Ensayo/crítica: 

Piedad Larrea Borja, ensayista

Morayma Ofir Carvajal

 

UNA PROMINENTE INTELECTUAL es Piedad Larrea Borja, la escritora de finas líneas esculturales y ojos enigmáticos en los que parecen dormir muchos sueños imposibles o aletear una nostalgia pertinaz de recónditas unciones. Indescifrables son esas pupilas escrutadoras que, a veces, parecen abstraídas en superiores éxtasis…

Piedad es una mujer excepcional en muchos aspectos. Física y espiritualmente, es interesantísima. Ondula rutilante su personalidad en lo caliginoso de la época zahareña que vivimos.

Hay un claro signo de ascensión en su destino, como que los espacios infinitos ejercen un poder tal de atracción en los seres escogidos, que aún parece poner alas en el barro que los afianza en el barro y diríase que ella contagia esa levedad de alas de su espíritu, esa como magia de elevación que hay dentro de sí a quienes se la aproximan, la alcanzan y la comprenden.

Hay que leerla, hay que escucharla, hay que ahondarse en su galana prosa para apreciar su inmenso valor, el acervo poderoso de su cultura, la vastedad de su erudición filosófica, su fina sensibilidad artística, la fuerza extraordinaria de su intelecto.

Piedad es una autodidacta. Audaz, admirablemente audaz en explorar las escarpaduras de las severas disciplinas mentales y los laberintos filosóficos de todos los tiempos. Valiente en el empeño de abrirse paso, con su grande inteligencia y el poder de su intuición, por los reinos del conocimiento; ávida por rasgar los velos del enigma, encontrar el camino seguro, la respuesta cabal, la meta definida y exacta. De saber el cómo y el porqué de las cosas, de encontrar el tesoro de la verdad tras la quimera y el espejismo. Investigar, enriquecer su mundo con la austera dádiva de la sabiduría. Captar la voz omnipotente del cosmos, ir más allá por los senderos que abrieron los geniales espíritus en el espacio y en el tiempo; vigilante siempre su abierta pupila iluminada.

Interpretar la vida, los seres y las cosas a través de su propia alma y su palabra, dueña esta del doble atributo de convencer y deleitar. Profundizarse en el análisis de las realidades y la idiosincrasia de hombres y pueblos empeñados en fijar rumbos a la humanidad y la historia. Enjuiciar con certeza, esquematizar jalones seculares o milenarios del devenir histórico, del arte universal, relievando, con toques magistrales, con lógica profunda, con sustancial y vasto acervo, sus etapas eternas.

Aplicar el cauterio de una crítica sin quebrantos en la afirmación de principios doctrinarios; sin cobardías ni esguinces en la apreciación de personajes y dogmas políticos avasallantes de la personalidad humana como el nazifascismo. Alzar, al mismo tiempo, su clamor roto en sollozos de mujer, por la paz universal, por la reivindicación de los atributos superiores de la especie. He aquí condensada la preocupación perenne, la obra intelectual múltiple y proficua de la gran escritora quiteña.

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Piedad Larrea Borja nació en la Capital de la República el 21 de diciembre de 1912. Hija de doña Judith Borja Larrea (distinguida vástago del doctor Ángel Modesto Borja, publicista de fama continental, eminente liberal del noventa y cinco e íntimo amigo del coloso de la raza, Juan Montalvo) y del doctor Alberto Larrea Chiriboga, connotado hombre público y uno de los primeros economistas del país, quien ha ocupado altas jerarquías en la vida institucional de la República. Fue Ministro de Relaciones Exteriores en el período presidencial del Dr. Gonzalo S. Córdova, Cónsul en Europa, Superintendente de Bancos, varias veces, Fundador Gerente de la Caja de Pensiones, Presidente del Banco Central, Catedrático de la Universidad Central, Presidente y Fundador de la Sociedad Jurídico Literaria. Es así mismo autor de varias obras importantes de carácter financiero y otras poéticas. A estas últimas pertenece Íntimas, editada en París en 1927 con prólogo de Benjamín Carrión.

Pero no solo una justa paternidad de poesía se encarnó en la hija dilecta, sino que fue una especie de designio secular que le dio su transparencia e hizo posible la herencia del verbo que nos recuerda el simbolismo bíblico del descenso de las lenguas de fuego sobre las cabezas de los Apóstoles que rodearon a Jesús y que no es sino la explicación, casi objetiva, del irrumpir de la divina tormenta de la inteligencia, iluminando la humana carne para hacerla marchar angustiada y vidente por el mundo, vencedora sí por ser dueña del arma invencible y sonora: el lenguaje en su perfecta y bella fase evolutiva.

En Piedad Larrea Borja hay una preclara expresión de poesía, una estirpe que responde al ancestro de las musas. De allá, de una remota raíz en el tiempo y en la sangre, le vino el germinar de la simiente divina de la inspiración.

Mucho tiempo ella hace abstracción de los dulces incitares de la vida para recluirse en los claustros de la soledad, morada de la sabiduría, en los que suelen noviciarse los escogidos seres anhelosos de la infinita paz consigo mismos, en vía de plena liberación y de superación definitiva. Así salvó ella su destino, aislándose del bullicio y la frivolidad oropelesca de la sociedad de carcomidos andamiajes. Y la soledad la deslumbró con su milagro… De allí salió ella con su corazón y su cerebro bañados como en polvo de luceros a decir su mensaje de belleza, a devolver lo que había atesorado en ese reino de severas adusteces, del que dijera [John] Cowper Powys: «únicamente en la soledad el alma humana podrá acabar su crecimiento; es el estado metafísico por excelencia. De esta condición de la vida podemos hacer una condición de nuestra alegría. Debemos aprender a hacer nacer de este sentimiento una extraña exaltación. De hecho todos los éxtasis que sobrevienen para nosotros en los momentos mágicos, están asociados al sentimiento que tenemos de estar solos en el vacío. Si llegamos a este equilibrio psíquico sobre la cuerda tensa, eterna, estaremos libertados para siempre del estremecimiento de la vanidad de las cosas. Solos, solos, solos; el gran secreto de la dicha cósmica reside en ese hecho de tomar conciencia de nuestra soledad. … Así transformamos en beatitud lo que al principio nos parecía como un motivo de tristeza».

Por eso esta fina mujer ha podido escribir Ensayos de tanta reciedumbre, tan bien, como madrigales; volcarse unciosa en la evocación y hacer retablos de reminiscencia seductora y amena o emplazar, con énfasis heroico, al Duce, criticar al totalitarismo en su pleno apogeo.

Esta es Piedad Larrea Borja, autora de aquellas conferencias que fatigaron la crítica de los mejores escritores del Ecuador como Gonzalo Zaldumbide, Benjamín Carrión, Julio Tobar Donoso, Luis Bossano, Guillermo Bustamante, Isaac y Jaime Barrera, Eduardo Samaniego Álvarez, Túpac Amaru, César Espíndola Pino, Delio Ortiz, etc., y que compiladas en un tomo han enriquecido la bibliografía nacional. Cabe mencionar sus temas: «Sentido y Trascendencia del Arte«», dictada en el Grupo Amigos del Arte. «La Estética en el Misticismo», radiodifundida. «Biografía de la Mujer Ecuatoriana», «Italia sin Máscara», leídas en el Ateneo Ecuatoriano del que Piedad es Vicepresidenta y «Paz en la Tierra», sustentada en el Círculo Hispanoamericano de Génova. En todas ellas descuella su personalidad intelectual.

Benjamín Carrión y Piedad Larrea Borja. En Quito, años 50.

Dicen de Demóstenes que la voz superaba a la figura del orador griego. Dicen que Alcibíades cuando pronunciaba sus oraciones fúnebres ante el asombro de Atenas se engrandecía en su corporal dimensión, y de Cicerón que, atacando a Catilina en el Senado romano, se superaba, él mismo, levantándose sobre su propio ser. Escuchando o leyendo a Piedad en sus Conferencias vemos y sentimos que acrece su espiritual dimensión tal que del roble en su forma airosa y dominante, en su desplegar de sinfonías del viento, en su gallardía retadora de la tempestad… ¡Cómo se yergue esta fina mujer, de estilizadas líneas corpóreas, para arrancar la máscara que Mussolini puso al noble pueblo italiano, cuna de la emoción sublimizada en sus dos direcciones: Religión y Arte. Ella, una delicadísima mujer ecuatoriana, frente al coloso de acero que echara a volar, como un desafío del cesarismo resurrecto, las águilas romanas sobre los cielos en tormenta de Europa!… Ella, defendiendo la gran verdad de Italia, reivindicándola ante el mundo. Frente al Duce la minúscula conductora de un batallón de adelfas; frente al soberano caudillo, la gran capitana de las rosas, retando al Dictador del Fascio, rectificando al gran equivocado, que fincaba su prestigio en el prestigio de las bayonetas, sin pensar que la fuerza de las armas es siempre avasallada por la fuerza incontrastable de las ideas; las victorias de la espada, de los cañones, de las bombas, son precarias y efímeras cuando no están respaldadas por las victorias del pensamiento libre, de la palabra libre, de la conciencia libre; cuando no sirven a las verdaderas causas humanas, a los ideales constructores de la vida, del derecho y la justicia. He allí por qué el totalitarismo, sea del origen que sea, por deslumbradoras promesas que encierre, no triunfará jamás sobre la tierra! La poderosa intuición de los pueblos, su sensibilidad democrática alzarán sus trincheras inexpugnables!

Esta valiente escritora ecuatoriana, maestra en la modulación variada de la palabra, de la que dijera José Rafael Bustamante en el prólogo de Ensayos Literarios: «Piedad Larrea Borja tiene una alma inmensa, un talento lúcido y la pluma que maneja para comunicarnos lo que piensa y siente es de subidos quilates, pluma de oro que ostenta sus primores; tiene rasgos inconfundibles en su personalidad; siendo única parece diferente según el motivo y la temática de su producción. Ella tiene el destino del agua que, sin dejar de serlo, es bloque o nube, murmullo o tumulto, torrente o remanso, regato u océano…

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Qué distinta, ciertamente, en apariencia, su actitud en Italia sin máscara frente a aquella otra de ternura maternal inmensificada acaso con la tragedia de la guerra que le tocó vivir en Europa en los años de 1939 a 1941 y que le sugiere Paz en la tierra. ¡Qué profunda en sus densos Ensayos estéticos, y qué deliciosamente vaporosa en su evocación de la frivolidad femenina desde el mil ochocientos hasta nuestros días… Pero siempre ella, imprimiendo el sello heráldico de su alta estirpe espiritual.

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He aquí un esbozo de esta noble escritora. Lo he trazado con honda emoción, cohibida, acaso, por la propia admiración que siento por ella; pero pienso que a veces  lo delicado del motivo pugna con la arista del énfasis y que es mejor que sobre corazón, aunque falte elocuencia…

Piedad Larrea Borja tiene ya una ancha aureola de prestigio dentro y fuera de la patria. Sus artículos son reproducidos en grandes publicaciones, como la Revista América, de Cuba, La Razón de Bolivia, Personalidad y Cultura MentalLetras del Ecuador, etc.

Su nombre se pronuncia ya con respeto, ese que los espíritus de selección inspiraron a través de todas las épocas, aun ahora que estamos palpando y viviendo una incertidumbre total, una literatura abigarrada, una multiplicidad desconcertante de problemas. Ahora que las ideas se han entrechocado y que bien parecen decir de la desorientación universal, del momento histórico de confusión, de la noche que talvez está forjando, en su bigornia de tiniebla, una nueva alborada, pues que el Universo parece estar en marcha hacia algo definitivo y luminoso. Acabamos de desnudarnos de la horrible pesadilla nazi fascista, pero no nos incorporamos todavía en la victoria real. Estamos luchando por cimentar la Paz después de haber ganado las batallas crueles y sabáticas. Esos mismos gérmenes, casi desorientados, muchos de ellos sin esperanzas, confundidos en diversos moldes de contención sociológica, están por fuerza paralizando el movimiento estético, enredándolo en su confusión. Pero pronto el Mundo empezará a rotar de otra manera. Los valores humanos, los constructores o propulsores de la cultura encontrarán entonces su definitiva ubicación y tendrá matriz el canto y dirección la ruta de la sangre y de las rosas…

Entonces adquirirá más fúlgidos destellos el nombre de esta descollante figura de las letras: Piedad Larrea Borja!

Tomado de: Morayma Ofir Carvajal, «Thoa». Galería del Espíritu. Mujeres de mi Patria. Quito, Editorial Fray Jodoco Rickie, 1949. El título del texto es nuestro.
Foto inicio: Internet
Foto intermedio: Archivo Fotográfico CCBC

Piedad Larrea Borja (1912-2001), escritora, filóloga y profesora quiteña. Miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Fue la primera mujer en integrarla y su secretaria perpetua. Integrante de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Grupo América, Ateneo Ecuatoriano y el Club Femenino de Cultura. Diputada por la provincia de Pichincha en 1960. Columnista de diario El Día. Integró el jurado del Concurso de Poesía Ismael Pérez Pazmiño del diario El Universo en los años 60.​ Fue profesora del Liceo Fernández Madrid, de los colegios María Eufrasia y Miguel de Santiago, y de la Facultad de Medicina de la Universidad Central. En 1994 fue galardonada con la condecoración Manuela Espejo que entrega el Municipio de Quito.

Su obra literaria, lingüística y  crítica incluye: Ensayos (1946); Nombres eternos: senderos (1954); Abenhazam en la literatura arábigoespañola (1960); Juglaresca en España (1965); Habla femenina quiteña (1968); Dolor de ser buena: poesía (1978); Castellano y lexicografía médica ecuatoriana (1986); «Algunos quijotismos en el habla ecuatoriana», en Memorias de la Academia Ecuatoriana de la Lengua (1988); Oníricos y cuentostorias (1990) y Refranes y decires de la Llacta Mama (1996).