Libro:
García Bacca, hoy, en Ecuador
Alberto Ferrer García
LO QUE SIGUE es, inevitable y buscadamente, una «selección». «Y –como ya dejara dicho el propio García Bacca en las advertencias a sus Lecciones de historia de la filosofía– ninguna “selección” es imparcial. Todas son tendenciosas. Lo único que exige el valor de sinceridad es declarar, admitir, el criterio selector, y atenerse a las consecuencias; entre ellas, a las críticas de otros “selectores” que no se confiesan tales, o no caen en cuenta de que lo son»1. Aquí, diré remedando a nuestro filósofo, va a confesarse cuál ha sido ese criterio; y el volumen que ahora ustedes tienen entre sus manos –terriblemente parcial y pretendidamente tendencioso– intentará aplicarlo. Mi valor de sinceridad exígeme dar cuenta aquí de esas páginas condensadamente tendenciosas; que «sin tendencia, sin dirección prefijada, no se va a ninguna parte; y sin la tendencia condensada y agresiva de la bala no se da en el blanco, ni se clava uno en meta alguna de esas hacia las que vale la pena […] forjarse en bala»2. Las páginas que siguen, y que ustedes paladearán o escupirán tras el primer bocado según el dictamen de su gusto, son la declaración de aquella meta hacia la que, he creído, valía la pena forjarse en bala. Espero gusten salir disparados conmigo en este trayecto hacia aquel término «inasequible paso a paso, asequible sólo por “unidad de dirección”»3.
Los ensayos que abren este volumen han tratado, en primer lugar, de dar cuenta de la ebullición actual de los estudios garcíabacquianos, que, a mi entender, dislocan su epicentro en dos escuelas españolas: la de Bilbao –con Carlos Beorlegui y Roberto Aretxaga– y la de València –con Sergio Sevilla, Salvador Feliu y quien ahora trata de conformar estas líneas. Dos escuelas que aunque no se pretendan como tales, la afinidad interpretativa de sus autores, así como la discrepancia en ciertos matices de la escuela opuesta, salen rápidamente a relucir en una lectura que se proponga una dilucidación más o menos penetrante de estos ensayos.
Además, de la misma manera que declarara nuestro autor –en sus Nueve grandes filósofos…– que «es claro que entre los temas pueden establecerse, sin más, conexiones su tantico maliciosas, […] empero la malicia principal se halla condensada en el orden mismo con que están dispuestos los temas»4, también aquí «la cosa va más bien por el camino de sugerir una indicación del planteamiento último y plenario de los temas de la filosofía»5 garcíabacquiana; por ello empezamos con una filosofía de transustanciación y terminamos –literalmente– con Dios.
«“Toda comparación es odiosa”, dice el refrán. Aunque hayamos querido evitar comparaciones de valor filosófico, no se puede evitar la comparación que surge inmediatamente y salta punzante a la vista: la del número de páginas dedicado a cada uno de los temas»6. El número de ellas ha sido, en estas y las restantes secciones, un puro azar, nunca un criterio. No así la suma del bloque, o el conjunto; ya que el número de páginas de los Ensayos dobla al de las Páginas salvadas y ambas secciones juntas a las dos restantes. La piedra angular son los materiales de nuestro autor y, especialmente, cómo reincidimos en ellos hoy.
Rescatan las Páginas salvadas una serie de ensayos que tratan de dar cuenta literaria –más o menos completa– del doble periplo quiteño de nuestro autor: su venida (1938-1942) y su retorno hasta su partida definitiva (1978-1992). Abren la sección –cuyo orden es estrictamente cronológico– «La Pedagogía: ciencia de las edades al revés» y «Lógica, ciencia y vida», dos artículos de 1941 publicados en Nueva Era: Revista interamericana de pedagogía y cultura –en Quito. Junto al primero de los artículos, el volumen nos acerca al perfil del joven pedagogo –pues «toda teoría filosófica culmina en una teoría educativa, es decir en una teoría de la formación del hombre…»7– que, en diciembre de 1938, había llegado a las altas mesetas andinas, contratado como profesor de la sección de Filosofía –que él inauguraba– en el Instituto Superior de Pedagogía y Letras:
En el desenvolvimiento de la cultura hispanoamericana, constituye un suceso muy grato y significativo la presencia y la actividad intelectual del insigne profesor español García Bacca. Desde hace tres años es Profesor de Filosofía del Instituto Superior de Pedagogía de Quito y desde su cátedra ha suscitado entusiasmo perseverante por el pensamiento filosófico que él sabe comunicarlo con atracciones singulares. Domina disciplinas científicas y conocimientos básicos que le capacitan no solo para una asimilación formidable de saberes esenciales, sino para enriquecerlos con creaciones propias.8
Una de las cuales es su singular «La importancia de ser, ante todo, hombres» (1941) –publicada en el diario El Comercio (Quito), el domingo 9 de marzo–; singular por el inusual –en nuestro autor– registro literario: la crítica cinematográfica. Singularidad que vendría a cerrar –sin en él encerrarnos– el primer bloque correspondiente al periplo inicial de nuestro filósofo en estas tierras, dando cuenta del viraje sufrido por el pensamiento del mismo, que con independencia del registro literario en el que se desenvuelva, adquiere, en estos primeros años de exilio, un cariz desenfadado y resueltamente antiacadémico: «magníficas penetraciones hacia la filosofía de la vida, sin abandonar la cátedra alta y trascendental, desde la que antes verificara enfoques quizá principalmente para especializados en las abstracciones puras»9.
Uno de los criterios selectivos a la hora de dejar fuera ciertos textos e incluir otros –luego de la criba primera de haber sido publicados (y no sólo escritos), por vez primera, en el Ecuador– ha sido la facilidad o dificultad de acceso a los mismos. Si se consulta –en los anexos del presente volumen– la «Bibliografía crítica de García Bacca en el Ecuador» se comprobará que sólo dos de los seis aquí recogidos han sido reeditados posteriormente o incluidos en alguna de las célebres antologías, como sí es el caso de muchos otros de los ejemplares que allí aparecen. Además, las bibliografías canónicas de García Bacca10 ni tan siquiera los incluyen; podríamos afirmar que prácticamente –de no ser porque irremediablemente nos precede su existencia física– se están dando aquí a la luz por vez primera. Los ejemplares de Nueva Era, conservados en la biblioteca del Centro Cultural Benjamín Carrión, estaban incluso por desbarbar; la nota a propósito de Chaplin apareció por una suerte de aquello que Breton llamó –y Paz popularizó– azar electivo: la encontré porque ella me estaba buscando.
No suerte distinta habían corrido los números de las Memorias de la Academia Ecuatoriana de la Lengua que ahora van a pasar a ocuparnos. En 1978, tras su regreso, García Bacca se reincorporaría a la vida cultural de Quito –ciudad de la que, en realidad, nunca se había marchado: sus viajes, conferencias y visitas eran frecuentes, y sus lazos con ciertas personas y determinados lugares inquebrantables. Llegaría a ser nombrado –años después de su discreta vuelta; y más concretamente, la tarde del miércoles 27 de febrero de 1985– Miembro Honorario de la Academia Ecuatoriana de la Lengua; es por ello que hemos tomado la publicación de su discurso –«Filosofía e historia de la lengua»– en el n.º 55 de las Memorias (1986) como el punto de partida de ese segundo, y último, periodo del periplo que nos ocupa. En cuanto al estilo, cabe señalar –como lo hace el propio García Bacca en sus Confesiones– el nuevo viraje del mismo: «Todas mis obras, a partir de 1977, tienen la pretensión de estar redactadas literario-filosóficamente; lo de “literario” es pretensión nueva en mí. En las anteriores, salvo raras excepciones, atendía más al contenido que a la forma literaria, pues el estilo literario está sometido al contenido científico o filosófico»11. En la misma línea publicaría, casi al final de su vida y en el n.º 58 de las citadas Memorias, «Hombre (Humanismo–Humanidad) Humanidades» (1990); un ensayo que nos da cuenta de esa «nueva» inquietud literaria pero con base en aquel firme sentimiento que había emergido ya a inicios de los cuarenta, tras su visionado de El gran dictador, y su consecuente desvelo: la importancia de ser, ante todo, hombres.
Para el inédito que cierra la sección, bien pudieran servir también –en parte, y sólo en parte– para definir su estilo –nuevamente novedoso– las líneas que siguen a las citadas de sus Confesiones: «En la obra presente […] no atiendo ni a lo filosófico ni a lo literario. Está todo dicho en lenguaje corriente, vulgar, y aun inurbano, contra el decoro público urbano. No están escritas para poderlas leer en público, como es factible y aun natural hacerlo con las demás»12. Así, creo yo, está escrita su «Autobiografía íntima» (ca. 1991): para no ser leída en público sino en intimidad. Y me arriesgaría a añadir: en ella no atiende a lo filosófico, ni a lo literario, ni aun a lo corriente y vulgar –a eso que él llama inurbano–, sino a lo estrictamente poético, que no otro es el desasosiego que, alternativamente, engendra y devora a aquellas hermosas líneas que la componen: nuestra época, ¿con qué clase de poema puede quedar cerrada sin encerrarnos?
Ante todo, el criterio más estimado en esta sección –para cerrarla sin encerrarles– ha sido el de servirles una suerte de pequeños bocados que pudieran saborear con deleite, sin empacho ni empalago. Se hace entonces irremediable complemento nutricional la citada «Bibliografía crítica…» –aquí malhadadamente entregada solo en parte–, donde, confío, podrán saciar su gana según carta completa de aperitivos, entrantes, platos fuertes y apetecibles postres.
Los Documentos, así como los Testimonios –también ambos recogidos en orden estrictamente cronológico; aunque dando prioridad, en la última sección, a los inéditos de Eduardo Pólit y Lupe Rumazo– han tratado de esbozar la recepción de la obra de García Bacca en el Ecuador –y por ecuatorianos; a excepción del chileno Jorge Luis Gómez: ecuatoriano de adopción–, bien en vida de este, bien tras la muerte del mismo.
Ha sido difícil seleccionar una sola de las muchas columnas que Alfonso Rumazo dedicó a García Bacca en El Comercio de Quito; me he decantado por «García Bacca y su obra» por dar cuenta de un ensayo y tema –la inmortalidad– que en ninguna otra sección ni texto habían quedado pertinentemente apuntados. Algo similar me sucedió con la recensión de Filoteo Samaniego aquí recogida y el tema de la técnica –tratado de originalísima manera en la obra reseñada.
Los textos de Alfonso Barrera y Lupe Rumazo, en esta sección, creo que justifican su inclusión por sí solos, como lo hacen también los de Andrade, Diezcanseco, Ribadeneira o Rojas en Testimonios: nos aproximan al perfil intelectual y al gesto más humano de nuestro autor desde lo más granado del panorama literario, poético y periodístico del Ecuador. Se recoge también la única entrevista con él que se publicó allí: la de Rodrigo Villacís –junto a unas breves notas posteriores de su autor que nos ilustran la misma. Como necesario complemento a su discurso de incorporación a la Academia debía estar el de bienvenida de Bossano.
Los testimonios de Eduardo Pólit –actual presidente de la Fundación Juan David García Bacca– y Lupe Rumazo nos aproximan a su presencia y su figura –a su vista y hermosura; que, como preocupara a nuestro filósofo al poner sus pies –y su rostro– en el exilio, «hasta ahora, las hojas de los libros científicos han solido servir porfiadamente para descubrir la ciencia del autor y encubrir al autor de la ciencia. Eran hojas de papel hacia fuera y hojas de parra hacia adentro»13.
Ahora, al proponerme mirar las cosas y las ideas desde el punto de vista de la vida, mi vanidad de mozo, que no es pequeña ni poco susceptible, no puede pasar largo rato sin mirar en el espejo qué cara hace mi vida intelectual humana.
[…] Me trae sin gran cuidado el que sea verdadera o falsa. Me preocupa inquietadoramente si es hermosa o fea.14
Han querido todas estas páginas –con indistinción de secciones– no ser alambicadas hojas de parra sino un sutil sistema de espejos, cristales alindados en que revivir la imagen especular de nuestro filósofo. No dude el lector en prescindir de mis impertinentes notas como editor –para descubrir la ciencia del autor– si estas entorpecieran el propósito central que remarcan ahora estas líneas. Y no olvide tomar como complemento visual –de los Testimonios en particular, pero de todo el volumen en general– el pliego fotográfico que acompaña a mis notas cronológicas –a esos bosquejos en las confesiones de una vida–: una pequeña pero sentida selección del álbum familiar de nuestro filósofo conservado en el Ecuador.
No como complemento visual sino como «rayo, que de presto pasa, [y] todo cuanto halla de esta tierra de nuestro natural lo deja hecho polvos»15, deben tomarse las fotografías de Ricard Balanzá que, como la Creatividad, atraviesan aquí todo –desde Dios hasta «el más trivial soplo de existencia en el más remoto espacio vacío»16–, constituyendo, en sí mismas, un tanteo de cariz plástico –o si se quiere decir con términos técnicos y solemnes de Hartmann, un límite de racionalidad. Son, si acaso, una suerte de índice visual –en el sentido más noble de index: ser indicio, señal, apunte de algo– que antecede a cada texto y sirven, en lo global, no sólo a modo de acicate de los mismos sino también como trampolín de estos.
Son imágenes –piezas compuestas en cerámica, cocidas, y posteriormente fotografiadas por el autor– que tornan «a la Razón una sinrazón, y la mayor de todas: que es no dejarse reducir a conceptos, no permitir que se la encierre en definiciones definitivas»17; son imágenes que esbozan paisajes transfinitos –territorios en los que, intuimos, aquello que se muestra es sólo una parte de algo que se nos antoja ilimitado–, panoramas que discretamente nos extasían: nos fuerzan a salir de nosotros mismos –tomas hechas «para llagarnos y no para sanarnos; para arrobarnos, mas no para robarnos»18.
El barro, la arcilla, como materia prima, «por sus características esenciales, siempre es un material cercano al hombre, humanizador y humanizado. Humanizador en lo que tiene de ritual, material casi sagrado, y humanizado por las funciones que ha cumplido en el hábitat»19. En su tránsito del horneado, se desvanece ese hálito de energía que tenía la pieza cruda –su espontaneidad– y se objetualiza por esa «necesidad de introsprección y de convertir el silencio, el pensamiento, en objeto»20: de fijar un paisaje interior y simbólico.
Hay, en estos paisajes fijados, algo de lo que, Balanzá como creador, como poietés, pero también como sismó-grafo y sismó-logo de la realidad21, desconoce pero intuye: una suerte de cartografía sísmica implícita en esa firmeza; algo así como una arquitectura del temblor: el ensamble de una tierra sin límites, de una tierra quebrada –algo que nosotros, como receptores, de inmediato percibimos. Una minuciosidad sensible y cálida –tan propia de sus manos–, filtrada por el agua, la tierra y el fuego, por la ductilidad y por el cuerpo, por una sacralización de lo secular, una meticulosa poética del espacio, de lo mínimo, del añico, del balbuceo y el temblor, un arte íntimo compatible con su vocación cósmica, un arte que encuentra en los parajes andinos un escenario inmejorable para objetualizarse en ese magma que brolla de lo más íntimo de esta tierra de nuestro natural, en sus erupciones, quiebros y cráteres, así como en sus cordilleras –en las que «no hay un único camino ni para subir, ni para bajar»22–, haciendo realidad nuestro poeta aquella expresiva imagen de nuestro filósofo de «un caminar por cumbres»23 –«ápices que sin poder ya ascender más allá apuntan al más allá, y cual puntas de pararrayos aguardan desafiadoras el rayo de lo trascendente»24.
Estas piezas de cerámica –estos paisajes de cariz andino– sirven, entonces, «para expresar ese afán por exhibir los resultados, objetualizados, de la introspección»25 y desde ellos tocar –que «tal vez nada más que la Belleza permite […] el paso de vista a tacto»26– aquello que nos excede. No otra era la meta –el afán– que se proponían estas líneas –ahora vueltas volumen y fijadas con una paradójica cocción que se quiere efímera–: poner de realce, objetualizados, los resultados de una introspección, de un paisaje íntimo –el de García Bacca, pero también irremediablemente el del «selector», el mío–, para que usted ahora, querido lector, se atreva a coronar esa cima de punta enhiesta en la que se aguza lo finito y, desde ella, dé el salto.
[1] J.D. García Bacca, Lecciones de historia de la filosofía, tomo 1, Caracas, ucv, 1972, p. 5.
[2] [J.D. García Bacca] Plotino, Presencia y Experiencia de Dios, traducción y notas por J.D. García Bacca, México, Séneca, 1942, pp. 9-10.
[3] J.D. García Bacca, Sobre estética griega, México, unam, 1943, p. 4.
[4] J.D. García Bacca, Nueve grandes filósofos contemporáneos y sus temas, Barcelona, Anthropos, 1990, p. 10.
[5] Ibíd., p. 11.
[6] Ibíd., loc. cit.
[7] Nueva Era 41-50 (1941), p. 40. La breve nota a la que nos referimos, inscrita dentro del propio artículo –al inicio del mismo y en negrita–, no se encuentra firmada ni la encabeza título alguno –a excepción del propio del ensayo de nuestro autor–, es por ello que citaremos únicamente por su paginación.
[8] Ibíd., p. 39. El subrayado es mío.
[9] Ibíd., loc. cit.
[10] Cf. Mireya Perdomo de González, Bibliografía de Juan David García Bacca, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1981; Ignacio Izuzquiza, «La obra escrita de Juan David García Bacca», en El proyecto filosófico de Juan David García Bacca, Barcelona, Anthropos, 1984, pp. 501-531; y Gonzalo Díaz, «García Bacca, Juan David», en Hombres y documentos de la filosofía española, vol. iii, Madrid, csic, 1988, pp. 382-392. Ni tan siquiera aparecen en las más recientes y, en consecuencia, actualizadas: cf. Carlos Beorlegui y Roberto Aretxaga, «Bibliografía de Juan David García Bacca», en C. Beorlegui, C. de la Cruz y R. Aretxaga (eds.), El pensamiento de J.D. García Bacca, una filosofía para nuestro tiempo, Bilbao, Universidad de Deusto, 2003, pp. 259-300; y «Bibliografía de Juan David García Bacca», en J.D. García Bacca et al., Juan David García Bacca: vivir dos veces despierto: 1901-1992, Caracas, Banco Central de Venezuela–Fundación Juan David García Bacca, 2005, pp. 178-207.
[11] J.D. García Bacca, Confesiones: autobiografía íntima y exterior, Barcelona-Caracas, Anthropos-ucv, 2000, p. 1.
[12] Ibíd., loc. cit.
[13] J.D. García Bacca, Introducción al filosofar, Tucumán, Universidad Nacional, 1939, p. 11.
[14] Ibíd., p. 18.
[15] Teresa de Jesús, Las Moradas, Moradas Sextas, xi, 2. El subrayado es mío.
[16] A.N. Whitehead, Process & Reality, New York, Macmillan Co., 1929, p. 28.
[17] J.D. García Bacca, «¿Qué es la hermosura?», Letras del Ecuador 70-72 (1951), p. 5.
[18] Ibíd., loc. cit.
[19] [Evarist Navarro] «Entrevista con Evaristo Navarro» en Javier Baldeón et al., Modos de ver: pintura y escultura del último decenio en Valencia, vol. 7, València, Conselleria de Cultura, Educació i Ciència, 1988, s.p.
[20] Ibíd., loc. cit.
[21] «Es un prejuicio –tonto ya, como lo han sido tantos otros en siglos anteriores– el que solamente filósofos geniales […] y físicos no menos geniales en su orden, pueden llegar a ser sismó-grafos y sismó-logos de la realidad básica: notar en su ser propio, en sí mismos, la temblequera de la realidad; y saber decir en lenguaje técnico […] lo que están sintiendo ser, ellos y lo real. / También poetas, literatos […] han llegado a serse sismó-grafos y sismó-logos de la realidad» (J.D. García Bacca, Parménides · Mallarmé; Necesidad y Azar, Barcelona, Anthropos, 1985, p. 51).
[22] [J.D. García Bacca] José Gaos et al., «Poesía, mística y filosofía. Debate en torno a San Juan de la Cruz», El hijo pródigo 3 (1943), p. 142.
[23] Ibíd., loc. cit.
[24] J.D. García Bacca, Invitación a filosofar, vol. i, México, La Casa de España en México, 1940, p. 62.
[25] [Evarist Navarro] «Entrevista con Evaristo Navarro», s.p.
[26] J.D. García Bacca, Invitación a filosofar, p. 61.
Alberto Ferrer García (Beninament, 1988). Licenciado en Filosofía por la Universidad de Valencia. Tiene un máster en Pensamiento Filosófico Contemporáneo y otro de Profesor de Educación Secundaria. Actualmente prepara su doctorado sobre y creatividad en el pensador español del exilio republicano Juan David García Bacca.