnadas de ese poder de habitar y perdurar en los lectores más allá del punto final de sus páginas; otro criterio es el de la diversidad, que nos evita encasillar a los lectores por sus experiencias o condiciones de vida. Así, se sugiere poner sobre la mesa textos tanto en soporte físico como virtual; textos poéticos, narrativos, instructivos, informativos, argumentativos, en fin, textos tanto para soñar como para imaginar, cambiar el mundo cotidiano o trazar senderos hacia otras formas posibles de habitar el que ya conocemos.

Y de los acervos, paso a quienes van dirigidos: los lectores. A menudo, el fracaso en la continuidad de los programas de lectura se relaciona con la falta de resonancia con la realidad de los participantes. Por ello, es necesario, desde el principio, pensar en el tipo de población a quien vamos a dirigir nuestras acciones de mediación, para que no resulten excluyentes y adquieran un sentido más cercano a sus experiencias de vida (78).  Aquí quiero detenerme en dos grupos de edades destinatarias de un sinnúmero de programas de mediación lectora: niños y jóvenes.

Margaret Meek ha llamado la atención sobre la existencia de una cultura de la niñez donde «el juego es el texto compartido, la primera literatura de un grupo social emergente que explora los límites de su mundo común, descubriendo la realidad, junto con las formas del discurso que van más allá del simple tráfico utilitario de información» (Meek 1982 citada por Robledo 2017, 97). Por ello, a la hora de pensar en un acervo para los niños, es indispensable remitirse a una literatura infantil que refleje, recree y expanda esa cultura de la niñez mediante los juegos del lenguaje, la poesía, la narrativa sin otros fines que el de contar una historia y que sobre todo tenga sentido para ellos, por encima de las pretensiones didácticas o pedagógicas que queramos añadir los adultos (Robledo 2017, 97-101). No dudemos entones en presentar textos que liberan al niño del mundo adulto y le otorgan protagonismo y un lugar propio; textos que develan la fortaleza de su sensibilidad para hacer frente a las adversidades; textos coloreados de humor irreverente y fantasía; textos cargados de simbología o de lenguajes sutiles que, sin engaños, exponen ante los niños incluso temas tan complejos como la muerte. Sin más justificaciones o explicaciones, ofrezcamos la lectura a los niños para su disfrute y goce, con que eso suceda al abrir un libro, será más que suficiente.

En cuanto a los jóvenes, y pese a las facilidades que pueda ofrecernos el mercado con sus lecturas estandarizadas, debemos tratar de ofrecerles itinerarios de lectura más allá de la condición de su edad, porque ante todo son lectores con experiencias únicas a quienes, en vez de limitar, debemos acompañar para expandir sus horizontes. Según Beatriz Robledo, en la actualidad, los jóvenes han sido sometidos a dos tipos de experiencia con la literatura:

Una es aburrida, terriblemente aburrida, o literalmente incomprensible: la otra es demasiado light. En síntesis, ninguna de las dos les ha ofrecido una verdadera experiencia literaria, una experiencia de lectura que les revele el sentido profundo y duradero que tienen los textos, aquellos que logran habitarte y perdurar hondo muy hondo (130).

Al pensar en un club de lectura para jóvenes, será conveniente tener presente una y otra vez que nuestro espacio de mediación no es una escuela con fines de evaluación. Debemos recordarnos continuamente el no pedirles cuentas por su encuentro libre y espontáneo con los libros.

¿Dónde se propician dichos encuentros? En un espacio de fomento a la lectura donde sea posible otra manera de relacionarnos con los libros, en donde nos apropiemos de las historias y las interioricemos de manera espontánea y no para rendir cuentas; un espacio donde también nos relacionemos con el otro a partir de una nueva relación con nosotros mismos. El espacio, visto desde esta manera, es el otro elemento esencial de un club de lectura. Más allá de si las reuniones se realizan en el salón de una biblioteca, en la cárcel, en un parque, en un café o en un bar; o si se llevan a cabo de manera virtual, el club de lectura se convierte en un territorio cuyas fronteras están delimitadas por los propios participantes y cuyos ámbitos van de lo íntimo a lo colectivo, de lo imaginario a lo real compartido; del estrechamiento de lazos mediante el intercambio de significados y de lecturas distintas que van retando, complejizando y enriqueciendo nuestra propia lectura del mundo.

Vamos ahora a la acción en sí misma. ¿Qué hace un mediador con ese acervo, con un espacio y con lectores? Pues, fomenta la lectura. En un club la principal actividad, pero no la única es leer. De la lectura se desprenden los comentarios, los diálogos, las discusiones, los encuentros con autores, las visitas a lugares, la escucha de nuevos sonidos, una vuelta por el cine, la referencia a otros textos, el deseo de seguir indagando, el deseo de escribir y también, el deseo de tener libros. Dentro del listado anterior se encuentran actividades que se identifican claramente como actividades de mediación lectora, el otro elemento invitado al club de lectura. Una vez establecido el club, las posibilidades son infinitas. La llama encendida por la lectura convocará a las artes, el juego, las ganas de estar y leer juntos. No se trata de hacer malabarismos para retener un grupo, pero sí de insertar actividades que conjuguen lo lúdico con lo estético y nos permitan experimentar lo cercana que está la literatura de la vida. Daré un listado de posibles actividades que se pueden realizar en un club de lectura, sacadas tanto de vivencias propias, como del cúmulo creciente de experiencias en el mundo con estos espacios: lecturas en voz alta y comentarios de los oyentes; encuentros con la poesía; encuentros con autores; ciclos de autor o temáticos; talleres de lectura; talleres de escritura; cine; visitas a bibliotecas; paseo-lectura; y el etcétera se va extendiendo hacia los terrenos específicos de los tipos de club de lectores.

Para dar una idea práctica de cómo crear, organizar y poner en marcha clubes de lectura, quiero presentar, de manera simultánea, dos ejemplos: el club de lectores de la Mitad del Mundo y clubes de lectura por edades, para niños.

1. Fase de planificación: Se elabora un plan de trabajo con objetivos, metodología, definición de público objetivo, selección inicial del acervo lector y cronograma.

PLANIFICACIÓN Club de lectores de la Mitad del Mundo Club de lectura para niños
Público objetivo Adultos de la tercera edad. Niños y niñas entre 6 y 12 años, divididos en dos grupos (de 6 a 8 y de 9 a 12 años).
Espacio Presencial. Sala de la Biblioteca. Virtual. Plataforma zoom.
Selección inicial de acervo lector -Fondos: Colección de la biblioteca y textos publicados en Internet.

-Tipo de textos: Cuentos cortos de Gabriel García Márquez; artículos de opinión literaria; poesía; libro álbum; cuentos de otros autores y fragmentos de novelas.

-Fondos: Evaluación, selección y compra de libros.

-Tipo de textos: Literatura infantil y juvenil; libro álbum.

Mediadoras Directora de la biblioteca y coordinadora del club. Profesional contratada.
Tiempo Encuentros semanales de una hora y media. Encuentros semanales de una hora para cada grupo.

2. Fase de convocatoria: Se recomienda que, en la información promocional, además de los datos básicos como nombre del convocante y referencias al espacio donde se desarrollará, se brinde también un panorama de las actividades a realizar, pues es común que las personas se cohíban de participar debido a ideas preconcebidas acerca de esta clase de grupos. Blanca Calvo, de la Red de Bibliotecas Públicas de Castilla-La Mancha, sugería, por ejemplo, colocar qué actividades no se realizan en un club de lectura:

no se obliga a leer en alto en las sesiones (a algunas personas puede darles vergüenza). No hay que intervenir forzosamente en los debates. No tiene que comprarse el libro cada uno. No hay que pagar nada para pertenecer al club (…) (Calvo, s/f).

Asimismo, se recomienda incluir el plan de lectura o conversación de la primera reunión (autor, tema, cuento, novela u otro).

Convocatoria Club de lectores de la Mitad del Mundo Club de lectura para niños
Medio de convocatoria Contacto telefónico con usuarios de la biblioteca. Invitación personal. Redes sociales: Facebook.

Contacto por WhatsApp.

Visita promocional a la comunidad.

3. Fase desarrollo

Desarrollo Club de lectores de la Mitad del Mundo Club de lectura para niños
Inicio del club Reunión de apertura con la presentación de los objetivos del club, explicación de su metodología, presentación de los participantes, acuerdos sobre horarios y lecturas, primera lectura compartida con lectura en voz alta. Actividades de motivación, presentación del espacio, bienvenida a los participantes, lectura en voz alta.
Desarrollo Actividades desarrolladas: -Distribución de lecturas para la semana.

-Comentarios sobre los textos.

-Lecturas en voz alta.

-Lectura de la obra de un autor: Gabriel García Márquez.

-Lectura de libro álbum; poesía; artículos sobre literatura; cuentos de autores latinoamericanos.

-Ejercicios de escritura personal.

-Proyección de películas basadas en libros.

-Recital musical sobre una novela.

-Encuentros con autores.

-Participación en eventos literarios.

Actividades de integración social: celebración de cumpleaños; Navidad.

-Café-lectura.

Contacto por redes sociales: creación de un grupo en WhatsApp.

Actividades desarrolladas: -Entrega de mochila de libros.

-Recreación de espacios de lectura en los hogares: campamento de libros.

Actividades interactivas orales, plásticas y visuales: dibujo de lecturas; representación de personajes; escritura creativa; representación de escenarios fantásticos; lectura en voz alta; proyección de videos musicales; lectura de libros álbum: comentarios a los textos.

Contacto por redes sociales:

-Creación de grupos en WhatsApp donde se comparte información relacionada con la lectura y los talleres (videos, fotografías de los trabajos realizados, etc.).

-Eventos de integración para por plataformas virtuales para socializar las experiencias.

Esto es, de manera resumida, un cuadro de las posibilidades inagotables que propicia el encuentro con los libros. En tiempos de confinamiento social por la pandemia, los clubes de lectura en el mundo se han incrementado y sus novedosas estrategias por permanecer en contacto y seguir leyendo juntos demuestran que cada mediador y cada grupo va encontrando los caminos y las formas más idóneas a cada uno para crear círculos de la palabra. Hace poco conocí en Instagram un club de lectores de Mar de Plata, Argentina, que cuenta con más de cinco mil seguidores y cada día de la semana tienen una actividad virtual: Encuentros donde los participantes hacen reseñas de los libros que cada uno está leyendo; encuentros en vivo con los autores; lecturas en pijama, que son lecturas nocturnas de algún libro por capítulos o de varios libros según la temática elegida; recomendaciones de libros y mucho más. La descripción que aparece en su perfil es toda una alusión al tema central de esta ponencia: «Club de lectores Sgt. Pepper’s. Club social. Conectamos lectores, libros y escritores».

Para finalizar esta ponencia, quiero hacer referencia a la actividad que atraviesa todas las iniciativas de mediación en un club de lectura: El comentario del texto como una experiencia literaria personal y social. A finales del siglo pasado, un maestro y escritor de literatura infantil y juvenil se interesó por ayudar a los niños a hablar sobre los libros que leían u oían, pues estaba convencido de que

hablar bien sobre los libros es una actividad en sí muy valiosa, pero también es el mejor entrenamiento que existe para hablar bien sobre otras cosas. De modo que, al ayudar a los niños a hablar de sus lecturas, los ayudamos a expresarse acerca de todo lo otro que hay en sus vidas. (Chambers 1993).

El método planteado por Chambers consiste en crear un «círculo de la lectura» a partir de tres elementos esenciales: la selección de buenos libros, la lectura de los mismos (personal o en grupo en voz alta) y la expresión de lo que esa lectura ha provocado en los lectores. El mecanismo para que esa expresión se produzca son las preguntas, interrogantes directos que animan a expresar lo que se intuye, lo que se está a punto de decir, pero no se dice.

Aunque Chambers ideó este método para niños, la estrategia de preguntas detonantes de conversaciones y comentarios es idónea para clubes de lectura de todas las edades. En palabras de Chambers, la relevancia de este método radica en que «pone en primer plano la importancia de la experiencia del lector al leer el texto». Al exteriorizar esa experiencia y compartirla, esta se prolonga y al conectarse con otros lectores, se transforma. Cuando en un club se dice que se comparten lecturas, esto no solo quiere decir que se está leyendo el mismo libro o que en las reuniones se lee en voz alta; el compartir lecturas incluye también su comentario, la puesta en común de los hallazgos, impresiones y consideraciones que a cada lector le parece relevante enunciar. Al hacerlo, es común que sus oyentes se sorprendan al darse cuenta de pasajes no descubiertos; que despejen el significado de palabras o expresiones oscuras; e incluso, que cambien de opinión respecto a algún suceso o personaje, a la luz de lo que otra persona comenta. Al terminarse la sesión del club volverán al texto y notarán que su lectura es ahora más amplia; abren el mismo libro, pero ahora, al repasar sus letras, saltan nuevos sentidos gracias a la compañía y el influjo de las otras lecturas.

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CALVO, B. (s/f). Receta para un club de lectura. En: Red de Bibliotecas Públicas de Castilla-La Mancha. Consultado el 27 de junio de 2018 en http://reddebibliotecas.jccm.es/portal/index.php/clubes-de-lectura/clubes-lectura-funcionamiento/2-uncategorised/59-receta-club-de-lectura
CHAMBERS, A. (2007). Dime. Los niños, la lectura y la conversación. México: Fondo de Cultura Económica.
FLORES, G. (14 de agosto de 2020). Los clubes de lectura siguen vigorosos, con soporte virtual. El Comercio. Consultado el 21 de diciembre de 2020 en https://www.elcomercio.com/tendencias/clubes-lectura-libros-literatura-internet.html.
FUERZA DE LAS PALABRAS. (s/f). Una biblioteca sacada de la basura. Consultado el 19 de diciembre de 2020 en https://www.youtube.com/watch?v=DYg-0kP5Wgs&NR=1
GUBERN, R. (2010). Metamorfosis de la lectura. Barcelona: Anagrama.
Los clubes de lectura tienen también su versión milenial. (10 de junio de 2017). El Comercio. Consultado el 4 de julio de 2018 en http://www.elcomercio.com/tendencias/clubdelectura-literatura-millennials-librerias-quito.html.
JIMÉNEZ, F. (2005). Clubes de lectura: una lectura oculta. En Boletín Gestión Cultural N°13: Políticas de apoyo al sector del libro.
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ROBLEDO, B. (2017). El mediador de lectura. La formación del lector integral. Chile: IBBY.
ROSSI, T. (4 de septiembre de 2019). Los editores encuentran en los clubes de suscripción una forma de escapar de la crisis. En Consejo Regional de Bibliotecas de Brasil. Consultado el 21 de diciembre de 2020 en http://www.crb8.org.br/editoras-encontram-nos-clubes-de-assinatura-um-meio-para-fugir-da-crise/
Foto inicio e interiores: Archivo Particular Mildred Nájera, Internet.

Mildred Nájera Nájera. Antropóloga colombiana residente en Quito. Magíster en Estudios de la Cultura, mención Literatura Hispánica, por la Universidad Andina Simón Bolívar, Ecuador. Docente universitaria y Mediadora de lectura. Ha participado en diversos proyectos culturales y académicos de investigación en Ciencias Sociales y Humanas, especialmente en temas educativos, comunicacionales y de Antropología Social. Integrante del Grupo de Investigación ‘Religión, Cultura y Sociedad’ de la Universidad de Antioquia, Medellín. Entre 2018 y 2019 fue coordinadora del Club de Lectores de la Mitad del Mundo, en la Biblioteca Gabriel García Márquez, de UNASUR.