Ensayo/crítica:
Morayma Ofir Carvajal, escritora y biógrafa
Antonio Jaén Morente
ALGUNA vez y lo sabemos todos, decía el Romancillo español:
Yo me era mora Morayma
morilla de un bel catare
cristiano llamó a mi puerta
cuitada por me engañare…
No eres tú, la morilla, ni yo me situaré engañoso en el umbral de ningún libro. Sin embargo un poco por «me engañare», creyéndome docto, me ofreces el don selecto de escribir un prólogo.
Yo no sé hacerlos, Morayma, al menos a la moda dogmática o al brindis del vocablo rumboso y placentero. Vamos a transformarlo en una carta abundosa en ríos caudales de simpatía, en que te hablaré del encuentro de mi pensamiento con tu libro.
Te has lanzado intrépida en la audaz aventura de escribir, nada menos que sobre los valores literarios, morales, intelectivos y heroicos de las mujeres de tu patria. Todos los valores son difíciles de apreciar y los femeninos, esencialmente sutiles, inaprehensibles y enigmáticos.
Hay tantos desabrimientos
y tantos remordimientos
que causan mil disensiones
Esto lo decía, en las «Cortes de la Muerte», Miguel de Carvajal (1530), un magnífico antecesor de Lope, que reclamar debes por pariente literario, con la misma razón que otros vuelven ufano el rostro a los sonoros apellidos de la Historia.
Cada cual debe dibujarse estas genealogías espirituales morales o heráldicas, y eso no está mal para avivar la vida.
El libro ha de traerte también «desabrimientos». Quizá han de decirte que al hablar, por ejemplo, de nombres sonoros como el de Doña Hipatia –y no hay más Hipatia que ella–, Fabiola o Doña María Luisa Flores, que te inclinas demasiado ante la fuerza social o representativa y que sus páginas pueden, vistas en conjunto, ser como un deleitoso jardín donde cada Señoría bien pueda a su placer segar las rosas.
Pero el libro abogará por ti.
Que han de darte en términos egoístas espíritus como el selectísimo y heráldico por herencia, de María Luisa Calle. Ya lo dijo ella: «Yo soy la hierofante de la melancolía».
Cuál es el egoísta aguardar de tus razones, hablando de Zoila Ugarte, la eminente escritora o de la inquietud juvenil de Nela Martínez, que anda por los lejanos mundos geográficos y probablemente abriendo senda por los caminos de
irás y no volverás
Tu libro es el otorgo pleno de una emoción, ante almas de mujer. Rosario marfilino de nombres. ¿Qué más quieres?
Escribes con deleitosa pasión. Si hubieras de ilustrar el texto con láminas coloreadas, ponle una sola dominadora y significativa: La Primavera de Botticelli.
Y no te imponga la censura. Esto no quiere decir que menosprecies al contradictor. El «enemigo es siempre útil» y alguna vez si no tenemos enemigos, hay que buscarlos, porque son una magnífica propedéutica espiritual. Están presentes cuando escribes, hablas o haces política. Son los que te animan por ley de contrarios. Los que te educan con el gran precepto senequista: «háblate mal de ti mismo». El consejo de Heráclito de que solo en la lucha aparece la Diké.
La intención acunada en la guía, no dormida sino vivaz que almacenas en el troje y en los silos de tu libro, es la gran cosecha cultural de la mujer ecuatoriana.
La complacencia deleitosa y de pensamiento con que te paras recogiendo el sentir de las mujeres que han representado el verdadero feminismo como Hipatia, Delia Ibarra o Rosa Borja, es altamente significativa.
Quizá te obligue andando el tiempo, para el bien saber del pueblo, a sintetizar y diferenciar más poniendo alguna nota levemente didáctica, al pie de cada biografía, tres líneas solas, como ordenación cronológica. Pero, sobre todo, precisa una Antología de Prosistas y otra de Poetisas como complemento e ilustración de tu libro.
Humana cosa has hecho. No hay una palabra hiriente. En la balanza, quizá en algún momento, hayas inclinado el fiel. No lo sé. Lo sospecho. Pero hay una alta justicia colectiva. Cualquiera que sea la opinión que nos oponga a la biografiada, el concepto crítico certero o equivocado en las distancias, todas las disensiones que quieran, te has situado en la altura y desde un ángulo espiritual has iluminado la bondad, el talento, el arte, el heroísmo y la inteligencia de las mujeres de tu patria.
Mujeres todas sobre el tono medio del ambiente, sobre el vulgo femenino más o menos letrado. Vulgo que no está siempre en medio de la calle.
Sencillamente has hecho un padrón auténticamente heráldico. Una historia suelta, vivaz, luminosa y brillante, pero que puede unirse como las espléndidas teselas del mosaico, en la que aparece la mujer ecuatoriana con dignidad intelectiva y energética, al lado de los hombres del país.
Todo libro con su nombre, su portada y su índice antepuesto es como la columnata al edificio, como los Propileos a las clásicas Acrópolis: llama o rechaza, y el tuyo se abre acogedor e invita a pasar.
No tiene el cave canem asustador de la antigua casa romana, que hay que poner al frente de muchos libros, avisando al lector.
* * *
Lo encabeza la Azucena de Quito. Está bien.
Obedece la pintura al surco canónico literario ya establecido. Pero, hay más: un lindo y pasional tema en el comienzo.
Nada menos está que el estudio del amor sagrado y del amor profano en los viejos días del Ecuador.
Es el tema de los grandes pintores del Renacimiento y de los escritores de Historia verdad. Siempre latente en el arte que lo pintó Tiziano, por ejemplo, y lo acogió Romero de Torres en El Pecado y en La Gracia.
Un inquietante saber de la santidad en la colonia y porque lo específico de ella, en América, es el predominio de la santidad femenina.
Vitales caminos de la Historia.
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Con Juana Fernández Salvador transitas por una vía literaria nueva.
El saber de las mujeres artistas en la tierra ecuatoriana; pintora, música, artista y de cenáculos literarios que también los hubo.
No suena el nombre de Juana en las fuentes artísticas y ella demuestra, sin embargo, que no acabó la pintura antigua con el segur de la Emancipación.
Dices bien que «existen aún lienzos en los que se puede apreciar su predilección por la mística pictórica y los motivos mitológicos, bifurcación entre lo divino y lo pagano que predominaba en el ambiente artístico de su tiempo y de la que Salas fue su cultor egregio».
Recién, poco antes de tu libro, había visto cuadros de la señora Fernández Salvador por don amistoso del fino espíritu de Francisco Guarderas.
Verdad esta, tu nueva documentación, en los caminos de la historia del arte.
* * *
Otra estampa: la de Manuela Cañizares. Casi comienza así: «Ella de humilde cuna en medio de tanta apostura, de tan ilustre varonía».
Es solo un relámpago histórico, pero es la burguesía actuando.
Creo que la historia es incompleta e injusta asiéndose a la umbrátil luz de los proceratos.
No soy muy devoto de los héroes de Carlyle.
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Después, has soñado, Morayma, una Corte Virreinal con valses, violines, clavicordios y sonatas, al hablar de la Marquesa de Solanda.
Bien escrita está. Bien imaginada la soñada estampa.
No sé si esta Señora Marquesa tiene la biografía que a mí me encantaría leer. Ella, sin embargo, solo vio la primera parte de su novela en tiempos que ya eran románticos. La segunda, tuvo otro editor.
Quizá no agradaría a las abuelas de antaño ni a las románticas de hoy.
Me trae la Solanda el recuerdo de una imagen que se le parece, Josefina Baker, viuda de otro héroe nacional, contrayendo nuevas nupcias. La España torpe, fusilaba.
Y después como esta, un después, honorablemente burgués, pero que le ha impedido que en el Museo de Rizal figure el retrato de Josefina.
Parecen destinos iguales.
Es terrible la viudedad de los héroes y la viudedad de las heroínas. Recuerda la viudedad triste y ridícula de Fernando, el marido de la gran Isabel.
La Solanda es capítulo de otro libro de raíz hispanoecuatoriana. El estamento nobiliario de la Colonia encendido en figura de una mujer.
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Manuela Sáenz tiene para mí gran simpatía. Es de esas mujeres, y he sabido de muchas que están siempre al pie de los Calvarios de la Historia. Las eternas Santas Mujeres.
Uno de tus mejores trabajos.
Has derivado bien el escollo de no caer en la copia inconsciente de los numerosos decires sobre ella. Tiene el tuyo una emotividad doliente.
«Sentada en un sillón de ruedas al que le ha condenado el reumatismo, vestida de un sobrio traje negro a la puerta de una humilde morada está la anciana de cabellos blancos…».
Sí, Morayma, velaba el naufragio de los sueños y de la vida.
Lo dijeron hace veinticinco siglos los coros esquilianos:
«La verdadera tragedia del hombre es su imposibilidad de evitar el dolor».
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Marieta de Veintemilla, Dolores Veintimilla. Me las asoció siempre el homónimo con una incitante simpatía. Conozco levemente su historia. Dolores me atrajo siempre. Tú recuerdas, justamente junto al nombre de Dolores, el suicidio de Carolina Lizardi. Y yo al releerlo, el sino, el hado implacable, la Moira de tanta poetisa americana: Alfonsina, Delmira y otras más sin perecimiento físico, como el dolor de Gabriela y el confesado por María Vaz Ferreira al entregarse a la tierra con «la ofrenda vital inmaculada».
¡Qué líneas imprecisas hay entre la verdad verdadera y la creación poética: el trenzado y la ejecución de un tapiz tejido entre vida y sueño, solo puede verse con el hecho trágico.
Pero hay también una dramática sin sangre: la de la vida, simplemente por serlo. Por contraste, he comparado, públicamente, no hace mucho, unos labrados versos inéditos de Juana de Ibarbourou, quizá ya no lo sean. Tienen una posición dulcemente estética, humildemente humana y un acerar estoico, cristiano ante la muerte.
Así también los escribe Dora Isella, la más joven poetisa estelar del Uruguay.
Delmira dijo:
Emperatriz sombría
si un día
herido de un capricho
misterioso y aciago
yo llegara a tu torre sombría
Todas han hablado de esto y sentir estas vidas claramente expresivas en las confesiones de sus versos, aunque triste, es una sinfonía que te heraldiza el alma.
Poetas, hombres y mujeres, han robado también el fuego a los dioses; pero siguen siendo Prometeos encadenados. Nadie ha encontrado y es un síntoma que se halla perdido, el Prometeo Libertado de Esquilo.
No lo han podido hallar los helenistas.
Aún hay en tu obra una sinfonía, a las más claras mujeres. Muchas son de mi singular afecto: Hipatia, María Luisa, Angélica Carrillo, Elisa Ortiz, Marieta Viteri, Piedad Larrea, Rosaura Emelia, María Piedad.
Dialogué con sus biografías en un Logos espiritual de intimidad. Hace tiempo dividí el mundo social en dos hemisferios.
Yo también, como Alejandro el Pontífice, hice mi línea de demarcación.
De un lado: mis amigos; del otro, los demás.
* * *
Nombres hay en tu libro que por vez primera han llegado a mi curiosa amistad. Otros, de los que había leído poco como Blanca Martínez, Ángela Carbo, Elisa Mariño o la Sucre Lavayen. Ya tienen sitio en mi memoria y ansia de conocer sus libros. Así ha de pasar a muchos lectores en los que has despertado vocaciones, llamando a estas figuras desde los nimbos oscuros del olvido a la luz del pensamiento constructivo y cultural del país.
Y vamos llegando al final. Ahora, empezamos a disentir. No creas eso que te han contado de que Goríbar, el pintor recio de un solo libro que lo mismo puede ilustrar una biblia protestante que una católica, fue yerno de Miguel de Santiago. No me quites a quien lo fue A. Egas Venegas de Córdoba. Y no olvides que Córdoba es mía. De allí o muy cercano en la estirpe, vino el que dejó
la evidencia de su propia tierra en un altar de Guápulo, en unos ángeles al modo que los pintaba Valdés Leal y a la manera ya clásica con que aparece el Rafael Cordobés, según los que lo sabían ya desde la biblia, gran figura de las angélicas huestes.
¿Es verdad o no, Morayma, que Cortés quemó las naves, como lo decimos todos? Él, sin embargo, en sus Cartas decía contando el soberbio gesto heroico y refiriéndose a las naves «las di de través». Es decir, las barrenó.
* * *
No me atrevo a hacer calificaciones de tu bello estilo por no incurrir ni asaltar los clásicos huertos de los clásicos dómines.
El que me enseñó a mí hablaba de estilos abundosos y poéticos. ¿Será ese el tuyo? Me parece muy viejo el canon para determinarlo y yo no tengo frase para definirlo.
Hace mucho tiempo que también sabía, antes de sentir las dificultades lógicas de toda definición, que el Padre Platón había dicho que el definir es cosa de dioses.
Es mejor acusar una emoción y sin conocerte yo habría podido ver que el Autor es a la vez una Poetisa y una Maestra. Aparece la fragua literaria, la emotiva y la didáctica. Por él sé de tu cultura y cómo defines tu personalidad.
Están claras todas tus simpatías ideológicas de mujer, de artista y de patriota.
Eres joven, Morayma, en alma todavía algo del siglo diecinueve «romántico y liberal». Te has confesado.
Yo te diré como lector lealísimo, lo que para mí es y sobre todo lo que puede ser tu libro. Clarea con él una luz de orto y un amanecer de un importantísimo nuevo estudio.
¿Cuál es? La apreciación de la cultura femenina ya hecha en el Ecuador. Una reivindicación y un decir de lo que hay que hacer para que la luz del orto se transforme en luz meridiana para la mujer. Vuelve otra vez en nuestros días, y con mejor prosapia que en el siglo XVIII, el tiempo pleno de ella. ¿Por qué no en todas las aulas femeninas, singularmente en las profesionales y en los Clubes de Mujeres no ha de saberse ya de todo esto? Hacer vibrar el espíritu con la voz de las grandes escritoras de América y de las ya olvidadas de España. España; sí, donde está la raíz.
Todo lo dijeron, lo sufrieron y lo amaron. Grande y nueva Cátedra la que podéis hacer; pero no al viejo rumoroso y trovadoresco estilo. Todavía los propios libros didácticos españoles en el campo literario hablan solo de Teresa. Yo no lo siento. La creo mucho, alma de Castilla.
Pero hay más en el campo femenino, mucho más. Las Cartas de María Jesús de Agreda, consejera de Felipe IV, de «nuestro rey Felipe que Dios guarde», decía Machado, son un gran cuadro para entender a España.
Gertrudis de Avellaneda y la Pardo Bazán: las leyeron mucho otras generaciones. ¿Las leemos hoy?
¿Saben las educadas en Lengua Castellana y mejor en cultura mediterránea de la Maintenon, de Madame Stael o de George Sand?
Y aún más todavía y ya pisando tierras de América, ¿cuál es el valor femenino letrado y espiritual, inteligente, combativo de la mujer del Continente de habla española?
Yo sé que llegan fragmentos, retazos, pero no el estudio orgánico, intensivo. Ya hay libros para las mujeres poetisas del Uruguay, como el de Arsinoe Moratorio y el de las de México de Josefina Zendejas.
Faltaba el del Ecuador. Y tú lo has sacado de la fragua.
Es cierto, como te dije, que tú, saturada de sed encomiástica, nos hayas hecho beber agua clara en copa de plata.
Sin embargo, mayores dulzuras escanciaron el Laurel de Apolo y El Viaje al Parnaso de los grandes maestros españoles.
Yo, en el aspecto laudatorio, prefiero tu viaje al Parnaso Ecuatoriano. Y mucho más a la carencia de la acritud con que Quevedo trataba a las cultalatiniparlas que tenían, según él, más nominativos que novios.
Te has quedado con las cultas; pero en el fondo está dedicado a todas las mujeres.
Es un libro independista y un poco revolucionario, que hacía falta para el espíritu femenino.
Sor Marcela de San Félix, la hija de Lope y Micaela Luján, y una gran simpatía entre las poetisas de España nos contaba:
Que si faltase el espíritu
y la oración en el alma
más que Santa Religiosa,
será mujer encerrada.
Ni encerraste tu espíritu. Ni regateaste la Oración.
Mujeres Ecuatorianas, las de ayer o las del día, todas van «llenas de Gracia, como el Ave María».
* * *
Perdona esta carta amplia a la que llamo, para hablarme mal de mí y mortificarme un poco: «estilo catedrático».
UNA TEORÍA LUMINOSA V1VA O RESURRECTA POR TI, PERO TODAS RESPLANDECIENTES COMO EN LA FIESTA ANTORCHAL DE LAS PANATENEAS DESFILO Y LAS VI PASAR.
El catedrático supo siempre, en la ausencia de otros saberes, para lo que sirve y vale solo el Corazón.
San Francisco de Quito, 1949
* Prólogo de Antonio Jaén Morente a Galería del espíritu. Mujeres de mi patria (Quito, Editorial Fray Jodoco Ricke, 1949), semblanzas biográficas y críticas de la escritora ecuatoriana Morayma Ofir Carvajal. El historiador, político, diplomático y crítico de arte español Antonio Jaén se estableció en Quito en la década de los años cuarenta, luego de su salida de España a causa de su filiación republicana y de la guerra civil. A instancias de José Gabriel Navarro, consigue una cátedra de Historia de América en la Universidad Central de Quito. También fue director del Instituto Superior de Pedagogía y Letras de Guayaquil. Publicó el epistolario entre Juan Montalvo y Emilia Pardo Bazán, Arte colonial ecuatoriano (1946) y De la imaginería quiteña: la mística y otros motivos (1948), entre otros libros. Murió en Costa Rica, en 1964.
Morayma Ofir Carvajal (1915-1951). Escritora, periodista y educadora ecuatoriana, nacida en Guaranda. Se radicó en Quito, donde formó parte del plantel docente del Instituto Superior de Pedagogía y Letras, y después del Normal Manuela Cañizares y del Liceo Fernández Madrid.
En noviembre de 1949 viajó a Riobamba para ocupar el rectorado del Colegio de Señoritas Riobamba, y se unió a varios intelectuales para fundar la Casa de la Cultura, núcleo de Riobamba. Perteneció a la Sociedad Bolivariana y fue invitada por la Fundación Eva Duarte de Perón al Congreso Internacional de ‘Mujeres pro paz y libertad’, en Buenos Aires. Murió trágicamente, junto a su esposo, José Reyes, el 25 de febrero de 1951. Autora de Las siete palabras de Jesús y Galería del espíritu. Mujeres de mi patria (1949).