Libro:

Alice Lovell Kellogg, viajera. Memorias de una neoyorquina en el Ecuador de principios del siglo XX. Portovelo 1916-1928

Betty Aguirre-Maier 

         

A Beatriz, mi compañera de viaje

 

EN 1915 Virginia Wolf publicó su primera novela, Fin de viaje (The Voyage Out), en la que la protagonista, Rachel Vinrace, inicia una travesía desde Inglaterra hacia Sudamérica, un viaje hacia «lo exótico», hacia la otredad en el corazón de una colonia llamada Santa Marina. Fin de viaje es una novela modernista, imperialista y un bildungsroman, en la que Rachel descubre que el «conocimiento del mundo y del yo» reside en el contacto directo con la gente. Es así como Virginia Wolf cumple y explora narrativamente la idea del desplazamiento en la modernidad, ese deseo de experimentar lugares que para muchos, y para ella misma, solamente existían en la imaginación.

Un año después, en 1916, Alice Lovell Kellogg, una neoyorquina de clase alta, inicia su travesía a Ecuador, continuando con la tradición decimonónica de mujeres viajeras que se extendió al siglo XX; mujeres europeas y norteamericanas que exploraron el mundo, ya sea desde la literatura, el arte o como observadoras y participantes de la vida cotidiana en el nuevo territorio. A diferencia de Wolf, Alice Lovell decide experimentar por sí misma aquel «exotismo» que habitaba la literatura y dejar impresas sus memorias, libres de la mirada eurocentrista de los personajes de Fin de viaje.

Cien años después, en 2016, el poeta Roy Sigüenza recibe de manos amigas estas memorias a las que su autora llamó Ecuador 1916-1928, y que hoy es el inicio de un proyecto cultural del cual su traducción es el primer paso. Después de una gozosa y larga travesía entre la traducción, la investigación y el trabajo de campo, afirmo que el texto de Alice no es la mera acumulación de experiencias, pues harían de este un texto plano, una colección de fechas y eventos. Por el contrario, Ecuador 1916-1928 es un texto vivo, testimonial, y atravesado por las experiencias que un viaje hacia un segundo hogar puede contener y comprometer. Aquí, debo hacer un paréntesis para señalar que el hallazgo de este rico texto no es una coincidencia. El poeta Sigüenza, en su ardua y no siempre reconocida labor por recuperar el patrimonio de su ciudad, ha trazado caminos invisibles por mucho tiempo hasta dar con él. Ya en 2013, Sigüenza coordinó la publicación de un libro de fotografías, Vistas de Portovelo, en el que se hallan varias fotografías de Alice y su familia apenas llegados al campamento de la SADCo en Portovelo, sin que supiéramos aún de su existencia.

En las primeras líneas de sus memorias, como bien el poeta Sigüenza ha calificado al texto, Alice se dibuja e identifica a sí misma como una mujer que vive plenamente la modernidad de principios de siglo. Es ella quien decide que su familia residirá en un pequeño pueblo minero en las montañas de Ecuador, trasladando consigo tanto su cultura como su saber, y su deseo de aprender. Y fueron esas contundentes primeras líneas del texto las que me llevaron a un doble compromiso con Sigüenza: la traducción del texto, pero también el acercamiento al espíritu aventurero de Alice, lo cual me confrontó con la mayor preocupación de un traductor: encontrar la voz de los personajes y dejar que fluya sin imponer mi carácter personal.

En este punto retomo a Virginia Wolf, ya que sus obras han sido traducidas innumerables veces, entre ellas Orlando (1928), cuyo traductor fue Jorge Luis Borges. Esta versión aún sigue siendo críticamente analizada y continúa arrojando opiniones tanto positivas como negativas, lo cual sugiere que el riesgo de la traducción es grande, ya que aun cuando Ecuador 1916-1928  no es una novela memorable, es un texto valioso para la Historia del país, para las Humanidades y para los lectores que quieran conocer la experiencia de una viajera moderna, cien años atrás. Llevada por esta preocupación y luego de varias lecturas y reflexiones, decidí aceptar su traducción inspirada y dirigida por el espíritu y la inteligencia de su protagonista, pero también sintiéndome identificada con su experiencia de mudar la existencia a un lugar lejano.

A pesar del siglo de diferencia que hay entre su experiencia y la mía, me identifiqué con Alice en su flexibilidad de adaptación y su alegría como bandera para enfrentar lo desconocido o lo inesperado. No obstante, el reto fue aún mayor cuando me encontré con un refinado inglés neoyorquino, lleno de palabras y expresiones, hoy en desuso. Algunas páginas fueron de fácil traducción, pero otras, una pesadilla. En ellas, Alice nos guía por rutas marítimas, fluviales y montañosas que hoy parecen imposibles de transitar, y que ella y su familia lo hicieron de forma precaria, ya sea a pie, en mula, a caballo o en bote. En esos trayectos, Alice observa, reflexiona, divaga y a veces interrumpe abruptamente la narración; se pierde en sus recuerdos y hace pausas, pero sobre todo aprecia y se regocija, lo cual contagia de alegría y curiosidad al lector. Todo aquello es necesario al texto y es parte esencial de su espontánea personalidad y de una extraordinaria vida. En sus reflexiones no existen juicios de valor ni críticas eurocentristas a la(s) nueva(s) cultura(s). No subestima nada y lo disfruta todo. Alice aprecia a la gente que conoce, aprende el nuevo idioma, se integra en lo cotidiano, explora el territorio y bromea, bromea mucho. El inteligente humor de Alice y sus anécdotas iluminan aún más sus memorias. Su generosidad y bondad la acercan a quienes la rodean, en especial sus empleadas de servicio a quienes quiere, protege y considera sus amigas. Con algunas de ellas mantendrá correspondencia a su regreso a EEUU. En resumen, Alice es una exploradora moderna.

Otros retos se sumaron a la traducción, como fue el de interpretar su humor, su sarcasmo, sus emociones y sentimientos, es decir todo aquello que es tan subjetivo que aún en el contexto dado es difícil de interpretar, pues el contexto es muchos contextos a la vez. Esto me llevó a revisar nuevamente algunos textos que conceptualizan y analizan el proceso de traducción. Uno de ellos advierte que, por lo general, se asume que la traducción es un simple proceso de transferencia lingüística, en el que aquello que está escrito en un idioma, source (la fuente), puede ser transferido sin mucha dificultad a otro, target (el objetivo). A ello se suma la idea generalizada del traductor, figura casi invisible que con el suficiente conocimiento de los dos idiomas puede realizar el trabajo. No obstante, dicho texto afirma que la traducción es algo más complejo: es en efecto una complicada negociación entre los dos idiomas. Bella Brodzki en su libro, Can These Bones Live? Translation, Survival and Cultural Memory (2007), señala que la traducción suscribe «toda transacción cultural, desde lo más benigno a lo más corrupto», idea que es fundamental a nuestra conceptualización del Mundo en el que vivimos; y a la cual convertí en mi brújula a lo largo de la traducción y que me ayudó a comprender en cierta medida el periplo de Alice.

Con esta idea en mente, viajé en las memorias de Alice y exploré mis propios recuerdos de un país profundo, multilingüe, abundante en tradiciones, paisajes, sabores, formas de ser; todo lo cual me otorgó cierta comodidad y familiaridad. Pero aun así, la mirada de una neoyorkina educada y de clase alta me seguía siendo ajena, lo cual hizo que la traducción de las primeras páginas mostraran una caricatura de ella. Sin embargo, y gracias a la generosidad de Alice con su lector, impregnada en señales y guiños a lo largo del texto, pude viajar cómodamente a través de fantásticos párrafos, y descifrar que ella no habla desde la superioridad de su estatus, o desde la distancia y el tiempo, sino desde la experiencia humana misma, con todas sus particularidades, positivas y negativas, despojada de cualquier etiqueta. Su lugar de enunciación es el preciso instante de la acción, ausente de prejuicios y abrazando siempre cualquier posibilidad de aprendizaje. Su encanto, sutileza y profunda inteligencia hizo de este proceso una experiencia extraordinaria y un constante diálogo en el que a medida que avanzaba surgían más interrogantes sobre su vida.

Al cabo de un tiempo y ya casi terminada la traducción, comprendí que para cerrar el círculo debía llevar a cabo dos cosas: primero, conocerla físicamente, y segundo, visitar el espacio geográfico en el que habitó por 12 años sobre una colina que mira a Portovelo. Para resolver lo primero, Roy Sigüenza y yo nos dimos a la tarea de investigar en varios archivos fotográficos, tanto en Ecuador como en EEUU. Con éxito, encontramos varias fotografías de ella y su familia: Alice adolescente, Alice graduándose en Bryn Mawr College en Artes Liberales, Alice madre y esposa, Alice jinete y exploradora, etc.; y por último, y de manera sorprendente, una fotografía de su lápida en un cementerio de Monterrey, en California, que señala el final de su vida. En cuanto a lo segundo, en el verano del 2018 viajé a Portovelo, al centro mismo de estas memorias. Una vez ahí, invitada y acompañada del poeta Sigüenza y del escultor Tony Balseca, nuestro fotógrafo, recorrimos las rutas de Alice.

Iniciamos el recorrido por el hermoso y empinado camino que lleva hasta su casa, la primera en ser construida de cemento en esa zona y que aún está en pie, situada en medio de lo que fue «el campamento americano». Apenas se la divisa, está escondida entre intrincados árboles y ensombrecida por las ruinas del Hospital Curipamba, el más moderno de todo el país en su época y en el que trabajó el Dr. Edward Kingman, llegado desde Connecticut, padre del pintor Eduardo Kingman y del periodista Nicolás Kingman. Su casa, a la que Alice llamó «nido de águila» y que corona la cima de la colina, fue levantada en forma de H, como ella misma la describe. No obstante, hoy está dividida en dos alas, una de ellas aún intacta, que todavía guarda su espíritu en cada rincón. Aún perduran los amplios ventanales del comedor desde donde veía llegar a los viajeros que la visitaban. También permanecen pequeños objetos, como un interruptor de luz que su mano debió haber tocado mil veces, o una lámpara que habrá iluminado incontables noches. Y no pasa desapercibida su cocina, en donde aprendió y enseñó recetas que siempre adolecían de algún ingrediente pero que ella lograba suplantarlo por otro, nativo e igualmente delicioso. Dialogamos con la familia que hoy vive en su casa y nos sorprende el amor y el sacrificio por cuidarla, pero también la frustración que sus dueños sienten ante la indiferencia estatal, a pesar de ser un bien patrimonial. «Se desmoronan las tejas, se pudre la madera» –se lamentan. A la casa de Alice le rodean otras ruinas e intervenciones desproporcionadas por la rapaz clase política, como una fantasmal cancha de básquetbol. Observo el entorno y mientras nos preparamos a dejarlo, se me ocurre que la traducción del texto podría, además, llamar la atención de las autoridades y de la sociedad y demandar su rescate.

Colina abajo está Portovelo, ciudad que hoy convive con las ruinas de lo que fue la compañía minera SADCo, una espectacular infraestructura ya oxidada y olvidada junto al río Amarillo, el mismo en el que Alice, su familia y amigos pescaban y nadaban y cuyas aguas preferían a las piscinas del Campamento. Entre otros edificios que Alice visitaba con frecuencia, se encuentra la tienda, la misma que fue atendida por un ruso matemático que huía de la violencia en Europa; o el famoso club social Newberry, centro mismo de la modernidad en donde se celebraban tradiciones norteamericanas y todo tipo de celebraciones, incluyendo la proyección de películas. Calle abajo y calle arriba, tantas veces recorridas por Alice, se muestran las casas de los mineros que ella describe en sus memorias y que fueron causa de su preocupación después de haber vivido personalmente los tensos momentos de la primera huelga minera.

La tarde cae y el sinuoso y verde camino nos lleva a un escondido y viejo restaurante en donde nos sirven un «tinto» y unas deliciosas empanadas que seguramente emanan el mismo aroma del que Alice disfrutó por más de una década en esta región. Con «tinto» en mano, y por el resto de la tarde, reflexionamos sobre lo visto y aprendido, y de cómo el valor socio-histórico y cultural de estas memorias y de Portovelo podrían depender de su publicación y promoción.

Betty Aguirre Segura (Latacunga, 1965) es autora, editora, traductora y profesora de lenguas y literatura. Desde 1999 vive entre Ecuador y EE. UU. Es candidata a un Ph D en Lenguas y Literatura por la University of Utah, en donde es profesora desde 2009. Es licenciada en Literatura, Estudios Internacionales, diplomada en Estudios Latinoamericanos, y tiene una Maestría en Lenguas y Literatura.

Entre sus trabajos de traducción e investigación se encuentra Memorias de Alice Lovell Kellog. Como ensayista, ha publicado numerosos textos en libros y revistas, así como cuentos cortos. Actualmente trabaja en su tesis doctoral y en un proyecto académico de traducción.