POEMAS DE CRISTINA RIVERA GARZA

Poemas de Cristina Rivera Garza

– Las feministas – Música de fondo – Despejar – Desparpajar – Unir

Las feministas2020-09-28T21:45:38+00:00

Las feministas

Pronunciaban la palabra. La escupían. La celebraban.
Corrían.

(Atrás de este vocablo debe oírse el pasar del viento.)
Hablaban a contrapelo. Interrumpiéndose.
Ah, tan descaradamente.
Vivían a la intemperie, que es el mismo lugar donde sentían.
Supongo que así nacieron.
No sabían de refugios, de techos, de amparos,
de patrocinios.
Estaban heridas de todo (y todo aquí quiere decir
la historia, el aire, el presente, el subjuntivo,
el contexto, la fuga).
Agnósticas más que ateas. Impactantes más
que hermosas. Vulnerables más que endebles. Vivas
más que tú. Más que yo. Estoicas más que fuertes.
Dichosas más que dichas.

Intolerantes. Sí. A veces.

¿Mencioné ya que eran brutales?
Caminaban en días de iracunda claridad como musas
de sí mismas
(eso ocurría sobre todo en el invierno cuando
los vientos del Santa Ana iban y venían
por los bulevares de Tijuana, arrastrando envolturas
de plástico y el polvo que obliga a cerrar los ojos
y negar la realidad)
a la orilla de todo, bamboleándose
eran la última gota que cuelga de la botella
(la mítica de la felicidad o la aún más mítica
que derrama el vaso o el sexo
impenetrable en la mismidad de su orificio)
y caían.

El colmo.
La epítome.
El acabose.

(Por debajo de estas frases debe olerse el tufo que deja
tras de sí el viento horizontal.)

Supongo que solo con el tiempo se volvieron así.

Con hombres o, a veces, sin ellos, besaban
labiodentalmente.
Y se mudaban de casa y se cambiaban los calcetines
y preparaban arroz.
Y bajaban las escaleras y tomaban taxis y no sentían
compasión.
Decían: Este es el viento que todo lo limpia.
Y pronunciaban la palabra. Enfáticas. Tenaces.
Prehumanas.

Tajantes. Sí. Con frecuencia.
Conmovedoras más que alucinadas. Sibilinas más
que conscientes. Subrepticias más que críticas.
Hipertextuales. Claridosas.

Estoy segura de que ya mencioné que eran brutales.

Fumaban de manera inequívoca.
Cambiaban de página con la devoción y el cuidado
minimalista de las enamoradas.
Siempre andaban enamoradas.
En los días sequísimos del Santa Ana elevaban
los rostros y se dedicaban a ver (podían pasar horas
así) esas aves que, sobre sus cabezas, remontaban
lúcidamente el antagonismo del aire.

Y el Santa Ana (y aquí debe oírse una y otra vez
la palabra) (una y otra vez) despeinaba entonces
sus vastas cabelleras ariscas. Sus cruentas pestañas
(una y otra vez).

Cristina Rivera Garza (Tamaulipas, 1964). Novelista, poeta y ensayista mexicana. Profesora del Colegio de Artes Liberales y Ciencias Sociales de la Universidad de Houston. Estudió sociología urbana e historia de América Latina en México y Estados Unidos. Autora de las novelas Nadie me verá llorarVerde ShangaiLa muerte me da, entre otras. En ensayo ha publicado: Dolerse. Textos desde un país herido, Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación, Condolerse. Textos desde un país herido II, Había mucha neblina o humo o no sé. En poesía: La más míaLos textos del yo, El disco de Newton, diez ensayos sobre el color y Viriditas. Ha obtenido los Premios Anna Seghers (2005), el Sor Juana Inés de la Cruz (2001-2009)  y el Roger Caillois en el 2013.

Los poemas de la presente selección fueron leídos en su estadía en Quito, en octubre de 2019, para participar en Cartografías de la Disidencia, encuentro femenino de literatura organizado por el Centro Cultural Benjamín Carrión.

Música de fondo2020-09-25T20:10:17+00:00

Música de fondo

 

A veces se quitaban la piel y la colgaban

de los tendederos. Eso sucedía las mañanas

en que amanecían exhaustas, las mañanas

en que estaban a punto de decir no-aguanto-más.

 

Y la piel ondeaba de cara a la luz más preciada.

Y la piel se mecía en los brazos del viendo, que son

los Brazos de Nadie, como si no existiera en realidad

ninguna razón para morir.

 

Olorosa a tacto y a pólvora y a flores de plástico

y también a limón, la piel mostraba sus cicatrices

con esa indiferencia que frecuentemente se confunde

con el orgullo.

 

Era un cuadro de aspiración bucólica y de belleza naíf.

 

Si no hubiera sabido que eran sus pieles,

sus pieles en esas mañanas en que estaban muy cerca

de sumergirse, habría podido pensar que se trataba

de un spot televisivo al que solo le faltaba la música

de violines y hachas.

Despejar2020-09-28T22:01:27+00:00

Despejar

 

No es extraño que la libertad sea a veces una gran pared blanca.

El blanco, como se sabe, no es la ausencia de color.

A través del disco de Newton, un viejo ejercicio escolar, los niños aprenden que el blanco resulta de la rápida combinación de todos los colores.

The woman brought two glasses of beer and two felt pads. She put the felt pads and the beer glass on the table and looked at the man and the girl. The girl was looking off at the line of hills. They were white in the sun and the country was brown and dry.

‘They look like white elephants,’ she said. 
’I’ ve never seen one,’ the man drank his beer. 
’No, you wouldn’t have.’ Todo eso en un famoso texto del escritor norteamericano Ernest Hemingway.

La aparente calidad de vacío del color blanco invita, por sí mismo, a soñar.

Las almohadas adoptan poco a poco la forma de una cabeza apocalíptica.

La niebla, a veces. La nube, que cae. El velo.

Es cierto que en el sueño todo ocurre por primera vez.

Alrededor del iris un paisaje invernal y, dentro del paisaje, un animal antediluviano y, sobre el paisaje, un falcón de plumas blanquísimas.

Prefiero, entre muchas, la palabra súbita.

La leve sonrisa en los labios es un signo de placer muy íntimo.

En el 2002, alguien publicó el artículo: From Yellow to Red to Black: Tantric Reading of «Blanco» by Octavio Paz, en el Bulletin of Latin American Research, 21: 4, 527-44.

La discreción suele ser una virtud.

En lo personal, me tienen sin cuidado las virtudes.

Frente al gran muro vacío, el cual es de color blanco, resulta fácil preguntarse: ¿Es cierto que si corro el velo desaparece el rostro? ¿Es esta la tela del invierno más largo? ¿Cómo cae sobre tu espalda la mano del amanecer?

El futuro es un trazo.
El futuro me mira con sus ojos alucinados.
El futuro sabe escuchar jazz.

De repente, de la nada, la palabra cañaveral.

«Blanco» es uno de los títulos de Trois Couleurs, la triología de Krzyzstof Kieslowski, de la cual prefiero en realidad «Azul».

En el momento del despertar, el mundo es justo como esa gran pared despejada.

Empequeñecida por el tamaño del muro, pronuncio en voz baja las palabras: la vida empieza aquí.

Nunca he entendido lo que es un adverbio de lugar.

Tengo la impresión de que el disco de Newton es un breve estado de gracia.

Todos los colores están, en efecto, aquí.

Desparpajar2020-09-28T22:21:07+00:00

Desparpajar

 

Hay un jardín y, en el jardín, hay un nogal de amplias ramas oscuras cuyos frutos caen entre las hojas erectas del pasto. Alrededor de los frutos inmóviles sobrevuelan los siete pájaros negros, parloteando.

Es imposible saber aún de quién serán los pasos que dejarán la huella de la que hablaré después.

Alguien que todavía no respira hablará o parloteará, sin duda, de todo esto.

El que observa con cuidado el radiante plumaje del cuervo terminará llevándose la mano hacia la cuenca de los ojos, acaso sin querer.

En el juego se asume, no se comprueba.

El descubrimiento de la verdad obligó a Edipo, el de los pies hinchados, a olvidarse de la luz.

No todas las tragedias son griegas, eso se sabe.

Desde 1971 hay una capilla dentro de la cual cuelgan 14 lienzos negros de Mark Rothko.

Tuve un sueño ahí: a la vera del camino, rodeada de una vegetación suntuosa, me esperaba meditabunda una gran ave negra.

Me tomó tiempo darme cuenta de que no era un sueño. Enfrente de mí y a la vera del camino y rodeada de una vegetación suntuosa me esperaba, en efecto, una gran ave negra que daba la apariencia de estar meditando algo sagrado o enorme o letal.

En un momento dado y como obedeciendo a una señal divina, 
los siete cuervos del jardín emprendieron el vuelo y desaparecieron dentro del cielo gris.

En el interior del verbo desparpajar hay, en realidad, un pájaro muy inquieto.

Entre las tribus Masái el negro se asocia con las nubes de lluvia, símbolo de la vida y prosperidad futura.

Es común que la gente recuerde sueños en los momentos menos pensados.

Observar verdaderamente un jardín requiere de mucho esfuerzo.

El término agujero negro se aplica en astronomía al resultado del colapso gravitacional de una estrella. Según las hipótesis científicas, un agujero negro impide totalmente el escape de materia o energía, extremo de lo que sucede con una superficie negra sobre la que incide energía lumínica.

Nunca he entendido el parloteo de las aves o, en general, su comportamiento sobre los cables del teléfono.

Pensar menos es algo que puede ocurrir, en efecto, en cualquier momento.

Quien desparpaja destroza y malgasta, pero también se despabila y se sacude ese sueño muy negro.

Un jardín bien pudiera ser un cuerpo que se extiende a la vera del camino: lujoso, trémulo, equidistante.

Y el cuerpo bien podría ser la huella que produce el jardín sobre la textura del tiempo.

Son varios los expertos que señalan que para diseñar un jardín hay que sentarse a meditar. Lo mismo pudo haber sido dicho por Rothko en 1964 cuando inició su trabajo con grandes lienzos negros.

El queísmo es una enfermedad pasajera, aunque no ineludible, del lenguaje.

Me pregunto si al decir: “si vale la pena hacer una cosa una
 vez, entonces vale la pena hacerla una y otra vez, explorándola, probándola, demandando mediante su repetición que el público la contemple”, Rothko alguna vez pensó, aunque fuera por equivocación, aunque solo fuera desparpajadamente, en el amor.

Sé ya que alguien narrará lo que ocurre hoy aquí. Aunque no sé por qué la primera tentación es siempre narrativa.

Tengo la sospecha de que no hay uno sino dos pájaros inquietos en el interior del verbo desparpajar.

Es común que la aproximación al mundo se haga a través de hipótesis. En el juego se asume, no se comprueba.

La frase «Todo lo que bajo el cielo hay» me hace pensar en los negros pájaros del lenguaje que vuelan desaparpajadamente sobre el jardín del nogal.

El ave a la vera del camino pronunció de esa manera la palabra «sí».

Rothko, para entonces, ya se había ido.

Unir2020-09-28T22:29:59+00:00

Unir

 

Fue en la casa de su madre, en Lincolnshire, que Isaac Newton tuvo el tiempo y la disposición de ánimo para observar una manzana.

El pecado es acaso solo una cuestión de gravedad.

Las letras de la palabra Adán son las mismas que componen la palabra Nada.

«The redness/ of red» escribió Rae Armantrout para referirse a algo que no entiendo pero que, sin embargo, percibo. «Lo rojizo/ del rojo».

Es verdad que amanece.

La sangre suele ser un lugar común.

En la imaginación popular las palabras «y sin embargo se mueve» siguen siendo una referencia más o menos explícita a la tenacidad o testarudez de la mente científica.

El cuerpo es una forma de la mente y viceversa.

Suele producir algo de inquietud observar a un hombre que retoza bajo la fronda de un árbol o que se desliza como entre nubes cuando atraviesa las calles de una ciudad.

Hay ciudades que, en efecto, se prestan para caminar ya sea con o sin lluvia.

Alguien ha asegurado ya que es muy fácil perder un paraguas.

No sé cuál sea la probabilidad de perder, en cambio, una flecha dorada.

En sus retratos de juventud, Isaac Newton da la apariencia de haber sido un hombre hermoso a punto de morder una manzana.

Todos perdemos, eso se sabe.

¿Es posible que un cuerpo yazga orgánicamente sobre un litoral?

El ruido que resulta de la inserción de los dientes sobre la manzana siempre me ha parecido sensual. En cambio, el ruido que se produce cuando los dientes arrancan el pedazo de la fruta me hace vacilar.

Bilabial, la boca. El beso. El chasquido.

En el esquema RGB, el rojo junto con el verde y el azul son colores primarios de luz. Esto cambia en el esquema CMYK que está basado en pigmentos donde el rojo no es parte de los colores primarios sino el rojo magenta, que junto con el cian y el amarillo están más cerca de los colores primarios sustractivos auténticos que el ojo percibe, y se utilizan en la impresión de color moderna.

El menstruo, ah. Viscoso, real, inútil, el menstruo.

Combinación numérica; ranas palúdicas; palma arquitectónica; espesura escalofría.

La urgencia con la que cruzó la puerta y tomó el pincel y trató, inútilmente, de plasmar lo que veía detrás de los párpados.

Voy gravitacionalmente hacia ti.

¿Mencioné ya los pájaros carmesí, la luna vacía, la larga hilera
de hormigas?

Son pocas las vocales que separan la palabra «monstruo» de la palabra «menstruo».

¿Consiste la meta en colorear el propio yo para así convertirlo en un personaje audiovisual?

Había, en algún lugar recóndito de sus huesos, un aroma contradictorio y una sustancia que no dejaba de manar.

Mis vestigios terrestres. La hipocresía de mis roperos. Mi magnético interior. ¡Ah!

Dentro de la cueva, el pálpito. A cada latido, la humedad. La sangre es un lugar común, lo escribí hace rato.

Las fúlgidas aves; los calosfríos ignotos; el letárgico licor; las fulmíneas paradojas; el radioso vértigo; la remordida ternura.

Aquí no vive un coleccionista de insectos.

Como si se tratara de alguien ligeramente atormentado: alguien con un cigarrillo en la boca; alguien con un pasado muy largo.

Todo era mentira, Isaac.

Vivimos en estado de peligro: lo desunido se une. ¿Piensas quemar mi casa también?, preguntó o dijo.

Había una duna y, sobre la duna, unos zapatos muy viejos. Alguien decía entonces: te quedarás.

2020-09-29T15:07:56+00:00
antalya escortantalya escort bayan