Tempestad Secreta y otros poemas de Alfredo Gangotena
QUITO no fue la residencia de elección de Alfredo Gangotena, pero sí la ciudad que lo vio nacer y morir. Cuatro décadas no alcanzan para abarcar la edad de la inocencia y los años de aprendizaje de un patriarca bíblico, y casi se vuelven breves, comparadas con la común medida de una existencia, pero las que transcurrieron entre 1904 y 1944 pudieron parecer interminables: conocieron la gestación, el estallido y la consumación de dos guerras mundiales. Tampoco le resultaron cortas al ecuatoriano. Escribió, antes de su término, algunas de las páginas más personales y desgarradas, más insólitas y grandiosas, concebidas por un hombre de tierra americana.
Jules Supervielle proclama la suerte de América Latina, al poseer un poeta de su complexión. Neruda confiesa su desconfianza en el desdoblamiento cultural de los escritores aristocratizantes que se trasladan a París para escribir, con dificultad o sin ella, en francés. Pero libera de su desdén a Gangotena: … para qué hablar del maravilloso y olvidado poeta ecuatoriano Gangotena, desaparecido en plena juventud…
No solo la lengua adoptada por Gangotena revela a su condición de expatriado cultural: el simbolismo tardío, el superrealismo, la óptica científica vivificada por la conciencia existencial… Gangotena asume el legado latino como cosa propia, de manera radical y no precisamente lúdica. Asume, adopta… Los verbos señalan la diferencia que va de Gangotena a un autor nacido en el Barrio Latino o sus alrededores… Y su oficio soporta todo el peso de la tradición española, de la naturaleza y la historia americanas, no menos que el de la huella de la infancia ecuatoriana de este cosmopolita.
Fragmentos de Aproximación a la poesía de Alfredo Gangotena, por Bruno Sáenz Andrade, publicado en este Boletín.
BAJO LA ENRAMADA
A Gonzalo Zaldumbide
APRENDO la gramática
De mi solitario pensamiento.
En la enramada rosa
Todo tiembla, menos
Este libro guardián, que reposa
Cual ángel en sueños.
El hombre rígido, en la acera,
Es justa medida del árbol.
El techo agita su ramaje de pizarra
Donde florecen negros pájaros.
Bajo el cielo, campana de tomillo,
El mundo suspira, se apaga la brisa.
Transitoria, en la sombra, se posa
La imagen del mejor amigo.
Allí mi ángel guardián reposa
Como un libro adormecido.
En la onda de savia invernal surgida de mis sienes
Escucho el aletear del olvido.
Estas vigas, que sueñan a la claridad de la lámpara,
Silenciosas, esparcen su alma carcomida.
Moscas, larvas, chinches, hormigas,
Y tú, en el sueño, indolente oruga,
¡Acudid pronto, saltad, festejad!
Que ya la noche hunde su quilla
En la rada del hogar.
EL HOMBRE DE TRUJILLO
A Paul A. Bar
TE VISITO y te imploro en el sueño, mi esposa ignorada.
Yo me consumo y me abraso en las soledades tórridas y en la avidez de mi amor.
Oh, mujer, vengo a mitigar y aplacar mi angustia en la querencia de tu inocente claridad.
¡Salud, mar vegetal!
Mar jadeante que suspiras y te derrumbas en las trombas argénteas de la aurora
No obstante que murmuran en la espuma de su lino
Las velas desplegadas de las carabelas,
Escucho, astros en el éter, vuestro mensaje labial y lejano.
¡Aclarad, astros del silencio,
La paz de las tumbas y la existencia de las flores!
Religiosamente entre las brisas y las aguas,
Vuestro eco se irradia al fondo de las simas.
Para vosotros, astros omnipresentes de la desesperanza,
El ardiente lirio de seda se nutre con la sangre de mi pasión.
Y religiosamente, hacia vosotros se levanta y tiembla en la tarde.
¡No!
Ni esta mural y plural presencia de mis padres,
Ni los candados y las severas fórmulas de la tiniebla y del cemento,
Me impedirán, mil ataduras, ausentarme,
¡Orinecidas rejas!
Ausentarme en las delicias y el movimiento de mi espíritu.
¡Oh velas! La llama del aire os persigue sin tregua
El tormentoso estremecimiento del paisaje se permuta
En selva de seda
Y en cálida resonancia de la abeja semidormida.
Despertaos, flores, todavía más bellas que el cielo puro:
Ahí renace el alba lustral y salina,
El alba de los pájaros.
¡Que el ácido y la herrumbre de nuestras armas
Canten al unísono en el azúcar plácido de las aguas!
Más tarde,
Más tarde, bajo el ocre clamor de otros cielos,
Todas las vasijas y los odres secos,
¡Apuraremos el edénico licor de nuestras lágrimas!
La sien sonora de mi pensamiento,
La oreja en la tempestad y los clarines de la arena.
El árbol sitibundo que se nutre en los muros de este mundo desolado.
Flexibles y largos en las brisas cristalinas de su follaje,
Tiemblas mis dedos
Como la savia y como el año.
Avizora, hermano, el mantel áspero de este cielo;
Palpa y escucha las balsámicas vibraciones de la aurora que se adelanta,
Oh taciturno,
Y que desaparezca este harapo sumergido en la onda y las brumas de un suspiro,
Oh taciturno,
Como las piedras bajo el peso del futuro.
¡Yo profiero este grito tan alto,
Pitanza de las águilas!
Setenta veces me enfango y me revuelvo
En los lagares de las landas y los pantanos.
¡Piedad, piedad! Antaño amaba el lince las semillas de terciopelo y extraía su sombra con cuidado.
De los plutónicos haberes de la noche.
Pero si yerra y se alarga,
Si ambula famélico paciendo en los soterrados follajes del invierno,
Nadie sabe escucharlo
Sino la estepa en la inmensa e inmemorial espera de su planicie helada.
Piedad, oh piedad, que nos podrimos en la vitrina de las estaciones.
Después del gran viento líquido del firmamento,
Después de esta fontana de eternidad,
Se arrastran y deterioran las blancas miradas del sitibundo.
Crueldad del cielo en mi pupila. ¡Crueldad
Del alma en la grande e implacable violencia que me destruye para siempre!
¡Oh cruz!
Astro de geometría, mi palabra,
Insignia destellante,
Cruz oblicua de estos mundos nuevos,
¡Mis miembros se levantan hasta la cima de mis vientos cardinales!
Oh virtud de una hierba estimulante que nos procura la resistencia para el viaje.
Cohortes
Bajo mi soplo,
¿Hacia la querencia ilusoria de qué morada descendéis?
Sobre la aorta pesa
Su leche nocturna.
Nuestras pupilas se dilatan en el silencio de su niebla.
¡Espera, tropa descarriada, espera, levadura del olvido,
Que la luna absorba los mostos y los residuos de tu vida!
¡Oh púrpura eclosión del vacío, oh tierras de América,
El edificio se derrumba bajo la sombra de mi fe!
Purificad lo que hay de permutable en mí,
Hermanos, amigos, iluminad las sabanas y los corredores,
Hermanos, para que yo conozca mejor el volumen de la muerte.
A LA SOMBRA DE LAS SECOYAS
ESCUCHADME vosotros que atravesáis el solo e infinito desierto,
Vosotros, ya sombras, que chirriáis como las cerraduras orinecidas de la soledad,
Vosotros como el polvo, los libros mágicos y los años en las urnas del silencio.
Yo te imploro, mujer dulce y bienamada,
Oh reina más allá de los mares en las provincias de hojas y lagartijas
¡Recuerda, mi esposa, que no podré nombrarte en mi lento infortunio!
Porque me apesadumbro y la tristeza me vela eternamente la misericordia de tus manos.
Como en la seda oceánica de la onda y en el alcohol de las florestas verdes, se escucha el coloquio de las panteras.
Vosotros en el asilo que os procuran los encantos de la vida,
Escuchad este drama de muerte que soflama en las minas de hulla:
Los jinetes de la noche golpean en La voz de los jinetes
la oreja de mi espíritu. “Estas crónicas compiladas de
En las cadencias de la rana, en las esperanza y vergüenza,
palabras del amante, “Bajo la ferviente claridad
se jactan de sus creencias y me de las lámparas.
hablan de la ley. “La apertura de nuestras
Espero, puertas fabulosas,
Espero como un tallo de hierba Os mostrará, cielos de rocío
preterida, “El hilo sobrehumano de nuestro
bajo el ingente peso del pensamiento.
firmamento.
“Amigos, seguro para siempre el azar que os conduce al amor.
“Las ardidas redes y las turbuladuras que gravitan y los pilones
a nivel de la axila en torno de la arteria soterrada”
La disciplina nos ordena
Como las cortezas superpuestas de los árboles y los océanos
De arena en la estameña de los huracanes
“Aprovechemos en fieles imágenes la violencia doble del vegetal.
“El agua diamantina de las estaciones emerge de la plenitud de las cadencias.
“Hénos aquí viriles y fuertes a semejanza del pájaro navegante hacia el alta mar.
“El astillero es la corona en torno de las frentes del sueño vertical.
“Allí ni camaradas ni tú, mi amante hijo.
“¡Más bien corre tu azar en el estupor de las muchachas, a la hermosa estrella!
“La blancura soberbia de los molinos y los florones de la otra estepa piadosamente te mecerán”
Yo me exulto y escupo sobre qué En los bajos de la ciudad inmunda,
orinas mi pulso se lacera.
Mi cólera estalla, mi cólera se inflama Mil veces he medido el horrible
en las resinas ladrillo de lava;
Y en la melena del león. Y me encuentro en la orilla extrema
¡Oh voz, deslízate y sopla de la desolación.
Como las potencias siderales ¿Por qué la apestada mosca de los
del sueño! yermos y el gran pájaro de
¡Atesora tus granos de arena, vuelo acelerado vendrán a
Sus córneas viscosas, revolotear y ulular en mi cerebro;
Sus nauseabundas pupilas! por qué la noche de los tugurios
Boca sonora en las membranas se aloja bajo mi piel?
de la tormenta, boca en Arisco sobre todas
fonolito. mis dimensiones,
¡Por ti yo les disparo la ¿deberé resistir como las palmeras
piedra del desprecio! del gran desierto y resistir a la soledad?
El orondo insecto que contempla las puertas del espacio;
El rechinar de las lacas y esas plantas y uñas venenosas; y
Largos, maléficos y gimientes en los surcos nocturnos del
mundo, los desencadenados vientos de abolengo,
conjunción labial, propia para aguzar la última y pulmonar punta de mi angustia.
La sordera me destiñe. Acude y domina tus desfallecimientos,
vertiginosa flora, y lléname de tu impulso.
Pues, en ti, Naturaleza, reside mi sola esperanza.
¡Perdido como una triste palabra del infolio!
¡Escolar temeroso, larva despreciable o yema ignorante de todo
claro de bosque para no ser al fin sino una planta color de humo en la rabia!
¡Mi cuna y mi lengua, a vuestra guisa, están lejos en la cima de los Andes!
Mi canto se unifica en la abrupta resonancia de las piedras que
miden el abismo; canto de una luminosa madrugada a los
bordes pomposos del ramaje; y me confino a la planicie
mental de mi palidez, oh canto eucarístico de la cal.
Mis lágrimas no podrán disolver los músculos del dolor.
La añoranza fatalmente me lleva: me alejo de vosotros como
el corimbo bajo el furor de las brisas.
Corredores de los campos, maestros del mostrador,
Hombres gigantes,
Os escribo con la altanera savia del eucalipto:
“Bajo la herrumbre, abrazad las delicias del hierro.
“Me está despejada la ruta por este plumón astral sin fibras
en el torbellino de los hielos.
“En la secreta hierba de oro con el encaje de las ortigas, os preparo el reflejo de los sueños.
¡Y surgid vosotros, reinas oblicuas en la memoria, como el alfabeto de mi palabra, oh refulgentes hojas de mi selva ecuatoriana!
“Los vientos lunares se zambullen en la garganta de nuestros grandes pájaros.
“Toda mi gracia reside en el adiós.
“Sienes, heme aquí en la femenina luz de su presencia,
Y como la octava en el aleteo de sus párpados,
“Bajo el astro de medianoche”.
I
LAS RAZONES DE LA VISTA: aparecen consiguientes las llanuras,
el cárcavo de las selvas.
Encendidas aves, romped de vuelo mis cristales;
Las consabidas alas de este mirar,
La luz naciente que en soledades llevo a los más altos ayes,
Juntadlas de vez segura ya en su común medida, en su cenit secreto.
Me devora, del espíritu, la absoluta permanencia de estos polos.
Te escucho, como el ámbito a sí mismo de los cielos,
Allá en cuantas las miradas, en el golpe a ciegas de mi paso.
Sangre desnuda que vertiré en tu flanco:
De ella mi sudor de angustia, de cesación y noche.
Con el ceño adusto al trasluz de las sienes,
Toda inquieta en cima de voces,
De pronto me acusas a deudas, a más rehenes.
¿Habrá espacio de cabida
Junto al labio gota a gota de tus senos?
¡Mente, de flores tan vacía!
Afuera el grito, los deleites;
A darte encuentro, las brisas relucientes.
Me mantuve afuera, en suelo de leones:
Deseando el cumplimiento de tu sexo,
De cuanto jugo a altas horas de este cuerpo seminal,
De cuanto crece en la pendiente.
Ya no miro. Me golpea la sangre de los ojos.
En trances tales de denuedo como el párpado de los héroes,
Ya no asiento el calcañar.
¡Oh vientre, oh boca en la frontera!
Pecho absoluto de mis ansias,
Me vacías, pecho mío, de substancia y tiempo en derredor.
Y reparos, valladares y provincias
A cuanto supe desear.
¡Abridme! Llevo el ala fatigada
De arrecios tantos, de espumas y de celos.
Estoy de pena y resonancias,
Más aún: de gala y esponsales.
Os diré ayes como un latido de aguas.
Abrid las urnas, al conjuro de estas lágrimas.
¡Oh vehemencias! mis venas agolpadas en su cúmulo.
¡Oh huésped mía de delicias:
De monte en valle, de noche en claro, de tienda en tienda,
Cabe el temblor seminal de las rodillas,
Como el ámbar del estío en la cepa de la vid,
Te acrecientas de presencia ‒penetrante y temblorosa de substancias seculares!
Su contorno en mis sabores: ¿me estuvo acaso, me está vedado?
Van mis órdenes: a su merced, la hacienda.
¡Y jugos tales en mi cuerpo, de aquella prenda oculta tan deseada!
Crecida noche, en su caudal de luna, ¡oh gargantas de blancura!
¡Ay! Decidme cuanta savia de mi lecho.
Más adentro la pupila, las moradas, cuanto lo escondido.
De vivas flores, en la cumbre, abierta al calor de mis entrañas,
Ya podrá Ella entonces desnuda luego palpitar.
¡De riberas adelante! ¿Dónde están los montes, las otras potestades?
En tela de su dicha, ¿dónde cabe más algo desear?
Ni seda otra, ni tal soporte.
Me conoces, me presentas en campos desatados.
¡Oh primicias de este único menester!
Mi frente airada, Amor, los ayes, ¡oh cuenca eterna de salivas!
De moradas me regalan.
Y tu vientre abierto en mi pesadumbre de caricias.
El labio sumo mío cae de los siglos, a tu boca concebida,
A la herida declarada de tus senos!
III
SOLEDAD DE LUCES, soledad de alientos.
¡Oh lágrimas me dais voces
De su presencia en solar de mis adentros
Más remoto!
Arrobado en tales ansias,
Ora a vuelta de desmayos,
Ora en tela de lamentos,
Pasaré la noche en prenda
De soledad,
con el alma ahíta, a tientas,
Con el alma enjuta en sienes de sudores y tormentas.
Voy clamando en graves ayes el deseo de mi boca
En todo él tu cuerpo te grité mis quejas
Porque a fuer de tus enojos ni siquiera supísteme escuchar.
Y no es de pan, ni es de vino el menester;
Ni sed, ni ganas de aquesta colación.
En el jugo, fuente y gota de tus senos:
¡Oh prueba sin consejos!
¡Sequedales del ansia viva!
¡Cuánto padecer! ¡Cuánta cosa que roto,
Y cuántos golpes en busca de alivio!
Manos mías en el huerto,
Derramad las flores llenas,
Derramadlas
Y dad sustento
a esta sien que palpita en mi costado.
La pasión que me desangra:
Un tal querer enclavado en las entrañas.
Y los muslos entornados, derramando de ellos su cabal fortuna.
Desde el otero
Acudo al llano de tantas bajas tierras escondidas.
Mas, ¿dónde están los senos que apetecen mis sentidos?
¿Dónde el pecho de mi boca?
En sus altas horas,
y en el gozo, en la cima de estambres y deleites,
Vino el Huésped.
Abrió cuentas,
Y a la vuelta de sorpresas no pudo menos que gritar,
A todo ámbito,
la voz de su desmayo,
Que gritar:
¡desolación, desolación!
Este cavilar nocturno.
Esta llaga atroz de su presencia, abierta en todo el rostro.
¡Soledad de luces, soledad de alientos!
Ni siquiera en sombra sus miradas me cubren ya.
Alimañas en mi senda.
¡Cuántos cuervos en la noche!
Atado al peso de lo oscuro, al clamor de mis entrañas,
Pronto dormiré mis sueños, bajo el sediento párpado de este insomnio.
¡Oh moradas de cal viva!
Allá vuelo en desatino,
Con toda la mirada en trances de soslayo, arriba de estos grandes vuelos corporales.
Vino el Huésped,
Y desnudo me encontró:
Los oídos sin respuesta,
Tan reseco el albihar.
Desnudo de hambre, de venas y de espíritu.
Vino el Huésped, en sazón
De esperanzas y clamores,
Y único en las praderas de su huella, no pudo menos que se exclamar
‒Los ojos encendidos en la prenda de sus ayes‒,
A su vez que se exclamar:
¡desolación, desolación!
VI
NI LA SED ES COSA TANTA.
Ni sudores de la mente me trasijan de manera semejante.
¿Qué reposo habré de hallar en cabidas de tu presa de este anhelante cuerpo mío
Que desnudas y ensombreces a la vez?
Apretada, oculta noche.
¡Oh vena, venas de mi sangre en la esfera absoluta de los astros!
Me despierto a toda voz, dando gritos de llamada;
En tu espacio me despierto, con los ojos agolpados.
Mi corazón de entrañas y lamentos, como un haz de ensangrentadas cabelleras.
Cuan clara es la pupila, llega el mundo, ¿dónde estoy?
Y los mares de esta fuente, llegarán.
Los cuervos persistentes;
Entre muros, mi espesura.
Y te desmandas a merced, como el fuego, de estas órbitas:
A despecho entonces te hablaré en tu vientre de agitado corazón,
Con la lengua de mi altura,
En tu sexo sorprendido,
A mayores firmamentos con mi voz de noche oscura.
Mas, a todo lo adelantas.
¡Oh Mía de mi celo, pusiste a prueba tanto empeño en el calor de mis sentidos!
¿Cuándo me abrirás presente las dulzuras tuyas llenas, de la tierra?
¿Cuándo el pecho?, ¡a deshora!, y me detienes con el ímpetu del océano sobre el párpado de mi desolada desnudez.
El espacio de tu fuerza.
Mis ojos lentos brillarán del fragor de las ciudades.
Por donde va mi grito, voy, ¿por afueras de este mundo?
La boca densa, aún llena de la muerte.
En subidos aires salgo de mi aliento.
El jardín contiguo, en manos de las flores.
Y van pasos, desnudos pasos en mi alma;
Que te busque, toda mía, amén persiga con las ansias consiguientes del desierto.
Ni la sed es cosa tanta.
Afuera en claro sestean los leones, corre franca la pradera de los ciervos.
Alfredo Gangotena (Quito, 1904-1944) nació en el seno de una familia de la aristocracia serrana, hizo sus estudios iniciales en Quito y se radicó en Francia, muy joven, a inicios de 1920. Realizó sus estudios universitarios en París y escribió en lengua francesa la mayor parte de su obra poética. Sus primeros poemas fueron publicados en revistas parisinas como Philosophies e Intentions, que luego los recogería en Orange secret (1926-1927), y que fueron el preanuncio de lo que sería su obra posterior: Orogénie (1928), Absence (1932) y Nuit (1938). Su último poemario, Tempestad secreta, de 1940, lo escribiría totalmente en español, mítico poema elegíaco reeditado años después, por Ediciones Libri Mundi, de Quito, en 1992.
En 1956 se publicó Poesía (Quito, CCE), traducida al español por Gonzalo Escudero y Filoteo Samaniego, con prólogo de Juan David García Bacca. Su obra poética culmina con Hermenéutica de Perenne luz, que aunque inconclusa puede considerarse como su definitivo ars poético. Murió en diciembre de 1944, en su ciudad natal, acompañado de sus amigos íntimos.